Tal y como se van desarrollando las cosas, la guerra [invasión sería el término correcto] entre EE.UU. e Irán parece, por desgracia, inevitable.

Uno puede disentir de esa opinión y mantener una visión optimista. Ya quisiera equivocarme yo también pero la esperanza - ¡qué pena! – está cediendo ante la lógica.

Tanto EE.UU. como Irán se comportan de una manera que difícilmente escapa a la definición de preparativos psicológicos para la guerra. Washington hace una declaración tras otra, a cuán más belicosa, mientras que Teherán organiza ejercicios a gran escala en el Estrecho de Ormuz para demostrar a todo el mundo su poderío militar. La una y la otra parte, sin lugar a dudas, se imaginan al adversario como una encarnación del mal universal y la mayor amenaza a sus respectivos valores políticos, ideológicos y religiosos.

Cualquier llamamiento sensato de la comunidad internacional a favor de la paz, aunque se escucha formalmente, en realidad es ignorado por completo, lo cual es otra prueba indirecta de que ambas partes dan por seguro el inminente conflicto. Para asegurarse una existencia próspera en el futuro, los unos y los otros tendría que dar un salto radical. Y tanto EE.UU. como Irán, desgraciadamente, no lo conciben como un avance en el plano intelectual o ético sino algo que debe conseguirse, de forma exclusiva, mediante el uso de la fuerza.

Atascado en Irak, y no habiendo logrado más que una victoria formal en Afganistán donde siguen imperando las leyes de la Charia o el narcotráfico mientras que la democracia podría permanecer en un estado embrionario durante siglos, EE.UU. necesita como nunca reafirmar su condición de superpotencia, cada vez más cuestionada.

La imagen internacional de EE.UU. ha empeorado hacia mínimos históricos y el recuerdo de Vietnam se ha hecho muy recurrente dentro del país. Un reciente plebiscito organizado en Wisconsin – eso sí, sin efectos legales – arrojó un 61% de los votos a favor de una retirada inmediata de las tropas desde Irak.

La Casa Blanca cree que no le faltan motivos para el ataque. Washington, al menos, los encuentra convincentes. Para invadir Irak, bastó con la mentira obvia de que este país tenía armamento de exterminio en masa. ¿No sería suficiente entonces con la sospecha de que Irán pretende fabricar las armas nucleares? Encima, si los propios iraníes no se cansan de hacer declaraciones desafiantes, como las consabidas amenazas contra Israel. Para romper las hostilidades, EE.UU. se había contentado a veces con cosas menores.

La guerra contra Irán, por último, encuadra en la doctrina definida por Bush en los albores del segundo mandato, la de erradicar las dictaduras a lo largo del planeta. El régimen de los ayatolás en Teherán representa para él un caso de tiranía clásica, independientemente de lo que pueda pensar a este respecto el propio pueblo iraní.

También EE.UU. supone para Irán un obstáculo evidente y hay que saltarlo para poder seguir adelante. Irán necesita la energía nuclear para transformarse en una nación moderna, y aunque en principio podría lograr este objetivo por vía pacífica y legal, todo indica que sus ambiciones realmente no se limitan a ello. Teherán quiere la bomba atómica para tener plena soberanía y mayor influencia en el mundo árabe. Sus dirigentes chiítas sueñan con un Irán invencible, con liderazgo firme en el Medio Oriente, para afianzar las posiciones y conseguir –en teoría, al menos – que otras naciones islámicas sigan la estela iraní. Así que EE.UU. es un claro escollo.

Podríamos aducir también otros argumentos para demostrar que la confrontación es inevitable pero ya es suficiente con ésos. Y en medio de este panorama, cualquier esfuerzo de la ONU, Europa Occidental, AIEA o Rusia, la cual ha advertido en reiteradas ocasiones sobre el peligro de una nueva aventura militar estadounidense, será escaso para prevenir un choque de consecuencias nefastas, no solamente para las partes directamente implicadas.

El ministro de Exteriores ruso Serguei Lavrov, durante su reciente estancia en Berlín, recordó que ‘las amenazas y las presiones difícilmente aportarán un resultado positivo en esta materia’ pero es bastante improbable que sus recomendaciones sean acogidas en la Casa Blanca de forma adecuada.

De aquí, una pregunta inevitable: ¿cuándo? Creo que podemos calcular con gran dosis de probabilidad la fecha aproximada. Primero, va a ser antes de finales del año, a más tardar. Lo que determina este plazo es el calendario político norteamericano y las futuras perspectivas electorales del bando conservador. La Casa Blanca, obviamente, no puede quedarse indiferente ante aquéllas. Tampoco Bush el menor quisiera pasar a la historia como un pato cojo.

Para asegurar un relevo exitoso en la presidencia, los conservadores necesitan más que una guerra: quieren victorias palpables, especialmente, a la luz de los fracasos sufridos en Irak. Y todo ello requiere tiempo.

Las fechas más cercanas, a su vez, dependen de una serie de circunstancias, tanto de carácter militar como en el ámbito de la política exterior.

Sin ser un experto en asuntos militares, el autor de estas líneas podría suponer tan sólo algunas cosas obvias. Primero, cualquier guerra implica preparativos; y, segundo, EE.UU. debe protegerse las espaldas en Afganistán y en Irak. Como sea, tal vez, con la ayuda de sus aliados.

En cuanto a la política exterior, podemos asumir que Washington, habiendo tropezado con bastantes problemas a raíz de su invasión contra Irak, no autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU, intentará esta vez minimizar el riesgo en lo posible. O sea, se empeñará en que Europa Occidental y, desde luego, Rusia y China - dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad – se pongan del lado suyo en el caso iraní.

El objetivo inmediato para EE.UU., y el más anhelado, es conseguir que se impongan algunas sanciones contra Irán. No importa cuáles, porque su mera introducción significaría para Washington que la justicia está de su lado.

Solamente después de agotar todos estos recursos sin éxito alguno, EE.UU. se atrevería a actuar a espaldas del Derecho Internacional. Seguramente habrá una avalancha de críticas contra Washington en tal caso pero entonces la Casa Blanca tendrá al menos la oportunidad de esgrimir una justificación formal: habíamos hecho lo posible por llegar a un acuerdo.

Todas esas maniobras requieren tiempo, así que el cálculo aproximado indica hacia el otoño. El futuro mostrará cuan acertado es este pronóstico

Fuente
RIA Novosti (Rusia)