Mil quinientas marchas. Aquí lo épico se transforma en pura emoción. Son las Madres. Al principio jóvenes pero con los rostros firmes de pura tristeza y en la búsqueda de justicia. Uno, dos años, diez, veinte, treinta años, ahora. Hay que verlas. Por primera vez las vi en televisión, cuando me encontraba en el exilio. El rostro de ellas lo decía todo. Las estatuas de las diosas griegas de la Justicia de pronto tenían sus rostros. Rostros firmes pero cargados de emoción. Las movía el amor de Madres hacia sus hijos. Las vi en su marcha rodeadas de los uniformados pagados por el poder. Rostros con gorras mercenarias, cobardes y con la fealdad de los uniformados basados en el garrote o en el arma con cartuchera abierta, y los alcahuetes de los servicios asomando sus caras repugnantes con la sonrisa del bien pagado que tiene como norma de vida la delación, el golpe de furca hacia lo noble.

Después en el regreso desde el exilio, en aquel octubre de 1983, mi salida inicial fue el primer jueves, a las 15.30, en Plaza de Mayo. Llegué cuando ya las Madres estaban marchando. Y aplaudí, aplaudí, aplaudí. Las lágrimas del regreso. Ellas hicieron posible el regreso. Y los asesinos uniformados y todos sus lamebotas comenzaron a retroceder.

A veces comparo el rostro de nuestras Madres con las caras de los legisladores de Alfonsín y sus radicales, en el momento en que votaron las más vergonzosas y cínicas leyes de la historia argentina: obediencia debida y punto final. Vergüenza cagona y arrodillada. Cuando se cumplan los treinta años de la votación de la vergüenza argentina tenemos que pegar carteles en todo el país con los nombres de los legisladores que votaron esos pactos entre la cobardía y la criminalidad. Y exhibir los noticieros donde Alfonsín se cubre de toda la vileza más despreciable cuando con cinismo dice en el balcón de la Rosada: “La casa está en orden, felices Pascuas”. Venía del cuartel del sucio teniente coronel Rico que quería borrar con esas leyes todo el crimen avieso de la desaparición.

Y esas Madres coraje después del secuestro de sus hijos tenían que vivir esa cobardía ahora de los propios representantes elegidos por el pueblo. Cuánta sinrazón pero ningún desmayo, todo en ellas era fuerza, y las palabras justas contra la cobardía salieron de sus voces para incrustarse para siempre en el rostro de los políticos propiciadores de la vergüenza nacional. Se dice que desde aquellas sesiones donde esos representantes del oficialismo votaron una de las leyes más pusilánimes de la historia del Congreso Nacional, los que levantaron el brazo no se han podido mirar más al espejo. Y terminaron sus vidas políticas huyendo todos en el helicóptero de Fernando de la Rúa. Qué final. En cambio ahí están en la Plaza, las Madres, que jamás huyeron y ni se asustaron cuando los timoratos del poder les enviaron la policía montada.

Y desde entonces las Madres estuvieron allí también para denunciar las penas del pueblo. Así como lo habían hecho en vida sus hijos inolvidables. No fueron a rezar arrodilladas a los templos de los obispos de la colaboración y la alcahuetería oficial. No rezan, denuncian. Con toda la voz gritan la miseria que sufre gran parte de la población, con sus niños. No se callan. Y de madres argentinas han pasado a ser madres latinoamericanas. De Madres de quienes se alinearon en la vanguardia y dieron sus vidas, a integrantes propias de esa vanguardia. Invencibles, con la única arma que vale: la palabra.

¡Qué figuras para la historia latinoamericana! La misma línea aquella de Emiliano Zapata y de Augusto César Sandino. El Che está ya en el corazón mismo de ellas. ¡Cuánto desprendimiento y generosidad! Pero no sólo eso, también temple, coraje y una valentía a toda prueba. Estamos, sí, siempre y todavía en los tiempos de la explotación del ser humano y el castigo a quien es pobre y protesta.

Aquella primera vez: las 24 horas de marcha en la Plaza. Las Madres de los pies descalzos porque no aguantaban más los zapatos. Los pies descalzos frente a las botas. Qué cuadro, qué imagen para el futuro. Los pies descalzos triunfaron definitivamente frente a las botas. Fue en 1981. Los militares con todas las armas. No podrá haber jamás una imagen más fiel de la victoria de las Madres. Para siempre, para la Historia. Vencieron. Y ya han trazado el camino para que también triunfen sus Hijos. Ellos aparecerán todos juntos en la Plaza con el sol de Mayo. Madres, es el momento en que os vais a convertir en las Madres del país justo, el de la verdadera Libertad: pan para todos, paz eterna. Ved en trono a la noble igualdad.