La invasión de Irak comenzó hace tres años. El triste aniversario fue la ocasión para que muchos comentaristas y responsables políticos volvieran sobre la situación en el país. Sin embargo, en la prensa occidental dominante, estos análisis retrospectivos permanecen asociados a lugares comunes o a aspectos que poco han evolucionado en tres años. Así, la preocupación es generalmente mayor por la suerte de las tropas norteamericanas en Irak o por el impacto de la guerra en la situación internacional y en los precios del petróleo que por la suerte de Irak. Se sigue contabilizando el número de muertos de las tropas estadounidenses y se reportan los secuestros de occidentales, pero se ignoran las muertes iraquíes. La violencia en Irak se percibe a través del prisma de la «guerra contra el terrorismo» y de una oposición terroristas/combatientes iraquíes y estadounidenses, y no como la violencia inherente a una situación de ocupación colonial. Finalmente, ha desaparecido totalmente el debate sobre la legitimidad y la legalidad de la guerra, echado al basurero de la memoria mediática con las «armas iraquíes de destrucción masiva» que fueron suplantadas por la «democratización» de Irak durante la reescritura de las causas de la guerra.
De este modo, los analistas mediáticos han retomado globalmente las justificaciones de la administración Bush y sus aliados. Es cierto que es raro que se alabe la acción e la Casa Blanca en Irak, pero se han adoptado los patrones de relectura desarrollados por ésta.

Este tercer año de conflicto ha dado lugar igualmente a justificaciones de los principales dirigentes políticos comprometidos con esta cuestión en Irak.
En el Washington Post el secretario norteamericano de Defensa, Donald Rumsfeld, legitima nuevamente y sin nuevos argumentos la acción de Estados Unidos en Irak y el mantenimiento de las tropas en este país. El texto fue publicado algunos días más tarde en The Age. Sin profundizar en ello, el autor menciona los vínculos entre Irak y Al Qaeda o la supuesta amenaza que constituía el país para la región (dos elementos propagandísticos ampliamente divulgados). Sin embargo, el punto central de la justificación a posteriori de la guerra es la democratización. Donald Rumsfeld, como el resto de la administración Bush, asegura que se han operado grandes avances en Irak y que las bombas de los terroristas son un último intento para hacer retroceder un proceso democrático cuyo desarrollo es tan prometedor como inevitable. Por el contrario, considera que los «terroristas» podrían lograr sus objetivos si los Estados Unidos retiraran sus tropas.
Algunos días después de la publicación de este texto, el primer ministro del gobierno colaboracionista, Ibrahim Al-Jafari, afirma en esos dos mismos diarios que su gobierno hace todo lo que está a su alcance para restaurar la seguridad y realiza cada vez mayores esfuerzos en ese sentido. Igualmente promete hacer todo lo posible para combatir el «terrorismo» integrando a las fuerzas políticas opuestas a la ocupación. El autor trata de minimizar las torturas cometidas por las fuerzas iraquíes y subraya su voluntad de reconstruir económicamente el país. En ninguna de estas acciones deja de mencionar la importancia de las tropas de ocupación, de ahí que el texto redactado por Ibrahim Al-Jafari sea una defensa a favor del mantenimiento de las tropas destinado a los occidentales.

Por su parte, el ministro británico de Relaciones Exteriores, Jack Straw, también justifica la invasión a Irak en una tribuna con gran divulgación internacional en las publicaciones más orientadas a la izquierda como The Observer, Libération, el Jordan Times y Ha’aretz. De modo más sutil, Straw hace de los iraquíes los principales héroes de Irak, desdibujando así la ocupación tras la imagen de una cooperación libremente consentida. Si bien elogia la acción de los ocupantes en Irak, no insiste en ello y alaba la voluntad de los iraquíes que «resisten» a los «terroristas», colocando en un segundo plano la acción de las fuerzas de ocupación. De esta forma, consolida las opiniones occidentales sobre que los iraquíes tienen objetivos compatibles con los de las fuerzas de ocupación.

Los analistas mediáticos que siguen los pasos de los responsables políticos para analizar la situación de Irak ven fundamentalmente los riesgos de fragmentación del país a partir de bases étnicas o religiosas.
En el Baltimore Sun, Joost Hiltermann, director para el Medio Oriente en el International Crisis Group de George Soros, considera que la política de Estados Unidos, por sus torpezas, ha creado las condiciones para la fragmentación, lo que no es deseable. Retomando las acusaciones tradicionales del multimillonario de las ONG que pone el financiamiento, acusa a la administración Bush de no haber preparado lo suficiente la acción política después de la invasión, lo que habría provocado la crisis actual.
En cuanto a Christopher Hitchens, ex periodista de izquierda estadounidense convertido al neoconservadurismo, acusa en el Wall Street Journal a Al Qaeda y a Abu Mussab Al Zarkaui de ser los responsables de la violencia sectaria. Se rebela contra los autores que, como Hiltermann, acusan a la mala gestión de la administración Bush de ser la responsable de la situación. Es de la opinión de que se corre el riesgo de una libanización de Irak que podría caer bajo la influencia de los señores de la guerra de los diversos clanes debido a la acción de los terroristas que alientan las divisiones sectarias. Se inclina más por una guerra de microfacciones que por una guerra entre amplios grupos etnorreligiosos. Afirma que sólo la presencia estadounidense impide una degradación de la situación y se une a Rumsfeld en su análisis. Notemos que el autor parece ser favorable a la unidad iraquí, lo que contrasta con la línea del Wall Street Journal que por lo general no vacila en mencionar francamente la división de Irak según los contornos de las antiguas provincias otomanas. El hecho de no referirse a la división de Irak en tres, sino a una fragmentación por clanes, es tal vez un medio de presentar más tarde la división en tres del país como un mal menor.

Si bien Hiltermann y Hitchens se enfrentan en cuanto a la gestión de la invasión por parte de la administración Bush, coinciden en el hecho de que los terroristas desean la fragmentación del país.
Sin embargo, no son los únicos. Así, el 20 de marzo, en el Jerusalem Post, el ex director general del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí publicaba su enésima tribuna a favor de la división de Irak. Avineri dispone tradicionalmente de una amplia difusión mediática. Está lejos de encontrarse aislado. Influyentes demócratas como Leslie Gelb o Peter W. Galbraith, o neoconservadores como Richard Perle o Douglas Feith, son abiertamente favorables a la división de Irak, así como una gran parte del establishment israelí. Se trata de un objetivo de guerra no reivindicado de la invasión a Irak, pero la propaganda sobre el tema ha funcionado tan bien que incluso algunos opositores a la guerra se han dejado convencer.
De este modo, la periodista italiana y ex rehén Giulana Sgrena afirma en el Leipziger Volkszeitung ser favorable a la división de Irak. Primeramente se declara solidaria con las familias de los alemanes que se encuentran como rehenes en Irak y se muestra tranquilizadora sobre sus condiciones de detención teniendo en cuenta su propia experiencia. De forma más sorprendente, expresa que considera que Irak se encuentra hoy al borde de la guerra civil y de la implosión y que la única forma de salir de la crisis es la creación de tres Estados étnico-confesionales (uno kurdo, uno árabe sunita y otro árabe chiíta) tras la retirada de las tropas estadounidenses.

Si bien está claro el interés de la constitución de micro Estados en términos de facilidad de control por parte de un poder colonial, no está tanto qué aportaría esto a los iraquíes en términos de seguridad y pacificación. En cuanto a su población, Irak no está dividido en tres zonas homogéneas e impermeables. La división del país a partir de bases étnicas o sectarias sólo conduciría a desplazamientos de la población, incluso a limpiezas étnicas con frecuencia mortales. Además estos territorios serían económicamente muy heterogéneos; los kurdos en el Norte y los chiítas en el Sur se beneficiarían con el petróleo, mientras que los sunitas del Centro serían los parias. Una división económica de esta forma, ya existente en la práctica, es la que agrava la situación.

Sin embargo, una parte de los medios se aferra a la creencia de que la división de Irak podría ser una solución contra la violencia, siempre atribuida a Abu Mussab Al Zarkaui. Ahora bien, sobre el terreno, no todos comparten esta opinión. En una entrevista concedida a Le Monde el jeque chiíta iraquí Jawad Al-Khalessi afirmó estar convencido de que Zarkaui había muerto y que su nombre era utilizado por el ocupante para exacerbar las tensiones étnico-religiosas. Estas prácticas fueron confirmadas por el descubrimiento, en septiembre de 2005, de soldados británicos disfrazados de seguidores de Moqtada Sadr o más recientemente por el arresto de un mercenario estadounidense en posesión de bombas en la región de Tikrit (ver el despacho de Reuters). Estos elementos deberían causar perturbación en las redacciones occidentales, pero estas informaciones son raramente difundidas y no influyen en la visión de los analistas de la prensa occidental.

Algo muy distinto se observa en la prensa del Medio Oriente.
El Dr. Chandra Muzaffar, presidente del International Movement for a Just World, lanza un llamado en el Tehran Times tendiente a la reconciliación entre chiítas y sunitas. Asegura que las diferencias entre las comunidades chiítas y sunitas existen, pero son menores y no tienen una tendencia natural a agravarse. Recuerda que en el pasado las diferencias doctrinales fueron explotadas por Sadam Husein y luego por el ocupante. Sin acusar formalmente a las fuerzas de ocupación de estar detrás del atentado contra la mezquita de Samarra, recomienda a los sunitas y a los chiítas que se unan para pedir el fin de la ocupación.
En Azzaman (periódico en lengua árabe editado en Londres), el periodista iraquí Saad Abbas considera que la problemática de la división de Irak es un debate importado desde el exterior. El autor trata de salir del falso debate entre unidad o división de Irak y pregunta: ¿De qué forma un Irak dividido servirá mejor a los iraquíes o hará su vida más segura? El periodista recuerda que no es la división o la unidad lo que está en juego, sino la construcción de un Estado de derecho y el respeto a los derechos de los iraquíes.
El periodista especializado en cuestiones petroleras, Oussama Abdelrahmen, considera en Arabrenewal que la división de Irak es la expresión de la voluntad de Estados Unidos, no una reivindicación iraquí. La constitución que ratifica el concepto de federación y que podría desembocar en una división del país no es la expresión de una voluntad popular, sino de un proceso democrático trunco que legitima únicamente las decisiones del ocupante.

Estos análisis, corrientes en el mundo árabe y persa, raramente aparecen en la prensa occidental.