Si hay una sentencia infeliz por desgraciada y vulgar, es aquella que reza en nuestros pagos así: ¡la política es sucia! Y la certidumbre de su profundidad relativa se grafica en que buena parte de nuestra fauna política está metida hasta el cogote en contubernios, estafas, aprovechamientos indebidos, vida fundamentada en glorias ajenas, uñas largas en la cosa pública, impresionante incapacidad de reaccionar con honestidad ante los fraudes y los robos más escandalosos y una falta casi total de escrúpulos. La taradocracia fujimorista es de cloaca y maloliente, pero los que militan también en la taradocracia ¡aunque se digan demócratas, tarados y máculos se quedan!

Esto comporta un reto que tiene la misma edad que nuestra vida como país independizado, nominal que no espiritualmente, de la España colonial. Vale decir, el desafío de dignificar la política es el mismo que llevó a las juventudes peruanas de 1930-31, capitaneadas por ese magnífico adalid que fue Víctor Raúl Haya de la Torre a insurgir desde aquellos años transitorios y decisivos para la democracia peruana, hasta el sacrificio frente a los pelotones de fusilamiento que se armaron en Chan Chan en 1932, para castigar la rebeldía civil. ¡Sostengo que el 2000, a posteriori de la barbarie fujimorista, es nuestro 1931!

Y esto significa organizarse en forma de partidos, con líderes decentes, morales, integérrimos. Capaces de cuestionar el estado actual de cosas y no ceder ante las tentaciones inmediatas de una forma de vida política corrupta como la actual. Por ejemplo, la tarea de los congresistas debería entenderse como la de unos hombres y mujeres dispuestos al sacrificio de una labor legiferante y no, como el vigente y "arduo" cometido de cobrar los 15 y los 30, aunque sean unas notorias nulidades en todo el concepto de la palabra.

Dignificar la política es comprender que el ejercicio de la cosa pública no puede estar en manos de aventureros novísimos que quieren "saber" cómo es el asunto. De lo que se trata es de encargar, vía el voto popular, a los más capaces y probos, de acendrada trayectoria democrática, insospechables de contubernios pasados o potenciales futuros, la responsabilidad del reordenamiento del país y la puesta en marcha de varios gobiernos para los próximos 50 años.

Adecentar la política es no votar por los idiotas que requieren de sustancias extrañas o infaltables medios de comunicación, por los que sienten pasión enfermiza, para diz que formular sus planes políticos porque están "capacitados para gobernar". El país, el Perú, su población, juventud y presente, necesitan en esta hora crucial, acabar con los monos con metralleta de la política nacional.

Los que hoy llegaron al gobierno, por la casualidad y la fortuna, están obligados a entender la transitoriedad de su mandato coyuntural. Si así no fuere, galopamos, con velocidad de corceles endiablados, hacia el derrotero de un desmadre de imprevisibles consecuencias.

Dignificar la política presume de clarificar nuestras aspiraciones como país y la ambición de ser, algún día, una nación en la andadura de producir para exportar con valor agregado y tener a líderes que enseñen con orgullo su peruanidad democrática y limpia.

La revolución política nace en la revolución moral que urge en el Perú. Es cierto que no tenemos el formidable contingente de adalides que el Perú alguna vez con orgullo pudo mostrar a Latinoamérica. Al lado de Haya de la Torre, estuvieron Manuel Seoane, Luis Alberto Sánchez, Ramiro Prialé, Luis Heysen, Andrés Townsend, Armando Villanueva. En otras tiendas, Víctor Andrés Belaunde, Fernando Belaúnde, Luis E. Valcárcel, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, José Gálvez, Javier Ortiz de Zevallos y muchos otros cuya lista sería interminable e incompleta.

¡Hagamos nuestro 1931 en el 2000 y alcemos la mirada generosa en esperanzas, pletórica de metas, ambiciosa y sana por la voluntad libérrima de los peruanos de hoy, que creemos y amamos la democracia, que luchamos por ella y que queremos construir con ira un país de gran dinámica y destruir con odio, la infamia y ruindad que nos dejan los inmorales ladrones que cada cierto tiempo se hacen del gobierno en el Perú.

*Liberación, 27-11-2000