La muerte de Milosevic fue la ocasión para que todas las facciones del Partido de la Guerra, más allá de sus querellas actuales sobre la guerra de Irak, se unieran para una manifestación de unidad bipartidista y transcorrientes: desde el Weekly Standard a la New Republic, pasando más o menos por todo lo que se encuentra entre estos dos polos de los medios de comunicación políticos, la opinión consensual es que la guerra de «liberación» de Kosovo, aplastada por la bota serbia, era una causa justa. Los mismos demócratas clintonianos que hoy describen el desvergonzado unilateralismo de los Estados Unidos en Irak, aprobaron sin embargo la guerra contra «el carnicero de los Balcanes» –empresa sin el acuerdo de la ONU– y la defienden hoy.
El bombardeo de Yugoslavia, que mató entre cinco mil y siete mil civiles serbios, fue ásperamente combatido en aquel momento por los republicanos en el Congreso, por lo que fueron acusados por el equipo contrario de minar la moral de las tropas y actuar como la quinta columna de los serbios. Por eso, cuando George W. Bush y sus partidarios ponen en duda el patriotismo de los adversarios de la guerra en Irak, la gritería de los demócratas no me provoca simpatía. Nada es más dulce a mi oído que los chillidos de un hipócrita clavado en su propia estaca.
La imagen de un viejo «Slobo» en uno de los periódicos me despertó la nostalgia –recuerdos de los buenos viejos tiempos cuando Antiwar.com era joven y apenas comenzábamos a desenmascarar las artimañas del Partido de la Guerra. No era fácil entonces ser un activista pacifista; no éramos muchos frente a las multitudes de izquierda que apoyaban la primera ola del intervencionismo wilsoniano que más tarde debería transformarse en doctrina Bush. Teníamos frente a nosotros un amplio frente unido, compuesto por militantes del Partido Demócrata, de neoconservadores, de George Soros y de intelectuales de izquierda tipo Susan Sontag con su suéter de cuello alto negro, Bianca Jagger y la pasionaria trotskista Vanessa, todos empeñándose en satanizar a la totalidad de los serbios. Para el periódico New Republic, eran un pueblo intrínsicamente malo que merecía el castigo colectivo, una «reeducación en profundidad» y una ocupación militar permanente.
Milosevic era el Sadam de los Balcanes, y Serbia –un país en ruinas, sin recursos económicos o militares y que en lo absoluto amenazaba a los Estados Unidos– tenía una misteriosa semejanza con el Irak de antes de la guerra. Dominada por un partido único desde hacía décadas, con una economía destruida por años de mala gestión socialista y de saqueo mercantilista, dominada por el terror y la corrupción, Serbia –como Irak– quería creer en el mito de la soberanía. Poco importa que Kosovo hubiera pertenecido a Serbia durante siglos, que albergara la sede histórica de los mitos nacionales, que sus iglesias albergaran el alma serbia– nada de eso tenía sentido para los americanos, como no lo tiene hoy que esas iglesias estén carbonizadas y que Kosovo haya caído en manos de terroristas y de señores de la droga de la mafia albanesa, convirtiéndose en encrucijada internacional de la trata de blancas y del tráfico de armas.
Lo que cuenta es que los moralistas de la izquierda intervencionista puedan congratularse entre ellos y darse palmadas en la espalda por haber detenido el «genocidio», pues las palabras «campo de concentración», «genocidio», «Hitler-nazi», «limpieza étnica», puestas de moda por los neoconservadores para justificar la invasión de Irak, fueron probadas y echadas a rodar por la Casa Blanca de entonces para justificar una guerra contra un país que no nos había atacado nunca y que no nos amenazaba.
Hoy existen demócratas que dicen haber sido engañados para la guerra de Irak. ¿Cuántos entre ellos recuerdan que no es la primera vez? ¿Saben acaso que todavía tenemos tropas en Kosovo? ¿Se lanzan a la calle por su retirada? Hoy se ofenden porque Halliburton se aprovecha de la guerra, pero ninguno dijo una palabra cuando esta misma compañía obtuvo miles de millones por contratos exclusivos para construir las bases militares estadounidenses en los Balcanes. Parece mentira lo rápido que olvidamos. Y por eso estoy aquí: para recordarles, sin muchos cumplidos, que nada de esto es nuevo.

Fuente
The American Conservative (Estados Unidos)

«Slobodan Milosevic,RIP», por Justin Raimondo, The American Conservative, 14 de marzo de 2006.