El conflicto de Darfur es especialmente complejo y abarca un gran número de posibilidades de apreciación. Ante todo, la violencia tiene un origen local y está relacionada con la confrontación tradicional que opone las tribus pastoriles a las de agricultores sedentarios. Estos conflictos han jalonado la historia de Darfur, pero desde hace 20 años la región ha conocido una espectacular explosión demográfica (pasando de de tres a seis millones de habitantes) lo que hace más aguda la lucha por el control de los recursos. Una mortífera guerra había afectado ya a la región a finales de los años 80 sin nunca extenderse verdaderamente. A esta dimensión local vienen a añadirse problemáticas nacionales. Así, se han visto en Darfur las consecuencias del juego de poderes entre facciones en Sudán, un país que en realidad nunca ha conocido la paz desde la independencia en 1956. La guerra que opone el gobierno de Jartum a los rebeldes del Sur, del Ejército de Liberación Popular de Sudán, ha tenido así frecuentes repercusiones en Darfur, pues el movimiento del fallecido John Garang apoyó en el pasado a los movimientos rebeldes de Darfur contra las fuerzas gubernamentales y las milicias a ellas asociadas. Se puede añadir una dimensión regional a la crisis de Darfur ya que Libia y Chad intervinieron en el conflicto (los vínculos del presidente chadiano, Idriss Deby, están dados por haber sido desde esta región que realizó su ofensiva para tomar el poder en N’Djamena en 1990, imitando lo que su predecesor, Hissen Habré, también había realizado antes). Finalmente, señalemos que Sudán no ha dejado de desarrollar su producción petrolera durante estos últimos años. China está allí fuertemente implantada con decenas de miles de obreros chinos. Chevron está igualmente implantada en el Sur, así como TotalFina-Elf. La producción petrolera puede aún considerarse como media en comparación con los grandes campos de extracción petrolera, pero los sudaneses tienen la ventaja de estar aún poco explotados y podrían continuar suministrando petróleo durante unos quince años.

La extrema complejidad de la situación no es lo que sobresale en los análisis y comentarios de la prensa mainstream occidental, sobre todo en los Estados Unidos. Los analistas mediáticos estadounidenses tratan la cuestión de Darfur únicamente desde el punto de vista del conflicto étnico, o más precisamente del «genocidio» de los «africanos» por parte de los «árabes». Si bien el conflicto conduce a masacres masivas que afectan cruelmente a las poblaciones sedentarias, es falso pretender que la oposición está dada a partir de bases étnicas o «raciales» y que esta división es la fuente del conflicto. En efecto, las poblaciones sedentarias y nómadas son todas poblaciones negras y arabizadas (desde hace más o menos largo tiempo) que se han mezclado ampliamente. Sin embargo, esta distinción entre poblaciones permite desarrollar una retórica mucho más movilizativa para la opinión pública occidental y enmascara tras la emoción y el pavor los intereses petroleros en Sudán.

Desde principios del mes de febrero, Estados Unidos ocupa la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU, y desde los inicios de la misma la cuestión de Darfur, que había desaparecido ampliamente de las primeras planas, ha recuperado una importancia de primer plano. Los responsables estadounidenses han multiplicado así las declaraciones que reclaman una intervención militar masiva. El 3 de febrero, la secretaria de Estado adjunta para los Asuntos Africanos, Jendayi Frazer, declaró a la prensa que Estados Unidos consideraba aprovechar la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU «para tratar de fortalecer la tarea de la Unión Africana en Darfur». Luego, progresivamente, y con el apoyo de Kofi Annan, Estados Unidos llamó a un despliegue de las tropas de la OTAN, es decir, a la aplicación de un viejo reclamo de Washington.

Estas declaraciones oficiales van acompañadas de tribunas en la prensa, provenientes principalmente de las filas de los demócratas o de organizaciones allegadas a George Soros, y que llaman a un compromiso de Estados Unidos en el conflicto, movilizando una retórica cercana a la empleada en el pasado para justificar el bombardeo de Serbia como reacción a los problemas en Kosovo.
El líder de la minoría demócrata en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, el senador demócrata por Delaware, Joseph R. Biden Jr, no hace un misterio de este parentesco. Así, en el Baltimore Sun y en el Gulf News, pide una operación de la OTAN dirigida por los Estados Unidos comparable a las operaciones en Bosnia y Kosovo. Retomando la retórica del deber de injerencia, o de su versión más reciente, la «responsabilidad de protección», asegura que Jartum ha perdido de hecho toda soberanía al atacar a su población. A partir de ahí, la suerte de las poblaciones de Darfur es responsabilidad de la colectividad de naciones civilizadas, cuya encarnación sería la OTAN.
Los autores de un informe de la ONG Physician for Human Rights dedicado a Darfur, John Heffernan y David Tuller, llaman también a una movilización internacional en el San Francisco Chronicles. Para ellos, no hay dudas de que el gobierno de Jartum es el único responsable. Por consiguiente, los autores piden que sea instaurado ya un sistema de compensación para las víctimas, siendo considerado el gobierno sudanés el único responsable. Señalemos que Heffernan es igualmente miembro del Partido Demócrata (fue presidente del National Democratic Institute for International Affairs en Guyana) y dirigió la Coalition for International Justice en Washington. Esta última organización tuvo un papel fundamental en la organización de los procesos sobre la ex Yugoslavia y fue fundada por George Soros.
Referencia imprescindible en la prensa estadounidense cuando se trata de Darfur, el demócrata John Prendergast, miembro igualmente del International Crisis Group, del que George Soros es administrador, denuncia la actitud de Estados Unidos en Darfur en Los Angeles Times en coautoría con el actor Don Cheadle. Ambos reprochan especialmente la complacencia de la CIA con respecto a Salah Abdallah Gosh, jefe de los servicios secretos sudaneses. Gosh es presentado como ex socio de Osama bin Laden y como uno de los responsables del «genocidio» en Darfur. Para Prendergast y Cheadle, no hay dudas de que Estados Unidos debe intervenir en Sudán a fin de restaurar su liderazgo moral.

Sin embargo, esta retórica no parece prender fuera de los Estados Unidos. Incluso el tradicional aliado británico parece tener otra línea de conducta diferente a la de Washington. Así, el ministro de Relaciones Exteriores de Tony Blair, Jack Straw, brinda una imagen muy diferente de la situación en Darfur en una tribuna publicada por el International Herald Tribune. Desde Abuja, en Nigeria, donde se realizan las negociaciones entre los movimientos rebeldes de Darfur y las autoridades sudanesas (negociaciones totalmente ignoradas por los analistas de la prensa estadounidense), el jefe de la diplomacia británica presenta los acontecimientos de Darfur no como un genocidio, sino como una guerra civil de la que es víctima la población. Para Straw, es comparable la actitud de las autoridades de Jartum y de los rebeldes. Por otra parte, se muestra especialmente virulento contra los rebeldes de Darfur que no participan en las negociaciones y son, en su opinión, responsables de la mayor parte de las violaciones de cese al fuego.
En AlarabOnline, el vocero del Ejército de Liberación de Sudán (nuevo nombre del Ejército de Liberación de Darfur), Aissam Eddine Al Hajj, aplaude el discurso de Jack Straw en Abuja, pero lo vacía de sentido. Afirma así que son las autoridades de Jartum las únicas responsables de la crisis y que es eso lo que quiso destacar el Ministro.

En el mismo diario, el periodista Moukhtar al Dobabi rechaza igualmente el punto de vista estadounidense y ve en este repentino activismo de Washington alrededor de la suerte de Sudán una maniobra destinada a hacer estallar el país. Es de la opinión de que la voluntad de hacer intervenir fuerzas no africanas en Darfur debe comprenderse como una nueva voluntad de dividir un país productor de petróleo. Recordando el precedente iraquí, el autor estima que los Estados Unidos han demostrado su voluntad de atacar a todos los Estados petroleros árabes a fin de dividirlos. El periodista alerta a las minorías étnicas sudanesas: al prometer defender sus derechos, Washington trata de dominarlos.