Vivir todos los días enredados y/o como parte de dicho contraste o sujetos móviles de un paisaje que para nosotros es hábitat y reproducción diaria es otra cosa.
Aquí el desarrollo marginal es algo corriente. Una ciudad puede tener lugares coloridos y lindos y ser, al mismo tiempo, el contenedor de la miseria global del país en sus suburbios: esa es Guayaquil. O puede ser la ciudad de la política y las iglesias canónicas de la colonia española: esa es Quito. O puede ser la ciudad más antigua por su fundación y la triste engañifa de una alcaldía femenina: esa es Portoviejo. O una ciudad-puerto que prospera gracias a los patasaladas buenos y a los mercachifles de mar afuera y de mar adentro: esa es Manta.
Quedémonos en Manta. En la historia de Manta está esbozada la historia del arcaico Estado ecuatoriano. Es una ciudad relativamente abandonada del circuito político central. Ni tanto, tampoco; pero sí lo suficiente para coexistir -casi- fuera del orden económico y político básico que procura el Estado.
Y su gente, dotada de otra dinámica, retirada del vaivén político como eje de sus recursos, cree que su trabajo basta para vivir con decoro.
Y su pequeña elite, extraviada en el fingido desprecio por la política oficial, agita el efecto reflejo en la gente, es decir, procura que el patasalada llano piense tal y como piensa y actúa la elite: trabajar es vivir.
El 15 de diciembre pasado, Diario El Mercurio publicó una noticia: «Permanencia de la FOL, debe beneficiar a Manta». La nota decía que la Base de Manta debe reportar al puerto algún beneficio concreto. Y se aludía a la reunión reciente de la Asamblea Interinstitucional de Manta, que planteó pedir al gobierno nacional la renovación del citado convenio (Base de Manta) a cambio del financiamiento del Plan Maestro de Agua Potable y Alcantarillado Sanitario de Manta.
Más fácil no podía ser. Hasta el vice-alcalde está de acuerdo; mientras otros doran la píldora, como la señora Lucía Fernández que «se inclina por obras de carácter social».
Realmente perturba lo que empuja el desarrollo marginal. Y eriza pensar que nadie mira la ciudad de modo distinto a la transacción de una eventual regalía gringa: la base por el alcantarillado.
El mar de Manta es grande.
¡Qué vengan y depositen también desechos tóxicos los otros desarrollados a cambio de ciento ochenta y nueve hospitales, noventa mil doscientas ambulancias, un millón de vacunas, dieciséis toneladas de esparadrapo, y cuanto puedan y tengan para esta pequeña comunidad de patasaladas buenos y elites descocadas!
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