En el año 2000, durante las negociaciones de paz entre las Farc y el gobierno de Andrés Pastrana, una mujer fue elegida por el grupo guerrillero para integrar la Comisión Temática. Mariana Páez, una joven ingeniera de alimentos, era la encargada junto con nueve hombres de recibir a las delegaciones que provenían de distintas partes del país con la intención de participar en las Audiencias[1]. Este hecho llamó de inmediato la atención sobre el papel de la mujer en la guerrilla: si ellas componen el 30% de las FARC, ¿por qué Mariana Páez fue la primera y única mujer incluida en el proceso de negociación?; y además, si la guerrilla de las Farc insiste en la existencia de igualdad de géneros al interior de sus filas ¿por qué ninguna mujer hizo parte del Estado Mayor Negociador? Las Farc sólo escogieron a una mujer para participar en el proceso, y la marginalidad de rol para el que ella fue escogida era evidente.

La ausencia de mujeres en los procesos de negociación con los grupos armados es un hecho que permite hacer cuestionamientos más amplios sobre la forma como ellas son integradas a las actividades de la guerra. En otras palabras, si existen mujeres en las filas de los grupos armados, ¿qué roles llevan a cabo?, ¿realizan tareas de soporte y apoyo (del tipo enfermería-cocina-administración) o participan activamente en combate?. Estudios sobre mujer y guerra[2] han traducido estas preguntas en dos hipótesis: la primera asume que los grupos armados perpetúan los estereotipos de la sociedad machista y patriarcal que asignan a las mujeres las labores propias del ámbito doméstico; la segunda, en el otro extremo, afirma que los grupos armados combaten dichos estereotipos y promulgan una igualdad en la que ambos géneros tienen acceso al ámbito de lo público[3]. ¿Qué de esto ocurre en las Farc y en los grupos de autodefensa? Esta es una pregunta relevante para entender por qué las mujeres están ausentes en las negociaciones de paz.

En varias oportunidades los jefes de las Farc han dado a conocer la posición de las mujeres en su estructura armada. Según ellos, la mujer entra a las Farc en igualdad de condiciones que los hombres. En el terreno de lo discursivo ambos géneros están obligados a llevar a cabo las mismas tareas. Así, hombres y mujeres se desempeñan por igual en el combate y en las labores de mantenimiento de los campamentos: patrullan, pelean, hacen guardia, ranchan y buscan leña por igual. Atrás quedaron los tiempos en los que eran las mujeres las que lavaban la ropa y hacían la comida de los guerrilleros; y el que sean ellas las que realizan las labores administrativas no quiere decir que eso corresponda a argumentos discriminatorios. Al respecto, el comandante Iván Ríos explica las razones: “no es porque sea muy rico estar acompañado de una mujer, ese no es el criterio, el criterio es porque tienen mejor manejo. Porque de cien guerrilleros que hacemos formar y les preguntamos, ¿cuántos saben escribir a máquina? Salen dos, y ¿cuántas guerrilleras? Salen seis”.[4]

Ahora bien, nadie discute que en las Farc las mujeres guerreras hagan lo mismo que los hombres. Los jefes y comandantes no son los únicos que lo dicen, las guerrilleras al ser entrevistadas también lo afirman: “Allá todo es por igual, porque si a usted le toca cocinar al hombre también le toca cocinar, no crea que por ser mujer lo tratan a uno distinto”. Otra mujer añade que “allá es por igual los hombres que las mujeres. Uno adentro ya no tiene ningún privilegio”[5]. La igualdad en los roles, junto con la imposibilidad de tener hijos, la planificación obligatoria[6], y la oportunidad de acceder a posiciones de mando intermedio[7], son datos reveladores del tipo de participación de la mujer en las Farc.

¿Permiten estos hechos concluir que en la guerrilla se combaten los estereotipos tradicionales de lo femenino y lo masculino?, ¿hasta qué punto esto conlleva a una igualdad de géneros?

Otros aspectos de la vida en grupo indican que la igualdad tan ampliamente promulgada por las Farc no siempre se practica. El primer ejemplo de este tipo es la regulación de la sexualidad y de las relaciones sentimentales. En las Farc las mujeres siguen siendo juzgadas cuando ejercen su sexualidad en los mismos términos que los hombres. Una exguerrillera de 20 años lo dice de la siguiente forma: “lo mejor que uno puede hacer es cuidarse y andar solo con uno, porque ya uno que lleva tiempo le conviene tener buena reputación. Si uno anda con más de uno, a uno el comandante lo regaña, sólo a las mujeres, mientras que eso no le queda mal a ningún hombre”. Esto señala que dentro del grupo, los valores tradicionales de castidad y vergüenza que califican a la mujer pero que deshonran al hombre, siguen operando.

El segundo ejemplo discute el hecho de que las Farc verdaderamente combatan los estereotipos de lo femenino y lo masculino. Para los combatientes el que las mujeres hagan lo mismo que los hombres se traduce en que las mujeres se vuelven como hombres. Es decir, ellas son integradas como guerreras en la medida en que anulan en lo posible su feminidad. Son reveladores los testimonios de varias exguerrilleras: “Uno sale como un hombre allá, el fusil es lo mismo, la maleta es lo mismo, todo es lo mismo” o “Allá no se trata uno como se trata acá. Allá uno se trata a las patadas con todo el mundo, como los hombres, no es con esa delicadeza de acá”. Aquellas que sí son integradas como mujeres no son guerreras, sino que se desempeñan como compañeras sexuales de comandantes: “a las otras se las llevaban como mujeres y ya… es decir, las utilizan como mujeres y ya... para ser compañeras”.

¿Por qué sucede esto? La cultura moldea a los hombres –y no a las mujeres- como guerreros, identificando las características propias de lo masculino con características propias del buen guerrero. Así, “la identidad de género se vuelve una herramienta con la que las sociedades incitan a los hombres a pelear”[8]. Conceptos relacionados con la masculinidad como la destreza física, la resistencia, la valentía y el honor son necesarios para el buen guerrero; mientras que aquellos relacionados con lo femenino, como la gentileza, la compasión, lo suave y la piedad no tienen lugar en el campo de batalla[9].

Los ejemplos anteriores llevan a pensar que para el caso de las Farc, el hecho de que esté abierta para las mujeres la posibilidad de devenir guerreras, no necesariamente significa que la organización combata los estereotipos de género de la sociedad patriarcal. Para respaldar este punto es relevante anotar que la participación de una gran cantidad de mujeres en las Farc no ha estado acompañada de un discurso de igualación de los géneros ni por la lucha de los derechos de las mujeres[10]. Por esto no se considera relevante incluir a una mujer en las mesas de negociación. En conclusión, las nociones tradicionales de lo que es lo femenino y lo masculino siguen operando en el imaginario de los combatientes.

Ahora bien, la forma como los grupos de autodefensa integra a las mujeres en las actividades de la guerra, presenta algunas diferencias en comparación con las Farc. Para iniciar, la cantidad de mujeres en las filas es mucho menor: las autodefensas casi no reclutan mujeres, y cuando lo hacen las condiciones en las que participan son distintas a las de los hombres. Una mujer excombatiente explica de la siguiente manera la ausencia de mujeres en las filas: “Porque muchas veces uno en la clase militar que son de dos meses, si uno no pasa las pistas lo matan a uno, o por el comportamiento de uno lo matan. Por eso casi no hay mujeres en los paras... O en otras partes no lo aceptan a uno, porque civil es uno y combatiente es el otro”. Este testimonio sustenta el hecho de que las autodefensas no combaten los estereotipos de género que asignan a la mujer su realización en lo privado y su exclusión de la guerra. La arena propia de lo femenino es lo que se comprende como “civil”, y por eso, el que existan mujeres combatientes genera contradicciones, así, es mejor que no las haya. Como lo dice el autor Joshua Goldstein, dejar a la mujer volverse guerrera podría amenazar la dominación del hombre sobre la mujer. Así es como las culturas patriarcales limitan la participación de la mujer en el combate[11].

Tanto en la asignación de roles, como en la regulación de la sexualidad y las relaciones con la población civil, la mujer autodefensa se rige por directrices diferentes a las de sus compañeros. Las mujeres no hacen las mismas tareas que los hombres[12]; ellas no pueden tener novios civiles mientras que ellos sí; las combatientes tienen cerrado el acceso a posiciones de mando, e incluso, en algunos grupos, al quedar embarazadas tienen la posibilidad de irse para sus casas. Así, ellas pueden participar en la guerra hasta que tienen que cumplir su papel de madre. En tales condiciones es normal que las autodefensas tampoco le interese desarrollar un discurso que propenda por la igualdad de las mujeres frente a los hombres.

Sería contradictorio que grupos armados que no se han cuestionado la situación de los derechos de las mujeres vengan de la noche a la mañana a incluirlas en procesos de negociación. Probablemente los grupos armados no son los interlocutores más apropiados para abanderar tales causas. Sin embargo, la pertinencia de que ellas estén presentes en las mesas corresponde a otros criterios. En el momento de hacer la transición hacia la paz, las mujeres que participaron en la guerra se encuentran con grandes dificultades para reinsertarse a la vida civil, y para sortear con éxito esas dificultades es pertinente la inclusión de mujeres que fijen condiciones. En procesos de paz de otros países, como Nicaragua o el Salvador, las mujeres participaron activamente en la guerra y fueron excluidas totalmente en la paz. A ellas ni siquiera les reconocieron los derechos de propiedad, y fueron totalmente marginadas del acceso a lo público. Décadas después, esas mujeres siguen peleando por su inclusión.

Para no repetir ese proceso, y con el fin de alcanzar para las mujeres las garantías necesarias que implica una reinserción exitosa, la inclusión de las mujeres en los procesos de negociación es un aspecto fundamental.


[1] “Habla mujer de las Farc”. 24/04/00, El Espectador, Pág. 2 A.
[2] Ver Maria Emma Wills (2005). “Mujeres en armas: ¿avance ciudadano o subyugación femenina? Análisis Político. No. 54, Bogotá. Mayo- agosto de 2005; Elsa Blair y, Luz María Londoño (2003). “Experiencia de guerra desde la voz de las mujeres” Revista Nómadas. No. 19. Octubre de 2003; Donny Meertens (2000). Ensayos sobre tierra, violencia y género. Centro de Estudios Sociales -Universidad Nacional. Bogotá, y Joshua Goldstein (2001). War and Gender: how gender shapes the war system and vice versa. Cambridge University Press; BOUTA,
[3] Hacer la guerra es una actividad propia de lo público.
[4] Entrevista con el Comandante Iván Ríos citada en Juan Guillermo Ferro y Graciela Uribe. (2002) El orden de la guerra: las FARC-EP entre la organización y la política. CEJA. Bogotá. Pág. 69
[5] Estos son fragmentos de entrevistas realizadas a mujeres excombatientes en el marco de mi monografía de grado. Ver Las mujeres en armas, experiencias de ingreso, combate y reinserción. Una aproximación desde la sociología de las emociones. Universidad de los Andes – Departamento de Ciencia Política. Bogotá, 2006.
[6] Hace unos años el país se horrorizó ante el encuentro por parte de funcionarios de Medicina Legal de Dispositivos Intrauterinos en cadáveres de niñas guerrilleras de 12 años.
[7] Es decir, las mujeres pueden llegar a ser comandantes de escuadra o compañía, que son las unidades más pequeñas de la estructura armada. Muy pocas mujeres se han registrado como comandantes de bloque, y prácticamente ninguna ha llegado a ser comandante de frente.
[8] GOLDSTEIN. Op. Cit. Cap. 5. Pág. 252.
[9] Ibíd.. Pág. 267
[10] “Como en el caso de los ejércitos oficiales, las guerrillas pueden incorporar a más mujeres a la lucha armada, pero no para transformar los arreglos de género subordinantes de lo femenino, sino, para utilizar esos mismos arreglos para mantener ciertas prerrogativas masculinas y la división de tareas tradicional”. Wills. Op. Cit. Pág. 79
[11] Golstein. Op. Cit. Pág. 332.
[12] Una mujer excombatiente de las AUC dice: “En el grupo había diferencias entre lo que hacían los hombres y lo que hacían las mujeres. Por ejemplo, en el entrenamiento militar éramos tres mujeres y a nosotras nos daban un día de descanso mientras que a los hombres no. (...) Además, a una mujer no la mandaban a amarrar ni a matar, no sé él (el comandante) por qué no nos dejaban hacer eso... una mujer podía hacer esas cosas solo si se ofrecía”...