Como es público, este Congreso se inaugura bajo la frase “en la lucha de ideas, las
ideas que no se conocen no luchan”.

Esta frase, sin candores ni pudores, nos señala la identidad asumida y el lugar elegido
para estar en el mundo, afrontando a un mismo tiempo nuestro derecho y nuestra obligación
de pensar y actuar, de ejercer con decencia el compromiso de desafiar y cambiar
una realidad a todas luces injusta e inhumana. Por eso, otra vez, nos creamos la condición
para encontrarnos, reconocernos, confrontarnos y debatir. Fraternalmente, apasionadamente.
Fraternidad y pasión para combatir el ombliguismo corporativo. Fraternidad
y pasión para fortalecernos colectivamente. Fraternidad y pasión para organizarnos en la
lucha y para luchar organizados.

Advertidos hace ya tiempo de la centralidad estratégica que ha asumido la comunicación
para la construcción de nuestras verdades, observamos que es justamente el territorio
comunicacional donde se sitúan los principales factores de dominación culturales
y económicos. Este escenario puede ser para algunos una opción profesional. Para
otros una opción de construcción político-social.

Unos y otros, parte del desafío donde se cruzan las diferentes formas de transformar,
de ver y estar en este mundo. Unos y otros confrontados por la realidad dialéctica
de la política y la comunicación. Si leemos correctamente la geografía social, se han reconfigurado
los territorios. Existen desafíos que, como consecuencia de nuevas mutaciones,
nos imponen analizar en su dimensión local y global las distintas modalidades
que impulsan los grupos sociales con los diversos dispositivos mediáticos.

Sea para evaluar cómo inciden la información y la comunicación en general o bien
porque hacen uso de ella a partir de las distintas opciones que existen, producto del desarrollo
tecnológico en este campo. La comunicación no es un territorio exclusivo para
expertos ni la difusión de información o del conocimiento está asociada únicamente al
consumo, a la dinámica del mercado. América Latina viene escribiendo hace rato esta
genealogía de la comunicación y, aun con interrupciones largas, esas realidades vuelven
a modo de resistencia para enfrentar la violencia de la dominación simbólica, económica
e ideológica.

La reciente Cumbre de los Pueblos es ejemplo, ni el único ni el último, de la confluencia
organizada de fuerzas que resisten y construyen otras formas de socialidad,
otras formas de integración, otras formas de comunicación.