La acusación difamatoria de antisemitismo, lanzada contra Hugo Chávez por el Centro Simon Wiesenthal, sigue siendo objeto de polémica.

En Francia, el diario Libération, convertido en privilegiado elemento de transmisión de esta manipulación cambia su fusil de hombro para proseguir mejor su campaña mientras que Le Monde, que se había unido al coro de los acusadores, retrocede con prudencia.

En la edición de Libération del 20 de enero de 2006, el director adjunto de la redacción, Pierre Hadski, se muestra conmovido ante la «violencia» de las reacciones provocadas por el artículo «Le credo antisémite de Chavez». Por «violencia» hay que entender simplemente que el diario no es capaz de asumir el deterioro que ha sufrido su imagen entre los lectores.

Hadski retrocede para saltar mejor. Reconoce que las declaraciones del presidente venezolano fueron mal interpretadas, son antiimperialistas, no antisemitas. Pero ello permite de inmediato abrir otro frente, siempre mal documentado: Chávez no es un hombre irreprochable debido a las «amenazas a las libertades venezolanas ampliamente inventariadas por los defensores de los derechos humanos» y a sus «amistades iraníes». En una palabra, Libération reconoce que se equivocó pero manifiesta su voluntad de hacer daño y no dejará de encontrar otro argumento para enlodar al presidente de la República Bolivariana de Venezuela.

Con independencia de este encarnizamiento, el embrollo en las explicaciones de Hadski demuestra la incompetencia del diario. El director adjunto de la redacción justifica la polémica al subrayar una vez más que las declaraciones del señor Chávez se prestaban a confusión acerca de los argumentos clásicos del antisemitismo cristiano en Europa. Hacía falta una aclaración, el presidente venezolano la hizo, asunto concluido.

Con ello, Hadski y su redacción reivindican su incapacidad para interpretar declaraciones en su contexto (la revolución bolivariana y la teología de la liberación) y su obstinación para mirar el mundo a través del prisma cultural europeo.

La reafirmación de este etnocentrismo basta para explicar la aversión de Libération hacia ese país y ese hombre que cuestionan el liderazgo «occidental».