En su edición del 1ro de abril de 2006, The Economist ridiculiza la manera en que los franceses ven su propio futuro. La portada del semanario de referencia de la City publica la imagen de un gallo tricolor con los ojos vendados. En su editorial, la redacción critica la incapacidad de las élites francesas en cuanto a la preparación de su pueblo para la globalización. Según la publicación, los franceses no entienden en lo más mínimo la evolución del mundo y son refractarios a todo cambio. Nicolas Sarkozy, por la derecha, y Segolene Royal, por la izquierda, son los únicos que pasan el examen del semanario. Sarkozy porque afirmó que el modelo francés está muerto y Royal por haber elogiado la doctrina de Blair.

El punto de vista de The Economist es sin embargo incoherente. Es absurdo decir, al mismo tiempo, que los franceses se niegan a ver las cosas como son y que no quieren unirse a la globalización. Es precisamente porque entienden el significado de la globalización que los franceses se niegan a aceptarla.
The Economist confunde la dificultad de los franceses para adaptar su propio modelo a las nuevas formas de producción y la hostilidad francesa para alinear las reglas sociales de su país con las de la globalización.

Respuestas a la pregunta: " El sistema de libre empresa y la economía de libre mercado es el mejor sistema sobre el cual se puede basar el futuro del mundo", resultados en porcentaje y por país.

Yendo aún más lejos, The Economist reprocha a los franceses que sean, entre los países desarrollados, el último pueblo que insiste en criticar el modelo económico dominante. En la serie de trabajos que dedica a las huelgas que sacuden a Francia, el semanario presenta un sondeo intitulado «A bas le capitalisme!» (así, en francés, lo cual significa «¡Abajo el capitalismo!»). Y muestra que los franceses, más aún que los rusos, rechazan la idea de una sociedad regida exclusivamente por el libre mercado. Son los únicos que siguen creyendo en las virtudes sociales del sector estatal. Ese es el quid del debate.