Digamos, en aras de alentar la discusión, que el presidente Álvaro Uribe ha sido un excelente gobernante; que ha cumplido al menos veinte puntos de los cien que presentó como compromiso programático a cuatro años en 2002; incluso, que se merece de sobra la reelección a la que aspira. Pero lo que aún con todos estos supuestos sorprende, por la pretensión de suprahumanidad que denota, es el delirio de grandeza que todas estas condiciones han generado, hasta el punto de creerse dueño absoluto y definidor de la realidad.

El último botón de muestra es la nota oficial que responde a la protesta ecuatoriana por la violación de la frontera con ese país hace una semana. Durante varias horas y con vídeos y quejas ciudadanas de por medio, el ejército colombiano persiguió a una columna guerrillera allende el río San Miguel, zona limítrofe con el vecino país.

“De haber ocurrido tal situación”, es la expresión que usa el Gobierno para intentar disculparse. De igual forma y a medias, lo hizo al “retractarse” de la reciente sindicación a Rafael Pardo de buscar alianzas oposicionistas con las Farc, aduciendo, no un error, sino la imposibilidad de mostrar pruebas por presuntos “más altos intereses” de patria.

Como si no fuera suficiente con este intento de crear realidades contraevidentes, en ambos casos también existe la coincidencia de que es el Gobierno mismo (o sus asesores o allegados, como José Obdulio Gaviria y Juan Manuel Santos) el que da por satisfactorias sus salidas, asumiendo una actitud más de “mandacallar” que de mandatario.

Más allá de las vanidades propias del poder, lo que todo esto muestra es que en Palacio consideran a Uribe más un fenómeno de opinión que un jefe de gobierno. El aprovechamiento de imagen es asignatura con nota sobresaliente para el asesor Jaime Bermúdez. Este aire de superdotación ha llevado a que la estrategia de mercadeo electoral esté guiada por palos de ciego, a tal punto que el Presidente, a falta de contendientes a su altura de popularidad, encuentra su propio enemigo al mirarse al espejo.

Previamente había señalado la infiltración paramilitar en listas uribistas como el “Talón de Uribe”. A la luz de las novedades, habría que sumar este sobredimensionamiento de su propia favorabilidad en sondeos: al Presidente le están saliendo más caras de lo que suponía sus recientes tácticas de gobierno-en-campaña (de paso, el portavoz Ricardo Galán también pretende desmentir que haya candidatura por no estar inscrita, algo que sólo le creen en Casa de Nariño). Y, de no ser porque los demás aspirantes a la Primera Magistratura parecen hipnotizados por la popularidad presidencial, otro gallo podría cantar a la hora de una sorpresa en primera vuelta de comicios.

Si Pardo, Gaviria (Carlos), Serpa, Rivera, González y demás precandidatos dejaran el derrotismo y soñaran de veras con la Presidencia en 2006, encontrarían en el comportamiento de Uribe los argumentos electorales para vencer no solo al candidato puntero sino también a las encuestas.