Según el sentido común, la Cumbre de las Américas, en Mar del Plata (Argentina), y las recientes elecciones en Bolivia indican que los Estados Unidos y América Latina echan por tierra, definitivamente, la tendencia de los años 90. Algunos ya han acusado a Washington de perder a América Latina, como si esta región ya les hubiese pertenecido.
En realidad, existen desafíos en el hemisferio, pero antes de reaccionar de forma exagerada, tenemos que tener en cuenta una realidad. De ambas partes, se había llegado demasiado lejos en el pesimismo, ensombreciendo la importancia de los intereses estratégicos estadounidenses: seguridad energética, protección en las fronteras, crecimiento económico, lucha contra las amenazas transnacionales incluido el terrorismo, lucha contra el tráfico de drogas, medio ambiente, proliferación nuclear y preservación de la paz mundial.
Es imposible ocuparse de los problemas fronterizos, por ejemplo, sin la activa colaboración entre los Estados. La cuarta parte de la economía estadounidense depende del comercio internacional: sin intercambios comerciales importantes en el hemisferio, que incluyen el petróleo y el gas, la seguridad económica estadounidense disminuiría. La capacidad de proyectar el poderío estadounidense al extranjero para la paz, como en Afganistán, en Haití y en África depende de forma significativa de la ayuda de Argentina, Brasil, Canadá, Chile y de la nación con el mayor contingente proporcional de Fuerzas de Mantenimiento de la Paz, Uruguay. La lista es aún larga.
Ello no quiere decir que debemos, o que vamos a estar de acuerdo en todos los puntos, con todas las naciones, ni siempre. La Cumbre de Mar del Plata era un llamado al despertar, exponiendo una herida que no se curará fácilmente. Pero, pese a los análisis fáciles, no se trata de Estados Unidos contra el resto del hemisferio, sino de la globalización contra los altermundistas con líderes como Chile, Colombia, México, Nicaragua, Perú, Jamaica, y otros, que retan a los manifestantes y a los activistas a que se opongan a la integración continental.
En primer lugar, hay que reconocer que todos nos encontramos inmersos en una batalla de ideas. Como lo demostraron las elecciones en Bolivia, se resucitó el programa populista, lo que permite augurar una relativa independencia con respecto al «imperialismo» económico estadounidense. Sin embargo, esa voluntad de emancipación es ilusoria. No obstante, incumbe a los Estados Unidos y a las demás naciones el crear una alternativa más activa y eficaz, a fin de responder a las frustraciones de este hemisferio sur. En segundo lugar, la política estadounidense, equivocadamente, se posicionó con respecto a sus oponentes sólo en una estrategia comercial. En tercer lugar, como prenda de credibilidad, debemos tratar de dar perpetuidad a los tratados económicos en los que participe Estados Unidos para que sirvan también a los objetivos de los demás países del continente. Por último, es de la incumbencia de todos los que aprecian a los Estados Unidos realizar un mejor trabajo de información de nuestra propia población con miras a lograr estas estrategias. Es necesaria una mejor comprensión de la importancia que revisten los intereses regionales para Estados Unidos, seguida de un verdadero compromiso por parte de las élites gubernamentales, del mundo de los negocios y de los medios de comunicación en esta vía.
Es cierto que no hay grandes promesas, pero, a diferencia de la demostración de la Cumbre del MERCOSUR y de los comentarios que emanarán de ello, esas acciones tendrán mayor alcance en los intereses comunes de los países americanos.

Fuente
Washington Times (Estados Unidos)
Propiedad del reverendo Sun Myung Moon (Iglesia de la Unificación).

«Hemispheric threads», por Susan Segal et Eric Farnsworth, Washington Times, 16 de enero de 2006.