El filme de Otto Preminger, Exodus, ha despertado una enorme simpatía en el Estado judío. Por el contrario, Munich, de Steven Spielberg, socava la justificación moral de Israel para tomar medidas duras destinadas a defender a su pueblo contra los asesinos. Al igual que Preminger, Spielberg es judío y goza de gran admiración desde su filme La Lista de Schindler. No obstante, este valiente realizador judío ha realizado un filme basándose en el libro de un autor desacreditado que ha dado una mala imagen del Mossad. Peor aún, confió la adaptación del guión a Tony Kushner, un judío que había vilipendiado a Israel y declarado que el surgimiento del Estado judío era un «error» y también una «desgracia moral e histórica».
¿Qué esperaba el realizador al confiar el guión a semejante persona? ¿Qué puede llevar a un judío honesto a plantear que hay una equivalencia moral entre el Mossad y terroristas criminales? En cierto sentido no debe culparse a Spielberg, sino a los dirigentes israelíes que, después de Oslo, presentaron a Arafat como un interlocutor para la obtención de la paz y pidieron a los judíos de la Diáspora que no apoyaran a Israel porque el hacerlo sería «contraproducente». Ello creó la imagen internacional de un Israel agresor, tendencia reforzada por la manifestación del odio a sí mismo de la izquierda israelí, bien evidente en las páginas editoriales del diario Ha’aretz. Dichas páginas, difundidas en inglés, ejercen un efecto devastador en el mundo.
En esta era, judíos como Kushner, antes vistos como marginales, son considerados ahora como personas respetables. Actualmente, los judíos antisionistas están en todas partes. La última conferencia del Limmud en Inglaterra así lo demostró. La diáspora judía debe eliminar a ese enemigo interno.

Fuente
Jerusalem Post (Israel)

«The validation of Jewish anti-Zionism», por Isi Leibler, Jerusalem Post, 11 de enero de 2006.