¿No hay una extraña simultaneidad o coincidencia cuando se empiezan a ver las dificultades de un TLC con Gringolandia y que el novísimo canciller chileno Alejandro Foxley, proponga, con prescindencia de quién sea jefe de Estado, que su país firme otro TLC, lo antes posible, con Perú? ¿No será que los palafreneros locales, esos vendepatria militantes que quieren que el Congreso les dé la patente de corso, ya vieron las orejas al galgo y empiezan a entender que el tema es mucho más difícil que sus optimismos bien pagados? Cuando el río suena es ¡porque TLCs trae!

En efecto, no son pocas las inversiones en tierras y cultivos de frutas y diversos productos que empresas chilenas hacen en Perú. El resultado no siempre es muy genuino porque mucha fruta nacional es exportada al mercado mundial con los marbetes de Made in Chile. Aquí el afán permisivo de esa práctica y otras muchas similares, se engrasa con muy buenos dólares que compran licencias, permiten representaciones testaferras y facilidades para quien invierta en cantidades que no siempre equivalen a juegos limpios. En realidad, es al revés: el dinero fleta trampas, contratos hechizos y favoritismos con nombre propio. ¡Poderoso señor es don Dinero! Y en un país en que las autoridades tienen precio según la estación política o el compadrazgo burocrático, eso hasta parece lícito.

Hasta hace poco en la página web de la organización del sociólogo Eugenio Tironi (asesor principal del TLC de Chile con EEUU) aparecía una foto y descripción de su representante en Perú: Pablo de la Flor. Este señor se desempeña como viceministro del TLC, oficialmente segundo a bordo del Ministerio de Comercio Exterior, y ha fungido como “jefe negociador” de las formidables y vasallas agachadas de cerviz protagonizadas por Perú con Estados Unidos, abandonando –traicionando es la palabra adecuada- a Ecuador y Colombia. ¿Cuál será el destino de esta persona con cualquier TLC? Evidentemente estará en algún puesto gerencial, de capataz eficiente de las empresas que vengan bajo el manto milagroso y benefactor de los TLCs, con Gringolandia o, por último, con Chile.

Es curiosa la presunta validez o vigencia que tiene el Establo moribundo de la Plaza Bolívar. Que el señor Antero Flores Aráoz sostenga que el Congreso tiene conocimiento y manejo porque algunos de sus representantes viajaron a hacer turismo a las “ruedas” de negociaciones, equivale a otorgar una inteligencia de la que carecen muy mucho los legiferantes. Pero, alguien debe decirle a Antero que en Perú hubo un comicio que sepultó en la más desopilante orfandad representativa a lo que todos reputan como uno de los más pobres Parlamentos de los últimos años. Opiniones hay que le retratan como peor que cualquiera de los engendros fujimoristas. ¡Y esto no es poco! Ni este gobierno y menos el Establo pueden, porque carecen de autoridad moral, intelectual o política-electoral, suscribir, firmar o aprobar el entusiasmo “responsable” del señor Toledo.

Si no sale, por las conocidas razones y malestar nacional, el TLC con Washington, entonces, hay que caminar por otro con Chile. ¡A falta de pan, buenas son las tortas! reza el dicho. El problema reside en que todos las coincidencias llaman a curiosidad por saber qué hay bajo la manga y quiénes son los felices recipendiarios de estas preseas que se otorgan tan fácilmente como si se tratara de simples convenios revisables o instrumentos cuyo perfeccionamiento es obligatorio y de indudable conocimiento de la opinión pública. Decir que el TLC es un asunto técnico y no más bien político, es ser un estúpido y un traidor descarado. Pero de esos, con diplomas y prensa aquiescente y servil, hay muchos en los medios y disfrazados de analistas, politólogos, estrategas y no sé qué más epítetos. Cuando el río suena ¡es porque TLCs trae!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!