Tenía la fortuna de que sus competidores estaban acosados por graves acusaciones o divisiones o improvisación de su campaña. La coalición que acompaña al Presidente a pesar de contar con el poder del Estado y el favor de amplias franjas de la opinión afrontaba el escándalo de la infiltración paramilitar en sus listas. El partido liberal trataba de ordenar un poco sus maltrechas filas después de la gran división que generó el deslizamiento de una parte de sus principales dirigentes hacia las toldas de Uribe. Líderes de opinión como Antanas Mockus y Enrique Peñalosa apenas empezaban a incursionar en el escenario parlamentario y vivían los avatares de darle un sentido, un nombre y un logo a su proyecto.

Podía mostrar ante el país el manejo responsable del gobierno de Bogotá y del Valle, una gestión parlamentaria decorosa y no pocas veces brillante en sus debates y propuestas. El esfuerzo de Lucho Garzón por hacer una administración seria que combina adecuadamente continuidad y cambio ha sido premiado por índices de apoyo ciudadano más altos que los que en su momento obtuvieron Mockus y Peñalosa. La titánica labor de Angelino Garzón para sacar al Valle del abismo en que lo habían hundido la clase política y el narcotráfico ha sido reconocida por la opinión pública del país. El magisterio de líderes como Navarro, Gaviria, Robledo y Petro en el Congreso había recibido aplausos de todos los lados. Todo esto le había dado una gran visibilidad al Polo Democrático.

El fervor por los nuevos aires de la izquierda era tan evidente que para mediados del 2005 algunas encuestas le daban ya un respetable 17% de la favorabilidad en el electorado y se empezó a pensar que podría conseguir el milagro de situarse como la verdadera contraparte de Uribe y colocar una de las tres listas más votadas en el senado de la República.

Pero en sólo seis meses, en el periodo que va de agosto a Enero, se esfumaron muchas ilusiones. A contrapelo de las tendencias de la opinión pública empezaron a aparecer en el seno del Polo y de Alternativa Democrática acidas críticas al gobierno de Lucho Garzón. Los líderes del Partido Comunista, del Moir y algunos dirigentes del Polo como Gustavo Petro establecieron una alianza para radicalizar el discurso y volver a viejas consignas que habían sido superadas en la campaña de Lucho Garzón a la presidencia y luego en la lucha por la alcaldía de Bogotá. La discusión sobre la amplitud de la coalición que podría jalonar la izquierda en la actual campaña electoral se tornó crítica.

La acusación de que Lucho Garzón no hacía más que administrar los cotos de poder de las elites empezó a tener eco en el aparato interno de las izquierdas. Volvieron a tomar fuerza las viejas consignas de rupturas y quiebres históricos y a recibir denuestos los que hablaban de reformas y cambios graduales. La cosa no se quedó en meras discusiones. Tomo cuerpo en decisiones concretas. La mayoría de la bancada del Concejo de la izquierda en Bogotá no acompañó al alcalde en decisiones clave como el tributo de valorización. En temas nacionales como la negociación del gobierno Uribe con los paramilitares mientras unos abogaban por un apoyo especialmente crítico otros simplemente se oponían de un todo y por todo. Para solo poner dos ejemplos.

Mucha gente se pregunta por qué ocurre el siguiente fenómeno: una administración popular en la opinión pública y una actitud de izquierda moderada que despierta confianza en un país polarizado e incendiado por la violencia, y que sin embargo, no logra concitar el apoyo decidido en los aparatos internos de los grupos de izquierda.

Pero quienes conocen el mundo íntimo de la izquierda saben que en el Polo y en Alternativa Democrática militan quince o veinte mil activistas que responden a convicciones adquiridas en los tiempos de la postguerra fría. Los discursos duros, cerrados, tienen una especial aureola en esta militancia, como la tienen las actitudes fundamentalistas al interior de los grupos religiosos.

Lo triste es que esta polémica estalló con fuerza en los días previos al lanzamiento de candidatos al Congreso, y en medio del apuro, la presión de la vieja militancia no permitió abrir las listas a una coalición amplia, no permitió presentar la imagen renovada que la izquierda había empezado a conquistar, y no facilitó la definición de un mensaje dirigido a la franja mayoritaria del electorado que se encuentra sin duda en el centro del espectro político. El forcejeo mostró ambiciones legitimas de liderazgo pero también métodos indecorosos para lograrlo, lo cual influirá sin duda en los resultaos electorales.

No podemos hablar de una catástrofe. Es muy probable que las listas del Polo Democrático Alternativo mantengan el número de parlamentarios que tenía la izquierda. Es igualmente probable que el candidato presidencial que resulte de la consulta entre Antonio Navarro y Carlos Gaviria se acerque a la votación que alcanzó Lucho Garzón hace cuatro años, cuando no se tenía nada importante para mostrar. Pero se perdió una oportunidad de oro para dar un salto en el crecimiento y para mostrar una vocación real de poder.