Ya es hora de que alguien haga la obra de caridad y que nomine a Boxer o a Pegad-it como las empresas del año. Quizás ellas si puedan, si todos las apoyamos, unir este país roto que dice el maestro Jesús Martín Barbero que somos, que sabemos que lo es más cada día. O que nos terminen de partir, de repartir de una vez, como ya casi lo logran las motosierras (las dialogantes y las silenciadas), las reformas constitucionales (las concertadas y las que van debajo de la mesa), las negociaciones (las que vemos y las que se hacen a oscuras), los territorios de desmovilizados de todas las tendencias y todas las locaciones que los diminutivos han terminado por definirnos en la medida de lo que somos: pequeños estados en las regiones, muchas pequeñas regiones dentro de un Estadito que cada vez toma más trabajo representar. ¿O no son pequeños estados-región Arauca y Putumayo (cada uno por su lado) y de paso botoncitos de muestra del fracaso de la Seguridad Democrática?. ¿O no son regiones-estado (cada una por su cuenta) Ralito, Tierralta, La Sierra Nevada, los alrededores de Valledupar y el hoy inundado país de la Sierpe que alguna vez delimitó la pluma de García Márquez? ¿O no son estaditos desregionalizados los que tienen los narcos del Valle, que colindan pero que no se tocan con los narcos de Antioquia, que son distintos de los narcos del sur, del norte y del oriente del país? ¿O no son regiones desestatizadas las gigantescas fincas caucanas, las cordobesas, las guajiras, las llaneras y la zona esmeraldífera y la carbonera y la petrolera? ¿O no tienen su propio país los medios, los encuestadores, los fabricantes de leyes, reformas y contrarreformas, los que tienen votos pero no tienen voz, los que tienen voz sólo para conseguir los votos, los que tienen aunque sea un “fierro”, los que alcanzan a financiar un ejército, los sobreseídos, los impunizados, los que callan porque quieren estar como ausentes?.

Ya es hora de que la federación de algodoneros, que también tiene rancho aparte, se tome el trabajo de recoger las babas con las que han querido pegar a estos 42 millones (si el censito no dice otra cosita) de estadistas, regionalistas y antirrepublicanos, antes de que esas babas contribuyan a acrecentar las aguas que inundan el territorio nacional, y que al parecer, son las únicas que nos unen (o que nos separan, como diría algún pesimista). Alguna vez le dijeron a los nadaístas que su patria, ese mapa remendado, era Colombia, y les importó un pito.

Debían referirse a esa país que ahora todos dicen defender (a su manera, claro está). Que lo dejen a la deriva. Sobre todo si ese país arrejuntado es una bandera que sólo sirve para envolver cadáveres y ondear a media asta. O si está representado por ese escudo enarbolado en la boca de los cañones o de los fusiles. O si es eso que dicen los himnos (esas hipérboles con aires utópicos), antes y después de los bombardeos, de los tableteos, de los tiroteos. No vale nada la patria si la vida no vale nada. No vale nada la patria, si esa patria es para algunos su finca privada, su zona de distensión, su zona “liberada”, su zona de reclutamiento, su zona hecha y corroída por la vieja política, su casa por cárcel, su preclusión por falta de pruebas, su exención bancaria, su monopolio, su latifundio, su cargo diplomático, su jefatura de oposición, su turismo parlamentario, su mano autoritaria para convivir, su exilio dorado, su pérfida traición. Esa no fue la patria que a nosotros nos dijeron.
Fabricando “su” patria, “su” país, “su” región, “su” estadito a la medida, todos ellos han fracasado. ¿Qué habremos de salvar? Que se la queden, que se la lleven con su pirotecnia criminal y que nos dejen a los demás un espacio sin remiendos donde respirar, donde volver a soñar, así ese espacio no tenga nombre o escudo o himno o bandera, pero sobre todo donde no haya nadie que diga defenderlo, a su manera.