En la tapa de la revista “Arde rock & roll” de septiembre de 2004, se anuncia una nota sobre “el fenómeno Callejeros”; y en las paginas internas se lee: Las cabezas de los presentes se incendiaron al escuchar los primeros acordes del tema que abrió la velada (sic). ¿El arte predice? El autor, Gastón Mangini, jamás imaginó que al poco tiempo, la metáfora utilizada en el texto que describía los conciertos de la banda sería la peor de las realidades.

Dos días antes del trágico recital en Republica Cromañon, Nacho Girón, conocido periodista del under argentino, escribió para el Acople.com un comentario sobre el primero de los tres recitales consecutivos que la banda ofrecería para despedir el año: Adentro llueve, o por lo menos llovizna sudor, pero nadie se inmuta ni se queja sino que todos buscan el mejor lugar para el pogo o comienzan a pensar cuál será la canción ideal para prender esa bengala tan preciada. Y claro, como buenos adolescentes no tienen puntos medios: o caminan solos en busca de un rocanroll o van en manadas de a veinte; o conocen a CALLEJEROS desde su época de bares o los siguen por “Una nueva noche fría”; o encienden sólo un fuego artificial o revientan Cromañon con un arsenal digno de guerra. Durante todo el relato, Girón describe cómo sucedían los temas del show entre cánticos y sudores, o entre la Biblia y el Calefón: ¿Un incendio? ¿Un circo? ¿Una noche de navidad o de año nuevo? No señores, un recital de rock, y mejor aún, un recital de CALLEJEROS que tuvo otra fiesta paralela: la del armamento pirotécnico interrumpido en varias ocasiones por OMAR CHABÁN. Fue él quien dio un discurso bastante aplaudido sobre lo peligroso de usar “fuegos artificiales en reductos cerrados”, y quien (dijo) que además de ser cancerígeno, el humo de las bengalas “no deja ver un carajo”(sic). El empresario Omar Chabán omitió hacer público las trampas mortales de su propiedad, por ejemplo no aclaró que “al lugar habían ingresado 2811 personas, pese que se hallaba habilitado sólo para 1031”; que “la puerta alternativa de emergencia se encontraba cerrada con candado y alambre”; ni que “parte del techo estaba cubierto con una tela denominada media sombra y sobre ella había colocada espuma de poliuretano que, en contacto con el fuego emano sustancias letales”. Su enojo no disparó estas verdades, quizá se las olvido. Quizás.

Hoy, a Nacho Girón lo pasean por Tribunales cada vez que va a declarar por lo escrito, pero no por la nota citada arriba, sino por la entrevista realizada previo al show letal en donde el cantante Pato Fontanet confesó: Nuestra gente lleva todo tipo de pirotecnia. A veces tratamos que no metan cualquier cosa, pero por una cuestión de que nadie se lastime.

¿Eso también es responsabilidad de la banda?, preguntó el periodista.

Claro. Nosotros por ejemplo cuando tocamos ponemos ambulancias porque uno nunca sabe qué puede pasar, respondió Fontanet.

¿Uno nunca sabe lo que puede pasar? ¿O conviene creer que no sabemos? Cuando uno juega a la ruleta rusa, ¿no sabe lo que puede pasar? Todos estábamos jugando a la ruleta rusa con canciones y a alguien se le disparo el revólver. Lamentablemente, esto es así. Y todos gatillamos el arma. Todos: periodistas, músicos, funcionarios, empleados, empresarios, la sociedad; esta vez, la culpa es del chancho y del que le da de comer.

El texto de Girón, que fue escrito antes de la tragedia y jamás se publicó, finaliza: Se vienen dos Cromañon más, pero esa es otra historia, y la historia que se vino fue la peor de todas.

El Rocanroll del País

De público conocimiento es, que desde aquella noche de luto nacional, la cultura rock quedó cercada a la hora de armar sus conciertos sin afiliarse al conglomerado empresarial que ejerce “PopArt”, una especie de discogradura que niega los espacios a los proyectos independientes. Como siempre pasa, “a río revuelto, ganancias de pescadores”; y si tu red es gigante atraparás hasta el aire; y esta empresa lo supo hacer, ahora no sólo tiene en su poder las concesiones de diversos locales bailables, sino que compra bandas, vende bandas, regentea radios, canales de TV., revistas: un monopolio que imanta a quienes se les cae la baba por codearse con los dueños de todo, y para no babearse, muchos se acomodaron al discurso que impera y se sentaron a negociar su trabajo con los traficantes de la canción. Y parece que cuando dicta la ley del mercado, el arte se transforma en mercancía y el artista en un producto con fecha de vencimiento. Estos grupos, que privilegian el código de barras y ya no parecen orquestas sino empresas, adornan con fortuna a los comunicadores para que difundan sus discos, algo que suena a soborno, pero se llama “pauta”, y sirve para figurar en la jaula más grande del zoológico del rock. Para conocer a estas bandas, recomendamos al lector que sintonice las narco-radios que lavan plata, que lea las revistas que explotan a sus empleados, o mejor (peor) aún, que vayan a esos conciertos donde se cambian envoltorios de galletitas por entradas.

¿Uno toca para su público fiel o para la corporación que paga el sueldo? ¿Sí lo auspiciará una compañía armamentística cambiarían tickets por balas? Difícil que lo hagan por plomo, porque a estas mismas bandas que “se acomodaron al discurso que impera”, hoy se reconocen antipirotecnicas, ya que siempre explican que en sus conciertos “jamás se permitió el uso de bengalas”; sin embrago, en los videos clips que hoy ruedan en cadenas internacionales de TV., muestran las llamas de los fuegos artificiales donde baila el público. ¿Vale todo por un puñado más de gente que consuma mis canciones? ¿Todo?

Otros, en cambio, se organizaron para contrarrestar la compleja situación que provoco el Gobierno de la Ciudad al amputar espacios culturales. Nucleados por el MUR (Músicos Unidos por el Rock), cientos de artistas comenzaron a juntarse para exigir a las autoridades las libertades correspondientes a una democracia. Al principio, el MUR tuvo una gran aceptación entre los jóvenes. El 19 de abril de 2005, quince mil personas ingresaron a Plaza de Mayo bajo la consigna “De Bulacio a Cromañón”. La marcha fue encabezada por el MUR y las victimas de la Masacre de Cromañon. De aquel encuentro, a pesar de la resonancia mediática que tiene todo lo relacionado con la palabra “Cromañon”, los medios del país nada dijeron sobre el reclamo popular frente a la Casa de Gobierno. Parece que a los medios masivos no le sirven los pibes vivos, a ellos les interesan los pibes muertos porque eso vende más.

Con el tiempo el MUR flaqueó, quizá por desinteligencias internas o por realizar acuerdos con funcionarios del Estado; si bien se consiguieron algunos logros, estos no tienen sabor a victoria porque el mismo gobierno que ellos cuestionaban hoy auspicia sus eventos (con una seguridad tipo carcelaria, donde no se puede fumar ni beber alcohol, los menores no pueden ingresar sin autorización de sus padres, entre otros irrisorios requisitos). Y el rock, como movimiento juvenil contestatario, poco se asimila a esta realidad de hoy. Pero vale destacar la labor del MUR, porque más allá de los posibles errores, los principales problemas fueron la soledad, y el cuestionamiento de sus colegas que jamás se arrimaron a las reuniones de los miércoles, porque en esas asambleas “se hacía política”. Si fue así, esa práctica resulto errada, porque los beneficios conseguidos no huelen a conquista, al contrario.

Frente a estas prohibiciones institucionales, los grupos Eterna Inocencia y Resistencia Suburbana, esquivaron las negativas gubernamentales y avanzaron por el camino de la independencia. En el mes de febrero, Eterna Inocencia publicó “El Manifiesto”, donde explicaban las razones por las cuales se oponían a las medidas que restringían las posibilidades de tocar y comenzaron una etapa que se conoció como “Recitales en la Resistencia”: eran presentaciones relámpagos, se combinaba con la gente a una hora y un lugar determinado, se armaba todo rápido, se tocaba y listo. No se hacia prensa, ni difusión de las fechas. Y Resistencia Suburbana, que convoca mucha gente y participa en festivales masivos, le dio vuelta la cara a las controvertidas condiciones impuestas en la metrópolis porteña y comenzó la gira “Vení a mi Ghetto”, con la cual visitaron infinitos barrios periféricos del Gran Buenos Aires, distintas provincias del país, y profundizaron la actitud del grupo de solidarizarse en eventos sociales donde se lucha contra la injusticia, como ocurrió en Lomas de Zamora con los familiares y compañeros de Kosteki y Santillán; en el cumpleaños de los HIJOS; en el acto por la despenalización del consumo personal de drogas; en La Tablada, en el 3er aniversario del “Caso de Tonchi Flores” (asesinado por el gatillo fácil policial); con las Madres de Plaza de Mayo.

Estos dos ejemplo, obviamente, se repiten en otros: Un Kuartito, Mota House, Semilla de Jolgorio, y muchos más.

La democracia en la cultura argentina tiene esa libertad: algunos se embarran las manos, otros se las lavan y la gran mayoría las esconden. Artista no es solo el que vende discos, convoca masas, sale en la tele y viaja a por el mundo. Maxi Kosteki era artista también, hacía dibujos, malabares y escribía. Kosteki hizo su mejor poema sin pluma ni acordes, fue una penosa mañana de frío sur, en el frente de la batalla, cuando dio la vida por los suyos.