Pero ¿qué pasó en estos treinta años? Marcados por las consecuencias políticas, sociales y económicas, los argentinos vieron cómo, contradiciendo a la lectura lineal de la realidad que hacen los medios de comunicación, se fueron pagando con el cuerpo las inmovilidades de aquellos años.

No es poco que recién ahora, treinta años después, se diga que la estrategia del terror implementada en los años 70 tuvo como objetivo establecer las bases del neoliberalismo que haría explosión en los ’90.

Lo llamativo es que hasta los medios de derecha, adalides y sostenedores intelectuales de aquel golpe, también se tomen el trabajo de recordar lo que, sin ninguna vergüenza llaman, los “años del Terror”.

Esto puede querer decir dos cosas. O estos tipos se dieron cuenta, de golpe, de lo que significó para el país quedarse sin dirigencia obrera, estudiantil, intelectual, cultural, a partir de un genocidio planificado minuciosamente, o el tema de la resistencia a olvidar lo que pasó en el país pasó sin escalas intermedias, a integrar las grillas de programación y las pautas periodísticas convirtiéndose en una especie de “qué barbaridad” que decimos todos y ya está. Podemos seguir viviendo sin culpas.

Que el Gobierno nacional sea consecuente con su política de Derechos Humanos y le dé impulso a la recordación de la fatídica fecha es absolutamente lógico y coherente y debemos leerlo como la llegada del reconocimiento al esfuerzo de todos aquellos que desde los organismos de derechos humanos, sindicatos y agrupaciones estudiantiles, por evitar el olvido.

Y de eso se trata este 24 de marzo, de señalar que treinta años después, somos escuchados.

Casi sin poder evitarlo, llegan a este teclado las palabras de Arturo Jauretche quien, el 25 de mayo de 1973, se encontró en medio de la multitud que festejaba los tiempos de la vuelta del sueño peronista de la mano de Héctor J. Cámpora y el general Perón después de 18 años de resistencia. Jauretche notó que entre esos miles de jóvenes pasaba desapercibido, que no lo reconocían.

Lejos de ofenderse por no ver valorados sus años de lucha contra el imperialismo y los cipayos locales, sintió que su labor no había sido en vano. El país se reencontraba con su historia y él había sido un buen vaqueano para quienes transitaban el camino de la liberación.

Este es el espíritu con el que recordamos estos treinta años. El homenaje permanente a los compañeros desaparecidos y la admiración permanente por esas Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y todos los que supieron gritar, a pesar de todo, que era necesario luchar contra el olvido como estrategia de dominación.

Porque escuchar a columnistas que sienten el acto de dignidad que significa decir la verdad, ejercer la memoria y pedir justicia debe ser un cumplido, para los que desde el 24 de marzo de 1976 y antes también, advertimos lo que pasaba, marchamos en silencio junto a las Madres y levantamos la voz del desolvido cada vez que fue necesario.

Más allá del aprovechamiento político, de la moda de hablar del terror, de que todavía hay mucha impunidad y sobre todo, que las ausencias siguen siendo nuestras, la cantidad de actos, mesas de debate, especiales de televisión y publicaciones para que los alumnos de las escuelas sepan qué pasó en la Argentina de aquellos años, sirven para desolvidar lo que nos hicieron.

Caminemos este 24 junto a las Madres, dejemos que los desaparecidos estén presentes una vez más en su plaza y que el pueblo grite “nunca más”.

En silencio, por lo menos yo, marcharé este viernes 24 de marzo y seguiré luchando para lograr que de a poco, más temprano que tarde, paguen su culpa los traidores .

Nota publicada en http://www.nuestraamerica.info/leer.hlvs/4675.