Las elecciones legislativas israelíes del 28 de marzo de 2006 dieron la anunciada victoria a Kadima, el llamado partido centrista fundado por Ariel Sharon. Sin embargo, esta victoria no es tan importante como lo predijeran sus numerosísimos partidarios en los medios de comunicación.
Kadima obtuvo 29 escaños en la Knesset y el Partido Laborista 20. Es probable que ambos partidos formen la espina dorsal de la futura coalición en el poder, pero no disponen de la mayoría absoluta en la Knesset. Privado de numerosos cuadros que pasaron a engrosar las filas de Kadima, el Likud se desmorona y sólo obtiene 12 escaños, como el partido Shas, sefardí y ortodoxo. Les sigue Israel Beitenu, el partido de extrema derecha de los israelíes rusoparlantes presidido por Avigdor Lieberman. La Unión Nacional, partido nacionalista y religioso, obtiene nueve escaños y seis el partido «Judaísmo unificado de la Tora» (movimiento ultraortodoxo). El Partido de los Jubilados obtiene siete y cinco el Meretz. El Shinui ya no tiene representantes en el Parlamento y los partidos árabes israelíes acumulan nueve escaños.
Estas elecciones sólo movilizaron el 63% de los electores israelíes, la menor tasa de participación de la historia israelí en una elección nacional.

De estos resultados se hubiera podido deducir que el electorado israelí sigue estando fuertemente marcado por las cuestiones de identidad o por el voto comunitario o que los niveles records de abstención marcan una pérdida de confianza de los israelíes con respecto a una élite política ampliamente afectada por escándalos de corrupción. Los medios de comunicación dominantes escogieron mayoritariamente otro enfoque: Israel votó por la paz.
Esta frase o comentarios equivalentes se encuentran con bastante frecuencia en la prensa occidental. Esta certeza está basada en una imagen especialmente positiva de Ehud Olmert y de Kadima, presentados como los defensores de la única política «realista» para lograr la paz, y en la certeza de que no existe interlocutor árabe sobre el tema. Esta última representación había sido desarrollada contra Yasser Arafat y luego encontró un segundo aliento con la victoria de Hamas en las legislativas palestinas. Sin embargo, Ehud Olmert no promueve la paz sino la anexión de territorios y la separación total de árabes y judíos. Hamas ha declarado en varias ocasiones estar dispuesto a un cese al fuego indefinido en caso de un retorno a las fronteras de 1967, pero estos elementos no se toman en cuenta o son minimizados en los análisis de prensa. La política israelí es vista a través de un prisma bipolar que opondría los «pacifistas», que apoyan la política de retirada unilateral y que encuentran su perfecta encarnación en Kadima, a los «halcones», aferrados al sueño del «Gran Israel» y mediáticamente encarnados por el Likud desde la salida de escena de Ariel Sharon. Como Kadima ganó las elecciones y el Likud se desmoronó, la conclusión de los medios es que los israelíes votaron por la paz.

La redacción del diario de referencia de la izquierda israelí, Ha’aretz, apoya este enfoque en un editorial no firmado que compromete a toda el periódico. El periódico aboga porque la coalición que se constituya aplique escrupulosamente la política preconizada por Kadima y que la retirada de las colonias de Cisjordania más allá del Muro no sea sacrificada ni aplazada durante las negociaciones. Así, el periódico de las élites de izquierda israelíes brinda su apoyo ante todo al partido de Ehud Olmert y al programa implementado por el general Ariel Sharon.

El director del Centre Global Research in International Affairs (GLORIA) de la universidad interdisciplinaria de Israel, Barry Rubin, quien siempre ha apoyado Kadima y el «consenso nacional» que encarnaría, afirma en The Australian, que la victoria de Kadima es deslumbrante. Partiendo de ejemplos individuales seleccionados en su entorno, saca conclusiones generales y afirma que el partido fundado por Ariel Sharon ganó las elecciones porque reúne personas provenientes de diferentes horizontes pero que apoyan la política de retirada unilateral. Pasa rápidamente sobre los resultados menores que registró el partido en las elecciones en comparación con los pronósticos de los sondeos, afirmando que muchos de los electores laboristas son en realidad partidarios y Kadima que desean dar una coloración más social a la futura coalición.
Así, borra de un plumazo la existencia de electores israelíes que habrían votado por los laboristas aspirando a otra política que podría encarnar Amir Peretz. Este punto de vista demuestra una vez más que la franja pacifista de la sociedad israelí prácticamente no existe desde el punto de vista mediático.

El apoyo de la prensa dominante a Kadima redujo al mínimo el espacio de los que apoyan a los demás partidos.
La novelista israelí Alona Kimhi, quien se define como miembro del ala izquierda del Partido Laborista, lamenta en Le Figaro el tono de la campaña electoral. Aunque detesta al Likud, no la satisface su desaparición, pues Kadima ha ocupado su lugar. Lamenta la inexistencia de la izquierda israelí y deplora que «Occidente», obsesionado con el Islam, desprecie la situación de los palestinos y apoye a Israel desde todo punto de vista.
En el otro extremo, el ex administrador del U.S. Institute of Peace y director del violentamente antiárabe Middle East Forum, Daniel Pipes, se expresa airadamente en el New York Sun y en el Jerusalem Post contra el consenso alrededor de las propuestas de Kadima. Para él, la política de retirada unilateral es un medio de manejar a la oposición palestina, pero no de destruirla. El autor afirma que Israel está en guerra y que la guerra pasa por la destrucción del adversario. Poniendo al mismo nivel la política de evacuación de las colonias o la «democratización» de la Autoridad Palestina de la administración Bush, afirma que Israel sólo sobrevivirá si convence a los palestinos de que no hay otra opción sino aceptar la existencia de Israel, lo que debe hacer mediante la fuerza. Daniel Pipes considera que el único político que comprendió este enfoque fue el ex ministro israelí Uzi Landau, deplorando el lugar que ocupa en la candidatura del Likud, lo que no le permite ser electo a la Knesset.
Uzi Landau era el ministro de relaciones con los Estados Unidos del gobierno de Ariel Sharon.

Ningún analista parece dudar de que la coalición que se constituya en Israel proseguirá la política de fijación unilateral de las fronteras.
El teólogo cristiano ortodoxo, Heinz Gstrein, afirma en el Frankenpost que no debe contarse con una negociación israelí con los palestinos. Considera que el voto israelí traduce una voluntad de expulsar a los palestinos más allá del Muro y concentrarse en los asuntos internos. Para el autor, este rechazo a las negociaciones no es la paz. Este punto de vista es compartido por un periodista de Asharqalawsat, Nazir Majali, quien afirma que a partir de ahora la política de Ehud Olmert es simple: hacer imposible la negociación con los palestinos para justificar medidas unilaterales.

¿Pero aceptarán la comunidad internacional y los palestinos estas medidas unilaterales?
Shlomo Aronson, politólogo de la universidad hebrea de Jerusalén, asegura en Der Standard que Ehud Olmert, con gran costo, desplazará a las poblaciones de colonos al norte del Muro para reubicarlos en Cisjordania y fijar las fronteras de Israel. El autor sabe bien que los palestinos no lo aceptarán, pero Hamas tiene tan mala imagen que la comunidad internacional no pedirá a Olmert que negocie. Así será posible entregar a los palestinos territorios poblados por los árabes israelíes para hacer pasar mejor la píldora.

La ausencia de reacciones de la comunidad internacional y la aprobación de la prensa con que cuenta la política israelí indigna a los medios antisionistas.
Ex colaborador germano oriental en la OTAN, Rainer Rupp brinda su análisis de la situación en el periódico de izquierda alemán Junge Welt. Considera que el vocablo definición unilateral de las fronteras no es más que el nombre políticamente correcto para designar el robo de tierras palestinas con total desprecio del derecho internacional. Olmert, como Sharon antes que él, está reorganizando los asentamientos coloniales mediante el desmembramiento de las colonias difíciles de defender y la instalación de los colonos detrás del Muro en colonias que serán integradas al territorio israelí.
El periodista de Alhayat, Abdelwahab Badrakhan, comparte este punto de vista y asegura que esta política es la heredera ideológica del Likud. Es de la opinión de que las elecciones israelíes son una transformación únicamente nominal. El Likud decae, pero su ideología permanece con otras etiquetas. La política que seguirá Olmert es fruto del consenso de las élites políticas israelíes, definido éste por los militares. Para el autor, las etiquetas «izquierda», «derecha» o «centro» en Israel no tienen un significado real ya que todos los partidos políticos están de acuerdo en cuanto a la política a llevar a cabo contra los palestinos.