No es la primera ocasión en que una situación así –quizás más un ejercicio de memoriosos- permite recalar en aquellos temas de siempre, de toda la vida, siempre invadidos por la polémica, la toma de posición, donde –usando una metáfora simplista- se advierte aquello del mostrador y los dos lugares posibles, dado que es inevitable que se los aborde, consciente o inconscientemente, desde una determinada condición de clase, categoría ésta que muchos –sobre todo si la antecede la palabra lucha- se atreven a pasar al rincón de los recuerdos que ya fueron. Este concepto reniega de otro simplismo, el de buenos contra malos, y permite que se puedan leer los grises que se mueven entre esos dos polos, pero lo que nunca desaparecen son esos dos polos.

Como quedó dicho marzo, este marzo versión 2006, es pródigo en conmemoraciones, que como rozan la cuerda de la emoción pueden provocar la confusión de hacer creer que el sonido emana del mismo instrumento. Y que los ejecutantes en similar armonía tocan la única cuerda posible.

El golpe genocida de marzo de 1976 dinamitó el último siglo de la historia de este país, partió aguas y sus siniestras consecuencias ya superaron, en mucho, los 30 años transcurridos desde aquel momento. Pero ese antes –al que se llegó porque hubo otros antes- y el después –hasta llegar a hoy- permite reconocer un hilo histórico que une voluntades, decisiones, compromisos, participación, conductas, actitudes que representan un cierto sentido de la vida y no otro, y que más allá de cómo se expresen jamás dejan de estar presentes en cualquier tiempo histórico, sea con fechas redondas o no.

Los 30 años de inicio de la dictadura, los 50 años de Gelman y los también 50 de Escribano al servicio de La Nación no dejan de reproducir esa disputa de siempre que tiene que ver con el hombre y ese sentido de la vida, donde la reflexión si se quiere filosófica da paso, inexorablemente, a la forma concreta que ésta adquiere.

La dictadura militar, se sabe, desapareció a 30.000 personas, mató a otros miles, provocó el exilio de otros miles, persiguió, censuró, usurpó todos los poderes, eliminó decenas de miles de fabricas, dejó sin trabajo a cientos de miles, instaló el terror como método de control de la sociedad, actuó como brazo armado de los grupos empresarios mas concentrados.

Esta visión –con marcado consenso en muchos de esos puntos- se construyó habiendo partido del doloroso punto inicial de una mayoría –a veces no tan silenciosa- que en marzo de 1976 acompañó, apoyó, admitió o se mantuvo indiferente –por motivos muchas veces diversos, donde no está ausente el temor- frente a la toma del poder de Videla, Massera, Agosti, Camps, Lacoste, Harguindeguy, Martinez de Hoz y compañía.

Los medios construyeron el consenso de aquella larga noche. Un repaso por sus páginas, sonidos e imágenes, los decretos militares que los favorecieron, su contribución con la represión hacia adentro de sus empresas –señalando delegados y activistas-, sus negocios con el Estado terrorista, dan cuenta de una acción casi sin fisuras, que no tuvo en cuenta ni siquiera cierto espíritu de cuerpo entre pares, cuando el silencio unánime fue la respuesta a la desaparición del dueño de una empresa (Perrota, de El Cronista) o la denuncia de un colega torturado por Camps (Timerman). Ni hablar del estruendoso ocultamiento informativo de los más de 120 periodistas desaparecidos.

Junto a los medios, los empresarios de los grandes grupos, las jerarquías de varios partidos políticos, la iglesia, la burocracia sindical, las vacas sagradas de la cultura, el deporte, la ciencia, formaron parte de un activo y miserable ejército civil de las botas en el poder, que hoy ninguna hipócrita declaración a tono con el clima reinante saldará.

La lucha ejemplar por la verdad y la justicia emprendida, en primera línea, por los organismos de derechos humanos, recorrió el arduo, y muchas veces ingrato, camino de la construcción de otro consenso, enfrentando la lógica y la hegemonía prodictadura, una tarea que a la larga impuso condiciones y que obligó a muchos integrantes de aquella mayoría prodictadura a aggionarse, impostando voces, dolores y tergiversando “convicciones”, supuestamente “democráticas”.

Lenguajes y consignas incorporadas para hacer como que. El ejemplo más evidente, por estos días, es el de Canal 9, de Daniel Hadad, pero lejos está de ser el último: al reproducir en ese programa especial los editoriales del 25 de marzo de 1976 de la gran mayoría de los diarios, les está diciendo a sus “colegas” que él puede ser el más expuesto en esa onda camaleónica pero que está dispuesto a demostrar que no es el único.

Tarea titánica –la de los organismos y muchas organizaciones sociales- con un resultado a favor, por un lado; necesidad de adaptarse a las circunstancias para sobrepasar una coyuntura desfavorable y no abandonar nunca el objetivo económico y de clase que implantó aquella dictadura, hoy tan unánimemente repudiada, por otro lado.

Esa cierta integración discursiva –que hoy se advierte en el impresionante despliegue evocativo, no sólo periodístico-, que recurre incluso a una mentirosa autocrítica al estilo, casi, de “mi peor defecto es que soy muy generoso”, hace de cortina para que este actual consenso jamás llegue a rescatar aquella cuestión de fondo –la lucha por otra sociedad- que pusieron en el centro de la disputa quienes –como nunca antes- decidieron enfrentar la injusticia, la explotación, la indignidad, la miseria, el poder en manos de los dueños del dinero, haciendo suya una lucha de todos los tiempos, que no reconoce calendarios ni geografías, y en la que dejaron el sello de su entrega, compromiso, participación que signó una época y que se diluye cuando se la retoma hoy, en su fase final, para coincidir "todos" en que Nunca Más una dictadura militar.

Nunca más, ¿qué? Se preguntaba por estos días el escritor Andrés Rivera en una nota que lleva por título “El fascismo aguarda”.

Esa integración discursiva puede hoy “repudiar” el golpe con una mentirosa vehemencia y decir, al mismo tiempo, que el dueño de un medio de comunicación –que acompañó a la dictadura y acompaña a los intereses económicos que ella representó y representa- le da de comer a más de 500 familias, confundiendo aquello que no se puede confundir. Eso que aquella generación no se hubiese permitido confundir sin perder su identidad ideológica.

Es como confundir los 50 años de Juan Gelman con el periodismo –y ese compromiso y calidad que todos destacan- con los 50 años de Escribano en La Nación, una persona que ni siquiera fue parte de la integración discursiva ya que jamás abandonó el campo de los que reivindicaron y reivindican aquella dictadura.

No es lo mismo. Ni 30 años del comienzo de la dictadura más cruel padecida en este país blanquea a mercenarios y oportunistas que pretenden formar parte del efecto mayoría que indica que hoy nadie se puede quedar afuera de “repudiar” el Golpe; ni 50 años de periodismo y militancia pueden ser bajados al disparatado escalón de una coincidencia feliz con quien formó parte del equipo que impuso la dictadura, que todos dicen “repudiar”, pero, eso sí, haciendo mutis por el foro sobre sus principales objetivos y sobre los actores que no llevaban uniformes.
No alcanza con no dejarse robar la Memoria; se trata de no apartarla de su tiempo histórico y de tener en cuenta todos los factores y hombres que jugaron en un momento determinado. Y, sobre todo, cómo jugaron.

Son años, sí; pero, sobre todo, es la búsqueda de siempre, esa que dice que este mundo –este país- debe ser para todos, y que los que más tienen lo hacen avasallando a las mayorías que carecen hasta de lo más elemental y que este acto de injusticia que el poder de los dueños del mundo han naturalizado, no es otra cosa que un crimen, un crimen organizado contra el que se peleó 30 años atrás –para tomarnos apenas de una fecha, con toda la carga de su simbolismo- en todo terreno, no dando un tranco de pollo para esa concepción fascista de la vida.

Dignidad, entrega, solidaridad, calidad humana, convicciones. A prueba de demagogos, tránsfugas, invertidos que tapan lo esencial y rescatan lo políticamente correcto para tiempos políticamente correctos, en el afán de garantizar que el mundo siga siendo de los dueños del dinero.

Años: dignidad, entrega, solidaridad, calidad humana, convicciones. Y años que vendrán. Añorar en una lucha que sigue, eterna (ANC-UTPBA).

(*) Tiempo vivido. Tiempo transcurrido.
(**) Recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien muy querido.
(***) Periodista. Secretario General de la UTPBA.