El republicano Michael Ledeen, por ejemplo. Fue asesor en antiterrorismo del secretario de Estado Alexander Haigh en 1981, se caracterizó por su opulenta relación con la Logia P2, protagonizó el mayor escándalo político de la era Reagan –Irán-contras– y en 2002 criticaba en estos términos al ex asesor del organismo de seguridad nacional Brent Scowcroft: “El teme que si atacamos a Irak "se producirá una explosión en Medio Oriente. Podría convertir a toda la región en un polvorín que acabaría con la guerra contra el terror". Sólo cabe desear que convirtamos a la región en un polvorín y, cuanto antes, por favor”. Hoy Ledeen opina que se trata de “una guerra equivocada, en el momento equivocado, hecha de manera equivocada, en el lugar equivocado” (www.raws tory.com.news, 20-3-06). Cuántas equivocaciones.

La realidad es verdaderamente implacable. Hace tres años que EE.UU. ocupa Irak y la guerra no termina ni llegan “la democracia y la libertad”, ésas con que W. Bush envolvió la agresión. Siguen las bajas norteamericanas, los atentados suicidas, la acción desembozada de los escuadrones de la muerte, la resistencia no cesa y el vacío de poder tiene el tamaño del país. Se deteriora el apoyo a la Casa Blanca de la opinión pública estadounidense: una encuesta reciente de la Universidad de Maryland revela que sólo el 28 por ciento de los interrogados aún confía en que Washington cumplirá sus metas en Irak (Programme on International Policy Attitudes, 15-3-06). Más de 2300 efectivos estadounidenses muertos y unos 50.000 heridos después, el resto opina que esa guerra “no era necesaria para la defensa de EE.UU.”. Y se acercan las elecciones de noviembre del 2006.

El 7 de marzo comenzaron las primarias escalonadas para elegir candidatos a las 435 bancas de la Cámara de Representantes que se renueva totalmente, a 33 de las 100 senadurías, a 36 gobernaciones de los 50 estados y a innumerables alcaldías y otros cargos de elección locales. Los republicanos no reciben buenas noticias en esta precampaña –muchos simpatizantes están perdiendo la paciencia– y su desasosiego se acrecentó aún más cuando W. Bush aseguró la semana pasada que la ocupación ha de durar varios años. El representante Steve Chabot, republicano de Ohio por un distrito bastante conservador próximo a Cincinnati, declaraba el viernes 24, luego de visitar a sus seguidores: “Ahí está el presidente y otros que ahora dicen que siempre supimos que esto iba a ser largo, pero pienso que la mayoría de la gente no esperaba que fuera tan duro” (The New York Times, 25-3-06). Los neoconservadores, tampoco.

Richard Norman Perle, presidente de la Junta Asesora de Políticas del Pentágono hasta 2004 –año en que debió renunciar por un notorio tráfico de influencias– y ardiente promotor de la invasión a Irak, acaba de enojarse con la guerra. “Al invadir Irak –tronó–, el gobierno Bush cumplió una profecía anunciada: Irak ha reemplazado a Afganistán como magneto, campo de entrenamiento y base operativa de los jihadistas, que tienen numerosos blancos norteamericanos contra los que disparar.” No habrá sido Perle el que acuñó la profecía: acostumbraba a proclamar que EE.UU. lograría una victoria completa en pocos meses. El Partido Republicano se queja de que los asesores de Bush “están cansados, son estrechos de miras y carecen de ideas” (CBS/AP, 28-3-06), de modo que el martes pasado presentó su renuncia Andy Card, jefe del gabinete de W., y vendrán otros cambios. No parece que vayan a modificar el rumbo que la Casa Blanca inició con la invasión a Irak, "el mayor desastre estratégico de la historia de Estados Unidos”, según calificó el teniente general (R) William Odom, veterano de Vietnam".

El Partido Demócrata –que apoyó unánimemente la invasión– espera pescar votos en este río revuelto de “halcones” que desertan y de escepticismo dominante, sin duda alentado por un sondeo de la revista Newsweek: el 50 por ciento de los encuestados expresó el deseo de que los demócratas controlen el próximo Congreso, contra el 34 por ciento que insiste en los republicanos (Los Angeles Times, 26-3-06). Pero es temprano para las predicciones: otro atentado terrorista en territorio de EE.UU., digamos, volcaría a la opinión pública norteamericana en favor de la continuación de la política de guerra. O un autoatentado terrorista, da igual.