“Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”Miguel de Cervantes

Desde el surgimiento mismo del sistema capitalista hace ya más de tres siglos, repetidamente se han venido levantado voces opositoras contra las injusticias que el mismo trajo. Las rebeliones obreras espontáneas, las primeras organizaciones sindicales, el anarquismo, el surgimiento de la teoría marxista -por mencionar hitos en esta larga historia de luchas- las reacciones nunca faltaron. El socialismo científico que instaura Karl Marx seguramente fue el instrumento conceptual más elaborado en esa heroica historia, por eso mismo el más combatido.

El siglo XX vio los primeros triunfos socialistas: Rusia, China, Cuba, los países africanos liberados de sus colonizadores, Vietnam, Corea del Norte, Nicaragua (dudaríamos de poner en la lista los países del este europeo). Lo cierto es que para fines de la década del 80 del pasado siglo, un tercio de la población mundial vivía en sistemas que entrarían bajo la noción amplia de “socialistas”.

Luego vino el derrumbe. Por una suma de motivos, internos y externos, hacia los años 90 el campo socialista repentinamente pareció extinguirse. La propaganda capitalista terminó de hacer el resto; todos llegamos a creernos que “la historia había terminado”, tal el pomposo anuncio con que se presentó el asunto.

¡Pero no había terminado! Como dijo Cervantes: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.
Aquello por lo que el ya tan extenso ideario socialista venía peleando desde hacía más de 150 años de ningún modo había terminado: las injusticias, la explotación de clase, no habían terminado. ¿Por qué iba a desaparecer entonces su expresión política, el socialismo?

No había terminado, en modo alguno; pero la forma en que las circunstancias políticas fueron presentadas ante la caída de la Unión Soviética y del muro de Berlín -símbolo de la caída de todas las protestas, según el discurso oficial del así llamado “mundo libre”- pudieron hacer creer que caía también el espíritu contestatario.

Sin dudas esas circunstancias políticas trajeron enormes reacomodos en el plano internacional y en las luchas del campo popular a nivel mundial. En lo inmediato, esas luchas cesaron, se silenciaron. Con honrosas excepciones como el caso de Cuba, muchos gobiernos de izquierda giraron a la derecha, movimientos guerrilleros se vieron forzados a deponer las armas, y conquistas laborales históricas se vieron echas a un lado por el gran capital exitoso. Efectivamente habían “terminado” las luchas por un mundo más equitativo. Pero sólo en lo inmediato. ¿Por qué iban a terminar en la historia?

Sin dudas, también, el golpe fue fuerte y se hizo sentir. Cayeron paradigmas, verdades que se tenían por inconmovibles se resquebrajaron, se vivió un vacío conceptual. Se pudo llegar a pensar que había algún error de base en toda la teoría socialista: ¿era cierto, entonces, el darwinismo social?, ¿la experiencia demostraba la inviabilidad del socialismo?, ¿eran puras fantasías juveniles las ideas de revolución y mundo nuevo?

Si efectivamente el campo popular por algún momento pudo creerlo, la misma dinámica de las luchas sociales evidenció que la historia no estaba terminada. Las injusticias siguieron, y por tanto siguieron también las voces de protesta.

Pero con el comienzo del actual siglo, distintamente a lo que ha venido sucediendo en estos últimos 200 0 300 años, la vanguardia política, las ideas de avanzada ante el nuevo escenario mundial no partieron de Europa sino de América Latina. Hoy, ya transcurridos varios años del nuevo siglo, parece que el socialismo ha revivido, y es en esa región del mundo donde se está llevando a cabo el proceso de renacimiento.

Habría que precisar, con mayor rigor, que en realidad el socialismo, en tanto expresión de una lucha perpetua por la búsqueda de mayores cuotas de igualdad social, nunca murió. Cayeron las primeras experiencias que el siglo XX fue construyendo, lo cual no lo invalida en su conjunto, y mucho menos da por vencedor al sistema capitalista. Los problemas básicos de hambre, atraso, discriminación, de la guerra como constante recurrente en la historia, de exclusión social y de uso irracional de los recursos no han desaparecido ni es posible que desaparezcan bajo esos paradigmas. El capitalismo no puede traer su solución por la más que elemental razón que no está basado en la solidaridad, en la búsqueda del beneficio colectivo. El socialismo, aún con todas sus cuestionables lacras en los primeros pasos dados -que, sin dudas, las tuvo, debiendo ser revisadas- demostró un mayor espíritu de preocupación social.

Hoy, haciendo la lectura crítica de esos primeros pasos y tratando de extraer conclusiones superadoras, en América Latina comienza a hablarse nuevamente de socialismo. Lo cual en sí mismo ya es un movimiento de trascendental importancia. La Revolución Bolivariana que se desarrolla en Venezuela con su llamado al socialismo del siglo XXI es, sin dudas, la punta de lanza en ese proceso.

Volver a hablar de socialismo, de propiedad colectiva, de antiimperialismo, de cooperativas, de poder popular, del Estado tomando a su cargo políticas sociales; poner una valla al discurso neoliberal y privatista que nos tuvo invadidos estos pasados años es un enorme paso hacia delante.

¿Podemos decir, entonces, que retorna el socialismo? Sin dudas que sí.

Seguramente no retornará el mismo modelo, criticable por cierto, que llevó a su propia implosión. No retornarán los excesos de verticalismo, de partido único omnipotente, de “dictadura del proletariado” más basada en la dictadura que en el proletariado. La experiencia enseña, y el campo de la izquierda ha venido replanteándose críticamente todos estos elementos que nos dejaron los primeros pasos del socialismo del siglo XX.

En América Latina, desde hace ya algunos años y fundamentalmente luego del proceso venezolano, pareciera que los pueblos van perdiendo el miedo dejado por décadas de dictaduras y guerras sucias. Aunque se buscó destruir todo vestigio de organización social, de memoria histórica, se intentó desideologizar toda expresión de protesta y vaciarla de contenido político, ahí están los pueblos nuevamente reagrupándose y retomando banderas tradicionales de reivindicación.

Es muy prematuro aún para decir hacia dónde conducirá este despertar. La idea de una verdadera integración como subcontinente a partir de premisas de corte social -el ALBA, o un Mercosur más “nacionalista y antiimperialista”- parece ir ganando fuerza. Tampoco está claro si todos los gobiernos con talante socializante que van apareciendo en la región se profundizarán hacia posiciones más radicales, llevarán administraciones tibias sin tocar los intereses del gran capital nacional o internacional, o terminarán trabajando para éste. Pero no hay ninguna duda que se está dando un despertar con posiciones impensables hace apenas una década, o menos aún.

Muestra de ello, entre otras cosas, fue el tono general de las discusiones del recién terminado VI Foro Social Mundial en Caracas, donde fue un tema recurrente el debate sobre el socialismo como no lo había sido en sus ediciones anteriores. Ello autoriza a hablar, entonces, de un claro retorno de esta problemática. El socialismo está de vuelta. ¿Volverá para quedarse?

A partir de la experiencia que vive hoy Venezuela se ha comenzado a hablar del nuevo socialismo, del socialismo del siglo XXI, debate que ya traspasó las fronteras de ese país para tornarse un interrogante para la izquierda mundial toda. ¿Qué es en realidad ese movimiento? De momento no está aún claramente definido, pero el debate está instalado, y eso constituye un despertar fabuloso: después de años de forzado retraimiento de los movimientos sociales, vuelve a encenderse el ánimo contestatario, el espíritu de equidad y solidaridad que inspira el combate contra el sistema capitalista. Dar ese debate es imprescindible, impostergable; del mismo podrán surgir nuevas ideas directrices. La izquierda, los movimientos sociales progresistas están llamados a profundizar la autocrítica, a revisar supuestos básicos, a retornar a los textos más políticos del último Marx poco o mal estudiados, a ampliar el pensamiento con visiones latinoamericanas hasta ahora no muy consideradas como las de Mariátegui en Perú o Guzmán Böckler en Guatemala. En definitiva: si vuelve para quedarse dependerá de nosotros, de saber estar a la altura de las circunstancias, de no repetir los mismos errores del pasado. La reflexión en torno al poder en tanto fundamento de lo humano se muestra como un gozne fundamental, de lo que poco se habla y menos aún se hace, más allá de buscarlo.

El sólo hecho que el término “socialismo” haya dejado de ser mala palabra es ya un invalorable paso adelante. Profundizar esto, retomar las históricas reivindicaciones que se nos forzó a dejar dormidas -a punta de desapariciones, de dictaduras y de campos de torturas- pero no olvidadas, es el desafío que hoy nos llama.

La lucha por un mundo mejor no había muerto; estuvo un tiempo en terapia, recuperándose. ¡Pero ya regresó!