La propuesta de Ollanta Humala de convocar a una Asamblea Constituyente ha promovido públicos jalones de cabellos de no pocos políticos. Dicen que atentaría contra la “gobernabilidad”, resentiría el sistema democrático y monsergas de ese calibre. La verdad es otra: de haber una Asamblea Constituyente, existiría un cuerpo político paralelo al Congreso que se elegirá el 9 de abril y, como es previsible, los celos y miedos cervales, forman parte de quienes ven en el Parlamento una tabla de salvación para sus miserias humanas, morales y materiales.

En el libro Gobernabilidad democrática, económica y social de Javier Tantaleán y Pierre Vigier hay una notable definición: “En este ensayo, la gobernabilidad democrática, económica y social debe ser entendida como un objetivo a a alcanza; como una condición necesaria para el adecuado funcionamiento del Estado nacional y de la sociedad, en el marco de los derechos y obligaciones establecidos en la Constitución nacional y las diferentes leyes que regulan el funcionamiento interno y las relaciones tanto del Estado con la sociedad, como las intraestatales e intrasocietales; y como circunstancia resultante en un momento dado de las características y modo de funcionamiento de las estructuras básicas: institucionales, económicas y sociodemográficas, y del grado de conflictividad y consenso existente en las prácticas relacionales de los actores.” p. 45 ¿Una Asamblea Constituyente conspiraría entonces contra lo definido en líneas anteriores, según la palurda exclamación de cierta gente?

Si de lo que se trata es de llegar a los atisbos o definiciones de un nuevo Contrato Social a través de una Asamblea Constituyente, no es posible encuadrar las críticas contra ésta si no es hurgando un poco más en las verdaderas razones que motivan semejantes estereotipos tempranos pero reveladores. Casi es una verdad apotegmática que la Carta Magna de 1993 es un mamarracho llave en mano que se dio el fujimorismo delincuencial. Pero no deja de ser también cierto que la de 1979 hoy en día no puede ser reivindicada al pie de la letra so peligro de caer en mecanicismos peligrosos y poéticos pero profundamente divorciados de la agresiva realidad contemporánea.

En 1991, en Colombia, se convocó a Asamblea Constituyente en paralelo al funcionamiento de las Cámaras de Senadores y Representantes. Recuerdo bien conversaciones con legiferantes de la nación norteña. Y para ellos la preocupación fundamental radicaba en la pérdida de “corbatas”, forma colombiana en que se designa la influencia que ejercen quienes tienen algún tipo de mando. No era la “democracia” y mucho menos el bienestar del pueblo el que preocupaba a los parlamentarios ¡era la disminución de capacidad manipulatoria y de custodia de sus feudos personales o de cacicazgo político!

Con una Asamblea Constituyente en funciones y en paralelo, se produciría una competencia mediática para ver quién atrae más los fanales de la noticia y entonces también hay un problema de presupuesto. Si hay una Constituyente, ¿para qué queremos un Congreso? Siendo que unos y otros gozan, si así se puede decir, de la poco envidiable condición de ser odiados por el pueblo por su fama de haraganes, logreros, irresponsables y fenicios. Basta con recordar el refrán popular: ¡no es el amor al chancho, sino a los chicharrones!

La genuina preocupación de los políticos y todas sus taifas y pandillas radica en que un paralelismo debilita lo que ya de por sí es anémico y sistémico desprestigio institucional como lo es el del Congreso. Además, una nueva Constitución arrasaría o modificaría múltiples contratos-leyes, pactos tributarios y la famosa “estabilidad jurídica” tendría muy serios reparos. Nótese que hay mucho mar de fondo en que aquellos acostumbrados a la paz del silencio cómplice para seguir gozando de sus millones ilegales, sienten que cualquier cosa que les mueva el piso, “atenta” contra la (su) “democracia” y la “gobernabilidad”. ¡No hay duda, Perú es un país de juguete!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!