Si hubiéramos querido ser exhaustivos, hubiéramos podido tratar cientos de tribunas, entrevistas y editoriales acerca de las caricaturas de Mahoma y de las reacciones en el mundo musulmán. Esta historia ha llegado a proporciones increíbles en la prensa internacional. La mayor parte de los editorialistas ha comentado el hecho, lo esencial de la prensa mainstream le ha dedicado largos artículos y a veces hasta dossiers especiales. En la inmensa mayoría de los casos, la problemática subrayada por los medios occidentales es la misma: la representación de una lucha entre un Occidente que encarna las libertades y un mundo musulmán, identificado frecuentemente con el mundo árabe-persa, que encarna el oscurantismo. Se trata de una visión de las cosas que enmascara las verdaderas interrogantes que el tema plantea.

Ante todo, veamos una afirmación frecuentemente oída o sobrentendida: las reacciones da algunos musulmanes ante la publicación de estas caricaturas no constituye una amenaza para la libertad de expresión en Occidente. En primer lugar porque las protestas son demasiado minoritarias en los países occidentales, a pesar de sus resonancias mediáticas, como para tener un impacto en las legislaciones que garantizan la libertad de expresión.
La libertad de expresión comprende el derecho a la blasfemia, es un derecho que no puede ser impugnado y que con frecuencia ha servido de revelador del estado de la libertad en una sociedad. Sin embargo, las caricaturas del Jyllands Posten no se limitan a blasfemar. Si algunas, muy inocentes, sólo representan a Mahoma, otras, por el contrario, representan a Mahoma bajo los rasgos de la caricatura racista tradicional desde el 11 de septiembre de 2001 que asocia a musulmanes con terroristas. Ahora bien, si la blasfemia es legal, no lo es la estigmatización de una comunidad debido a su origen étnico o religioso.
Además, aunque ampliamente publicadas en la prensa occidental, las caricaturas han sido poco difundidas en los países musulmanes, por consiguiente han sido ampliamente fantaseadas, lo que no ha ayudado a calmar el debate. Hay que agregar a ello que en los países musulmanes la crisis ha sido agravada por la acción de agentes provocadores. Así, Ahmad Abu Laban, ciudadano danés de origen palestino, miembro de la organización Hizb ut-Tahrir, difundió, para denunciarlas, las caricaturas del Jyllands Posten añadiendo otras tres: Mahoma con una cabeza de cerdo, Mahoma como pedófilo y un musulmán de rodillas, orando, mientras es sodomizado por un perro. Las tres caricaturas estaban acompañadas por textos ofensivos, no para el Islam, sino para los musulmanes. Por lo tanto, las violencias contra las representaciones danesas o europeas en una parte del mundo musulmán, por deplorables que sean, son reacciones más ante las que han circulado o cuyo rumor ha corrido en estos países que a las caricaturas que han visto los europeos. Sin lugar a dudas, entre los manifestantes violentos existen grupos oscurantistas que rechazan totalmente todo lo contrario a su dogma, pero tampoco hay dudas de que este asunto no hubiera llegado a la magnitud que hemos visto en algunos países musulmanes si las poblaciones no se hubieran sentido insultadas como pueblos y de forma grave.

Ahora bien, el punto de vista de los musulmanes no tiene un lugar en los medios mainstream occidentales. No hay preguntas sobre lo que motiva las reacciones, como tampoco sobre el estallido de este asunto cerca de seis meses después de la primera difusión de las caricaturas en el Jyllands Posten. También hay pocas preguntas sobre la orientación política del diario danés. Finalmente, prácticamente se ha ignorado el papel de Abu Laban e Hizb ut-Tahrir, una organización con frecuencia presentada al servicio de los intereses estratégicos estadounidenses o británicos.
Este asunto fortalece en los medios una concepción del Islam como fundamentalmente ajeno a «Occidente». Una vez más, al mismo tiempo que se defienden, los medios occidentales desarrollan un análisis compatible con la teoría del «Choque de Civilizaciones».

El panfletista anónimo conocido como Ibn Warraq, regularmente aplaudido por los neoconservadores por su toma de posición contra los musulmanes, da una visión extremista de lo que los medios prefieren por lo general sólo sugerir en una entrevista al diario alemán Der Spiegel. Considera que los occidentales son demasiado timoratos frente al Islam debido a su complejo colonial y a su sentimiento de culpabilidad. Por el contrario, afirma que Occidente es el faro del mundo en el campo de las libertades y que tienen un desarrollo cultural inigualable. Así, no debe pedir disculpas a un mundo musulmán que permanece en la Edad Media so pena de ver la islamización de Europa.
Este punto de vista es evidentemente compartido por el director del Middle East Forum, Daniel Pipes, en el New York Sun y en el Jerusalem Post. De todas formas, este autor no tenía necesidad de este asunto para presentar, una vez más, un mundo musulmán terriblemente amenazador para las libertades y el modo de vida occidental. Pero esta vez, Pipes está menos aislado que nunca, pues un gran número de editorialistas europeos se apoya en este asunto para presentar a musulmanes que tratan de islamizar las sociedades occidentales y restringir las libertades. El Islam es presentado como un nuevo totalitarismo que amenaza a las sociedades europeas y frente al cual toda vacilación puede ser considerada una actitud de sumisión.

Este triunfo ideológico de Pipes es especialmente sensible en Francia.
Quizás pueda explicarse esta simpatía francesa por este punto de vista por la emoción que provocaría el menor atentado a la libertad de expresión y al derecho a la blasfemia. Después de todo, fue Voltaire quien teorizó sobre aquello de que la reacción a la blasfemia era el revelador de la libertad de una sociedad y el delito de blasfemia fue abolido al mismo tiempo que los privilegios, aquella famosa noche del 4 de agosto de 1789, fecha fundamental de la revolución francesa. Pero, lamentablemente, no recordamos que la prensa francesa mainstream haya reaccionado con tal virulencia cuando el 10 de marzo de 2005 la Conferencia de los Obispos de Francia, mediante la asociación «Creencia y Libertades» hizo prohibir una campaña publicitaria que parodiaba la Última Cena de Leonardo da Vinci con mujeres jóvenes en lugar de los protagonistas masculinos de este episodio bíblico. Por consiguiente, es mejor ver en esta obsesión francesa sobre el tema y sobre la pretendida «amenaza» a la libertad de expresión otra marca del malestar de los medios dominantes con respecto a todo lo referente al Islam y a los franceses de origen africano o árabe.
Como señalamos en su momento cuando el caso «acerca» del velo, o durantelas revueltas en algunos centros urbanos franceses en noviembre pasado, los medios franceses han desarrollado una obsesión de identidad que rechaza la afirmación social y política de las que a partir de entonces son llamadas «minorías visibles». La reacción ante los movimientos que reclaman la igualdad de todos los ciudadanos o una aceptación de los delitos cometidos por Francia en su período colonial es la estigmatización regular de estas minorías presentadas como comunitaristas o inasimilables. Dado que estas poblaciones son con frecuencia musulmanas, el Islam se ha convertido en un blanco preferencial, tanto más cuanto que la denuncia del «peligro musulmán» encuentra eco internacional en la teoría del «Choque de Civilizaciones».
Por otra parte, las caricaturas danesas fueron publicadas en Francia por el diario France Soir, diario conservador que pierde su dinamismo, lo que valió al director de la publicación, Jacques Lefranc, ser despedido por el propietario de la misma, el empresario franco-egipcio Raymond Lakah, sin dudas por temor a un boicot contra sus negocios. Se trata de un reflejo corporativista que amplificó la reacción de la prensa francesa.

Si bien en Francia algunos como el director de Le Monde des religions, Jean-Paul Guetny, se distanciaron de la publicación de las caricaturas danesas enfatizando su racismo, la mayor parte de las élites mediáticas apoyan la reproducción de los dibujos como un acto de resistencia frente a un «totalitarismo verde». El editorialista de Le Figaro, Yvan Rioufol, habla así de «nazislamistas» para designar a los manifestantes que protestan contra la publicación de las caricaturas danesas. Se trata de un nuevo término que viene a añadirse al «fascislamismo» de Bernard Henri Lévy o al «islamofascismo» de Franck Gaffney que identifican al Islam con el fascismo. El ex ministro de Educación, Luc Ferry, llega aún más lejos cuando declara al respecto en la emisora radial RTL: [«En el fondo, hay algo más espantoso aún que es casi el equivalente al ascenso del nazismo, quizás aún peor porque son más numerosos, aunque con objetivos más o menos comparables.».
Del otro lado del tablero político no se quedan tampoco atrás en la agitación de la amenaza islámica, pues Jacques Julliard, el editorialista del semanario de centroizquierda Le Nouvel Observateur, declara: «Lo que nos piden los integristas del Islam es que renunciemos a ser nosotros mismos».
El filósofo mediático Alain Finkielkraut comparte este punto de vista en Libération.
Fortalecido por su estatus de historiador, el ex diputado socialista y cofundador del Movimiento de los Ciudadanos, Max Gallo, analiza en Le Figaro los riesgos que la tentación del «apaciguamiento» haría pesar sobre las sociedades occidentales. Es de la opinión de que si «Occidente» cede a la tentación de querer respetar demasiado al otro aceptará abandonar sus principios democráticos, y concluye esgrimiendo la manida, pero, duradera amenaza, de un nuevo acuerdo de Munich.

Ahora bien, sin lugar a dudas, el editorialista francés que más ha dado de qué hablar ha sido Philippe Val, director del semanario satírico Charlie Hebdo. Anunciando a bombo y platillo que reproduciría las caricaturas danesas y otras después de la destitución de Jacques Lefranc en France Soir, Philippe Val se vio beneficiado por una campaña de comunicación sin precedentes para este semanario lo que le permitió romper sus records de venta. Ampliamente invitado o entrevistado, Philippe Val pudo igualmente desarrollar la problemática de que tanto gusta: la amenaza a las libertades occidentales frente al peligro musulmán.
Para este número especial de Charlie Hebdo, Philippe Val redacta un singular editorial. Así, no construye un razonamiento, sino redacta un glosario en el que comenta aspectos de la actualidad o conceptos, sin tener que relacionarlos entre sí, de modo que el autor funciona por asociación de ideas sin tener que justificar estas asociaciones. Justifica su decisión de publicar las caricaturas danesas afirmando que la libertad de caricaturizar es esencial en una democracia y que la representación de las personas y los conceptos es esencial para la reflexión (aspecto que no desarrolla mucho y que podría hacer pensar que la no representación de Mahoma por parte de los musulmanes les impide poner en duda sus dogmas). Se limita a justificar la reproducción de los dibujos mediante el derecho a la blasfemia y rechaza implícitamente, sin mencionarlo, el carácter racista de algunos de ellos. Por el contrario, invierte el argumento: si se ve en la caricatura de Mahoma con una bomba como turbante una identificación de todos los musulmanes como terroristas, es porque no se comprende que esta caricatura representa la forma en que los terroristas ven a Mahoma. ¡Queda probarlo!
Mediante este glosario, Philippe Val identifica igualmente a los manifestantes con los islamistas y a los islamistas con los nazis, recordando improvisadamente que ya Dinamarca se había negado a entregar a los judíos al Reich nazi en 1940 o refiriéndose, una vez más, a los acuerdos de Munich de 1938.
A lo largo de este editorial se dibuja, mediante pequeñas salpicaduras, el retrato de un Charlie Hebdo como un valeroso defensor de la libertad de expresión amenazada por un nuevo fascismo que amenaza tanto a las democracias como a las poblaciones musulmanas. En este último punto, Philippe Val se distancia de algunas de sus recientes declaraciones en que acusaba a los musulmanes de no hacer lo suficiente en la lucha contra el islamismo. Tampoco retoma su acusación, pronunciada el lunes 6 de febrero de 2006 en la emisión de France Inter, Charivari, según la cual las revueltas se producían ahora pues Siria e Irán estaban acorralados y se iniciaba el proceso de Zacarías Mussaui. En resumen, sin decirlo claramente, imaginaba un posible vínculo entre Damasco, Teherán y Al Qaeda, y reprochaba la complacencia del mundo musulmán en cuanto a esto.
Tras la publicación de Charlie Hebdo, el presidente francés Jacques Chirac condenó «las provocaciones», sin citar explícitamente al periódico.

Este llamado a la calma del Elíseo viene a hacerse eco de cierto número de posiciones diplomáticas europeas que reafirman la libertad de expresión, pero que llaman a la responsabilidad de la prensa y que desean se calmen los ánimos.
_El International Herald Tribune publica un llamado en este sentido de los primeros ministros español y turco, José Luis Rodríguez Zapatero y Recep Tayyip Erdogan, quienes llaman a la tolerancia y al respeto de los individuos. Recuerdan que la publicación de las caricaturas es legal y que la libertad de expresión no debe ser cuestionada, pero condenan moral y políticamente su publicación que ha encendido la pólvora. Una vez más, hacen un llamamiento a la alianza de civilizaciones contra el choque de civilizaciones.
El mismo día, el diario publica igualmente la adaptación de una entrevista que concediera el intelectual suizo musulmán Tariq Ramadan a Global Viewpoint y que al día siguiente sería publicada por el periódico árabe Asharq Al Awsat. Considera que hay tres elementos fundamentales en este asunto: que los musulmanes no representan a los profetas, que los musulmanes no se ríen de la religión sino que, por el contrario, la ironía sobre las religiones y la blasfemia forman parte de la cultura europea. Considera por lo tanto que los musulmanes deben aceptarlo. Acerca de los dos primeros puntos, Tariq Ramadan expone más el punto de vista de la corriente a la que pertenece que el de los musulmanes; los chiítas representan a Mahoma, y la tradición otomana, aunque sunita, ha representado a Mahoma con regularidad.
El islamólogo llama a los musulmanes a contenerse y les pide que se abstengan de llamar al boicot. Por otra parte, pide que se respete la sensibilidad de los musulmanes en Europa y que si nadie está en contra del derecho a una libertad de expresión total, este derecho va acompañado de un necesario sentido de las responsabilidades.

En una tribuna difundida en la prensa árabe por las embajadas danesas y publicada por Oumma.com, el redactor jefe del tabloide danés Jyllands Posten, quien encargó y fue el primer difusor de las caricaturas, Carsten Juste, pide excusas a las poblaciones cuya sensibilidad haya podido ser herida. Sin embargo, su intento por calmar los ánimos no está desprovisto de ambigüedad. Juste dice lamentar lo que considera ser una diferencia de apreciación relacionada con las diferencias culturales. Afirma que sus caricaturas tenían por único objetivo probar la libertad de expresión en su país, no herir la sensibilidad de los musulmanes. Por lo tanto, el redactor jefe niega implícitamente el carácter racista de algunas caricaturas. Insiste igualmente en el hecho de que algunos de los dibujos difundidos en el mundo árabe-musulmán (los difundidos por Abu Laban) no fueron publicados por su periódico. Si se excusa, el autor plantea implícitamente el problema como un enfrentamiento entre una cultura europea de mente abierta y una cultura musulmana demasiado susceptible cuando del Islam se trata.

En la prensa árabe o musulmana se lamenta la actual situación.
El redactor jefe de Al Quds Al Arabi, Abdel Bari Atouan, deplora las violencias, pero llama también al boicot por considerar que únicamente eso será comprendido por países occidentales mercantiles. Considera que el llamamiento al respeto de la libertad de expresión total no es más que la hipocresía con que se encubren editorialistas y dibujantes racistas. El autor no comprende la falta de respeto hacia las religiones y estima que es ante todo el Islam el objetivo: si en Europa se es condenado por palabras revisionistas sobre el Holocausto y si no se puede acusar a alguien sin pruebas, ¿por qué se tiene el derecho de insultar a los musulmanes? ¿Cómo se fijan los límites de la libertad de expresión en Europa?
La redactora jefa de la revista británica musulmana Emel magazine, Sarah Joseph, comenta en The Guardian la reacción de sus lectores tras la publicación de las caricaturas danesas. Según ella, la cólera que suscitan estos dibujos no es únicamente por los mismos, sino por la acumulación de denigración que afecta a los musulmanes. Preocupada, aprovecha la proximidad de las recientes conmemoraciones de la Shoah en el Reino Unido para recordar que el genocidio judío fue la consecuencia de una larga campaña de deshumanización de esta comunidad, por lo que no hay nada de anodino en la estigmatización sistemática de una población.

No son los musulmanes los únicos en apuntar el carácter racista de estas caricaturas.
En el sitio Counterpunch, el periodista británico Robert Fisk considera que se trata de dibujos racistas y que el debate no tiene nada que ver con la laicidad o la libertad de expresión. El problema no es que estos dibujos se burlen del Islam, sino que representan a Mahoma como a un Bin Laden de antes de tiempo. Además, los medios que preconizan la libertad de expresión, ¿acaso publican las caricaturas de la religión cristiana o judía?
El escritor israelí Bradley Burston también condena las caricaturas en Ha’aretz. Para él, constituyen instrumentos racistas para afirmar que todos los musulmanes son árabes y que todos los árabes son terroristas. Sin embargo, rápidamente, invierte los argumentos: si estas caricaturas son racistas y merecen una condena, los actos cometidos por los árabes en su reacción son igualmente racistas y con frecuencia han conducido a declaraciones antisemitas. De esta forma, el autor termina por poner en el mismo plano las caricaturistas y los árabes.

Aunque sin muchos comentarios, la difusión en el mundo árabe de falsas caricaturas que sirven para atizar la cólera, y la diferencia temporal entre la primera publicación y las actuales manifestaciones, han suscitado interrogantes a las cuales los medios conservadores han encontrado rápidamente una respuesta: las manifestaciones son utilizadas por los adversarios del momento. Así, Washington acusó a Siria e Irán de ser los organizadores de las manifestaciones violentas.

Sin embargo, no son estos dos países los únicos cuestionados. El diario neoconservador, el Wall Street Journal, publica así dos tribunas en las que designa a sus culpables.
Para el experto del gabinete de relaciones públicas Benador Associates, Amir Taheri, se trata de un golpe mediático de los Hermanos Musulmanes retomado a continuación por movimientos islamistas competidores y por el poder sirio. Ignorando el papel desempeñado por Abu Laban, afirma que todo partió de la fatwa pronunciada contra las caricaturas por el predicador Yussuf al Qaradawi y que Hizb ut-Tahrir lo que hizo fue seguir el movimiento. Teniendo en cuenta la cronología de los hechos, esta afirmación no se sostiene y esta tribuna parece destinada a ser un cortafuego preventivo para enmascarar el papel de Hizb ut-Tahrir. El autor trata a continuación de desmontar los argumentos sobre los Hermanos Musulmanes impugnando las declaraciones de Tariq Ramadan sobre la prohibición de la representación del profeta Mahoma y sobre la ausencia de escarnio en cuanto a las religiones en la tradición musulmana. Así, el razonamiento del autor se muerde la cola: si Tariq Ramadan llama a la moderación, mientras que, según el autor es un Hermano Musulmán, ¿cómo puede afirmarse que son los Hermanos Musulmanes los que encienden el fuego? Y si no es miembro de esta organización, como Ramadan afirma desde hace tiempo, ¿por qué citar estos argumentos para condenar el razonamiento de este movimiento?
En las versiones impresas del Wall Street Journal, The Age, y Ha’aretz, la conductora del sitio Muslim Refusnik, Irshad Manji, ve en esta agitación la mano de dirigentes árabes que desean así desviar su opinión pública de los problemas internos. Denuncia su hipocresía, pero considera que están capitalizando una incapacidad de los musulmanes para responder al humor de otra forma que no sea con la violencia.