Cuando una familia peruana se enfrenta a la pérdida de un hijo en las redes de un “nuevo movimiento religioso” o “movimiento seglar” se encara ante una situación difícil de superar y de comprender. Porque el trasfondo del problema yace en los más oscuros rincones de las mentes religiosas. Y es que la crisis económica y la falta de vocaciones católicas ha llegado a tal nivel que han tenido que reformularse las estrategias de evangelización a escala mundial. La explosión de movimientos seglares después de la caída del muro de Berlín no es ninguna casualidad, como no lo son el renacimiento del demonio, del pecado y del rezo con rosario en las mentes de la generación de jóvenes con crisis de valores que ha sucedido a otra generación de carácter lógico, pragmático y competitivo.

Llama poderosamente la atención que a finales del siglo XX cantidad inusitada de jovencitos inmaduros venga a casa pregonando haber encontrado la “verdad absoluta”, que sienten “el llamado de Dios”, que aunque ya estén en alguna universidad dejen sus estudios superiores porque han sido “iluminados por el espíritu santo”, que han encontrado su “verdadera vocación” y que se van a vivir en una “comunidad religiosa” porque ahí, y no en la familia, encontrarán su “felicidad”. Este es un alarmante estereotipo que en el Perú se escucha cada vez más y más insistentemente junto al nombre del “Sodalicio de Vida Cristiana”.

Es evidente que la precariedad de la evangelización formal tocó fondo cuando el Papa Juan Pablo II dio luz verde para que los laicos puedan organizar institutos seglares con reconocimiento oficial del Vaticano, con apoyo financiero eclesial y con autorización plena de los arzobispados respectivos, de manera que se pudieran conformar instituciones aparentemente independientes y respetables, sin que se incorporen dentro de la jerarquía eclesial católica, sin tener los privilegios de la misma pero cumpliendo a cabalidad los objetivos evangelizadores de la iglesia.

Y resulta contrastante el observar, que por un lado, la iglesia se toma varios años para lograr el discernimiento de sus aspirantes al sacerdocio, de evaluarlos a conciencia en reiteradas oportunidades, de asegurarse que no haya lugar a dilaciones en el momento de abrazar la vocación religiosa y, sobre todo, de obtener la aprobación de la familia del aspirante para su integración a una congregación determinada.

Sin embargo, por otro lado, algunos movimientos seglares, especialmente el Sodalicio, solamente pretenden esperar la mayoría de edad de los jóvenes para introducirlos clandestinamente a su organización aislándolos intelectual, emocional y socialmente sin la aprobación de sus padres al más puro estilo sectario. Esta captación la realizan, primero, con una evaluación psicológica, social y económica muy escrupulosa que determina la valía del joven para el movimiento, y luego, fuerzan o fabrican una “vocación religiosa” –a eso llaman “levantar vocaciones”- con el concurso de “animadores” (adoctrinadores), todo con el objetivo de convertirlos en “Laicos Consagrados”. La velada metodología para lograr la reformulación del pensamiento y de la personalidad incluye el mal uso del sicoanálisis (“introspección”) y de las confesiones públicas- lo cual transgrede los derechos de libertad de pensamiento de cientos de muchachos peruanos.

Esta desestructuración del libre pensamiento de los jóvenes tiene una de sus manifestaciones más graves y violentas en el enfrentamiento frontal con sus padres, pues uno de los principios sectarios es la destrucción de la familia a nombre de Dios usando como base la cita bíblica de Mateo 10, que a la letra dice: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra, no he venido para traer paz sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa.“

Buscando una explicación, muchos padres de familia opinan que ahora la formación sacerdotal es muy cara y tediosa... y hoy... ya no hay tiempo para esperar. Era indispensable, por lo tanto, crear unas “carreras de mando medio”, disponer de “técnicos de sacerdote”, o “para-sacerdotes”, elementos de segundo nivel; contar con trabajadores que cumplan la misma función evangelizadora del clero pero sin tanto gasto de tiempo ni de dinero; personal prescindible sin derechos laborales ni beneficios sociales que haga “votos” de castidad y especialmente de obediencia, pero sin tener acceso a la jerarquía religiosa.

Desde este punto de vista los institutos seglares son empresas autónomas o “cooperativas de evangelización” que funcionan de acuerdo a los vientos neoliberales como lo hace cualquier moderna empresa de “service”. En otras palabras, los elitistas “laicos consagrados” son simples “cholos baratos”, muy bien explotados, en ciertos movimientos seglares como el Sodalicio.

Los padres se preguntan ¿Por qué razón actúa tan agresiva y radicalmente el Sodalicio? La respuesta la encuentran primero en el enfermizo y fanático mesianismo del grupo, pero la razón sustancial es la económica ya que al tener solamente un apoyo financiero parcial de la iglesia el movimiento debe velar por su propia supervivencia física, lo cual se logra en estos tiempos de competitividad con la calidad de los adeptos que pueda captar individualmente. Cuanto mayor sea la calidad moral, personal, intelectual y económica de los adeptos tanto mayor será la posibilidad de crecer en prestigio, en respaldo financiero y en la eventualidad de crear nuevas comunidades tanto en el Perú como fuera de él.

Es claro, pues, que mientras la iglesia no se adscribe a utilizar técnicas de lavado de cerebro que destruyen la personalidad y el pensamiento lógico, algunos movimientos, como el Sodalicio, sí las usan cínica e indiscriminadamente, y con inusitada eficiencia, en jóvenes que recién están llegando a su mayoría de edad legal, creando un doloroso problema social. Por lo tanto, las denuncias contra este tipo de violencia mental, serán de absoluta y exclusiva responsabilidad de tal movimiento al actuar como secta destructiva; pues psicológica, sociológica, médica y científicamente lo que define a una agrupación como secta totalitaria o destructiva es el hecho de utilizar técnicas de coerción, persuasión y manipulación mental (lavado de cerebro) con el objetivo de captar y retener adeptos.

El Instituto Pro Libertad de Conciencia de Lima, Perú, tanto como otras múltiples instituciones internacionales que velan por la libertad de pensamiento y la defensa de la familia, han acogido las denuncias de numerosos padres de familia a escala nacional. La sociedad peruana de hoy es una sociedad dispuesta a defender a sus hijos, a proteger a la familia y a reclamar su derecho al libre acercamiento a Dios, una sociedad cansada de estafas, más aún de las estafas espirituales, que comienza a pedir cuentas y que exige que todas las instituciones sean transparentes en sus fines y métodos de trabajo. El “Sodalicio de Vida Cristiana”, por más reconocimiento papal que tenga, no está exento de rendir cuentas claras al igual que cualquier otra institución.