El presidente saliente consolidó el modelo de acumulación de riquezas en un reducido sector que desprecia al ciudadano y al entorno natural.
Cuando asume la nueva Presidenta de la República, es necesario advertir uno de los mayores desafíos que Michelle Bachelet deberá cumplir de acuerdo con sus promesas de campaña: mejorar la situación ambiental de Chile. Según un ranking internacional en esta materia elaborado por un equipo de expertos de las universidades de Yale y Virginia con la colaboración del Foro Económico de Davos y la Comisión Europea, nuestro país ocupa el lugar 26, detrás de Costa Rica y Colombia en América Latina.
Estos resultados ponen optimistas a las autoridades políticas que han sostenido una estrategia de desarrollo económico que atenta contra la conservación de nuestros recursos naturales. Por más que estos indicadores dejen contentos a los administradores de un modelo nefasto para el medioambiente, lo cierto es que durante el mandato de Ricardo Lagos Chile experimentó una serie de graves conflictos medioambientales.
Por ejemplo, producto de la instalación de una planta de celulosa en Valdivia se acabó la vida en el Santuario de la Naturaleza Carlos Andwanter. Ahí, la empresa Celco, de Anacleto Angelini, contaminó las aguas del río Cruces destruyendo el hábitat natural de cientos de cisnes de cuello negro.
Otro caso paradigmático del deterioro ambiental lo constituye el estado de conservación de los recursos marinos. Desde que se aprobó la Ley Corta de Pesca en 2002, la biomasa de merluza disminuyó en un 80% y de paso terminó con el trabajo de miles de pescadores artesanales que se vieron postergados, porque la legislación privilegió al sector industrial.
Conociendo esta realidad, Bachelet prometió durante su campaña presidencial la creación del ministerio del Medio
Ambiente, a la vez que suscribió compromisos que incluso la llevaron a oponerse a Pascua Lama antes de conocerse las resoluciones finales acerca de este devastador proyecto minero. Sin embargo, esto es sólo una declaración de buenas intenciones cuando se constata -con la conformación de su primer gabinete- que la Presidenta electa seguirá con las mismas políticas económicas empleadas hasta ahora por los gobiernos de la Concertación.
Lagos consolidó la apertura irrestricta de la economía y con ello un modelo de acumulación de riquezas en un reducido sector de la sociedad. El esquema de concentración económica chileno, basado en la acelerada conversión de capital natural en capital financiero, explica porqué nuestro es uno de los más desiguales del mundo y también el grave deterioro ambiental de Chile. El caso Celco, Pascua Lama o el impacto de la salmonicultura son claros ejemplos de la predilección por las grandes inversiones, atentando contra el resguardo de la naturaleza y de las comunidades locales.
Este modelo desprecia al ciudadano y al entorno natural.
Este esquema es el que reproduce Michelle Bachelet en su programa de gobierno, ya que por más que se esmere en crear instancias de participación y de debate técnico como se podría esperar con el ministerio del Medio Ambiente los intereses económicos priman por sobre cualquier otra consideración.
Por lo tanto, mejorar la nefasta herencia de Lagos implica un esfuerzo mayor que la creación de una secretaría de Estado o la intención de reformar la institucionalidad ambiental.
Para saldar la deuda con el medioambiente, se requiere un proceso de transformación profunda de la actual estrategia de desarrollo, pero lamentablemente Michelle Bachelet carece de la voluntad política para llevarlo adelante.
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