En el principio, las Madres crearon su propio espacio-tiempo: la Plaza de Mayo y los días jueves.
Cuando tanto la militancia organizada (o lo que heroica y penosamente quedaba de ella, en 1977 y en el país) como hasta los más indolentes transeúntes rehuían el espacio público y mucho más, la plaza política por excelencia para expresar allí su sentir; ellas arribaron convocadas por la iniciativa de Azucena Villaflor y comenzaron a definir un nuevo espacio para la confrontación con la dictadura militar de máxima peligrosidad que hayamos padecido.

La Plaza de Mayo comenzaría, entonces, una nueva vida como aparcera de un movimiento de mujeres madres dispuestas a todo, en momentos en que ya pocos pensaban en arriesgar apenas algo por el bien común. Sería en los siguientes años, cada vez con mayor contundencia, la Plaza de las Madres y no de los cobardes, describiendo en torno suyo el espacio de la valentía.

A la vez, ellas seleccionaron el día jueves para reiterar su gesto interpelativo: reunirse en la Plaza a fin de firmar una carta y ser recibidas por Videla.

A dos semanas del primer paso que las llevó de la peregrinación individual a la conquista colectiva de la Plaza, ya habían conformado su espacio-tiempo propio, instalándose desde el vamos (a la Plaza) en la ruptura. Una ruptura que se irá revelando con los años como ética, política y profundamente cultural.

En efecto, su apropiación creativa del tiempo y el espacio será la condición a partir de la cual construirán sus prácticas simbólicas, arraigadas inextricablemente en el terreno histórico-político, abarcando desde la marcha circular y el pañuelo blanco hasta las consignas de cada Marcha de la Resistencia, todas las cuales irán conformando una identidad singular en torno al recupero de las formas y el sentido de la vida y enfrentada a los gestos de la muerte calcados, filtrados o impuestos por la cultura dominante en el intercambio simbólico de nuestra sociedad.

La adopción de los días jueves como tiempo de lucha y tiempo de Madres en la Plaza establece el ritmo sobre el que el movimiento construirá su devenir. Una frecuencia que puntúa la presencia en la Plaza y a la vez, les permite considerar el intermedio rítmico como una trama política urdida grupalmente entre el ir a la Plaza y el volver a ella.

La ruptura cultural puesta en juego por las Madres, desde esa plaza y esos jueves, se manifiesta en diversas formulaciones de carácter ético-político, surgidas en diálogo y confrontación con la realidad contextual de cada período: aparición con vida, una consigna consolidada en 1981 y reformulada hasta el presente, en que afirman nuestros hijos viven; el consecuente rechazo a las exhumaciones como postura política de enfrentamiento a la red de impunidad y desarme ético practicado por el gobierno de Alfonsín y sus asesores intelectuales; la negativa a recibir indemnizaciones por la vida de los desaparecidos, largamente batallada por el poder dominante hasta alcanzar forma de ley en 1996, durante el gobierno de Menem; la socialización de la maternidad como fundamento de la solidaridad defendida por la agrupación, sostén a su vez, de la reivindicación sin condiciones de las y los desaparecidos, del ferviente internacionalismo comprometido con su presencia en Chiapas, Perú, Chile, Belgrado, Irak, Israel, Cuba, Venezuela, entre otros países, así como de la elección del socialismo en tanto camino a construir para dejar atrás la sociedad del capital y la muerte.

Desde aquellos primeros pasos dados entre abril y mayo de 1977 que estamos consignando y que han posibilitado la creación político-cultural que las caracteriza y rasga el feroz individualismo burgués, han transcurrido mil quinientos jueves de lucha en la Plaza de Mayo.
He aquí una persistente repetición creativa que, si parece suspender el devenir por efecto de señalización del hito (los mil quinientos jueves), no ha cesado de transitar la senda de su singularidad reiterada (“Seguiremos, por supuesto, con la marcha de todos los jueves. Esa es para siempre, para toda la vida, hasta que quede una sola Madre”) [1].

Ellas han informado a la Plaza histórica, popular, de un ritual político que no cesa; pero ese ritual de casi treinta años de recreación semanal no constituye una estereotipia motora, sino la oportunidad de un aprendizaje social inacabado, en curso, que no deja de enviarnos señales a un nosotros revolucionario que demora en configurarse, tal vez por llevar todavía sobre sus hombros, como una pregunta incisiva y sin respuesta, la impronta de una materialidad simbólica ineludible: las Madres de Plaza de Mayo solas frente al terror.
Nos dice Gilles Deleuze en Diferencia y Repetición:“No aprendemos nada con aquel que nos dice ’haz como yo’. Nuestros únicos maestros son aquellos que nos dicen ’haz junto conmigo’, y que en lugar de proponernos gestos que debemos reproducir, supieron emitir signos susceptibles de desarrollarse en lo heterogéneo”. (…) “Cuando el cuerpo conjuga sus puntos notables con los de la ola, anuda el principio de una repetición que ya no es la de lo Mismo, sino que comprende lo Otro, que comprende la diferencia, de una ola y de un gesto a otro, y que transporta esta diferencia en el espacio repetitivo así constituido” [2]

La repetición creativa de las Madres va por ese camino. ¿Oímos? Mil quinientas veces nos han dicho “hagan junto a nosotras, en este espacio-tiempo que hemos liberado de las garras del horror para que otros -con nosotras- puedan construir la vida”.

La repetición que comprende, en sí mismo, la diferencia aparece ligada al dinamismo, la singularidad y el carácter auténtico.

Mil quinientos jueves las Madres han desplegado, en plena Plaza, este utillaje político-cultural que apela colectivamente al movimiento, la creación y la autenticidad y por esa senda de repeticiones originales continúan, “hasta que quede una sola Madre”, y aun después, como lo han expresado en su oportunidad: “…nosotras seguiremos porque no sólo estamos en la Plaza, ¡sino que somos la Plaza! ¡Somos las plantas, el aire, los árboles, lo que aquí se respira!” [3].

El nosotros revolucionario que anhelamos construir tiene una estación de aprendizaje obligada en esa insistencia maternal; un espacio-tiempo abierto a la multiplicidad de la vida, para que en adelante, lo ineludible no sea ya la falla histórica de la ausencia en la Plaza, sino la incorporación seminal de la ruptura gestada por las Madres en cada jueves de Plaza y lucha.

[1Ver edición anterior de Madres de Plaza de Mayo, La Resistencia de las Madres, diciembre/2005.

[2Gilles Deleuze, Diferencia y Repetición, Bs. As., Amorrortu Editores, 2002, pp. 52-53

[3Discurso de Graciela Jaegger, de la Filial Tucumán de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, pronunciado al término de la marcha de los jueves en Plaza de Mayo, en el año 1990.