Gracias a su formidable capacidad para convertir las necesidades y las ilusiones en bienes de consumo, el capitalismo desarrolló las fuerzas productivas más que todas los regimenes sociales anteriores juntos. La antitesis comenzó cuando el sistema, obligado a crecer constantemente, enfermó de acromegalia y gigantismo y comenzó a fabricar necesidades e ilusiones.

La enajenación religiosa, un proceso mediante el cual los hombres confieren a sus propias creaciones fantásticas: ídolos, dioses y oraciones poderes a los cuales se someten ciegamente, es un juego de niños al lado de la enajenación que provocan las mercancías y las bisuterías, creaciones humanas ante las cuales quienes las fabrican se postran y por las que son capaces de comportamientos heroicos o conductas abyectas.

Ese alucinante proceso, potenciado por los efectos de la publicidad, regido por desenfrenados afanes de lucro, así como por el significado que adquiere el consumo como símbolo del status, del poder o de la pertenencia a los estratos más elevados de la estructura social, dio lugar a la sociedad de consumo.

Por un camino hecho de rosas, es decir con el oro y la plata petróleo, el caucho, las maderas, los minerales y las materias primas del mundo, un reducido grupo de países desarrollados edificaron los Estados de Bienestar y construyeron un modelo de desarrollo que imponen al mundo, arrastrándolo a su propia perdición.

La irracionalidad se torna surrealista cuando el consumo, se separa de las necesidades reales, para convertirse en una noria salvaje en la cual toda la humanidad resulta atrapada. De todos los absurdos, ninguno alcanza los límites de las políticas y esquemas energéticos.

Diariamente se extraen gigantescos volúmenes de petróleo que cuestan inmensas cantidades de dinero, para ser quemados del modo más absurdo que pueda ser imaginados en dos de las actividades económicas más ineficientes que existen: el transporte motorizado y la producción de electricidad.

Se afirma que el más eficiente de los motores de gasolina, apenas logra convertir entre un 30 y un 40 % de la energía contenida en el combustible. Ello significa que entre el 60 y el 70 de toda la gasolina consumida se bota. En la electricidad la cifra alcanza al 50 %.

Se dice que en los países fríos donde se han impuesto los sistemas centralizados de calefacción, se desperdicia alrededor de un 70 % de la electricidad utilizada para producir calor, a lo que habría que sumar que alrededor del 60 de todo el alumbrado de las grandes ciudades es superfluo o tiene fines decorativos.

Cifras oficiales revelan la iluminación instalada en Madrid con motivo de la navidad originó un gasto extra de 3,6 millones de kilowatios hora, lo cual es un bicoca comparado con los 12 millones gastados por Nueva York por los mismo motivos.

El 40% del total del plástico que se produce se destina a envases. La duración media de un envase, desde que es recibido en el comercio hasta el momento en que es desechado, es de apenas 40 minutos. No menos del 50 % de las tarjetas de felicitación enviadas por navidad nunca fueron leídas.

No habría que dejar de vivir confortablemente para mediante tecnologías eficientes y comportamientos racionales, ahorrar el 50 % de los combustibles y alrededor del 60 % de la electricidad. Bastaría utilizar un poco más el transporte público, suprimir parte de la iluminación superflua, introducir electrodomésticos más eficientes, luminarias apropiadas y sistemas de climatización apropiados.

No es extraño encontrar familias pobres que conservan y utilizan muebles, vajillas y utensilios que pertenecieron a sus abuelos. De un natural amor a las cosas utilitarias que se compraban para ser utilizadas durante mucho tiempo, se ha pasado al culto a lo desechable. Ojalá esa no sea la visión que la humanidad tiene de si misma.