El congresista honorario y oficialista número 121, el embajador de Gringolandia, James Curtis Strubble, acaba de declarar, para satisfacción de una prensa cipaya y acrítica, que en su país natal, los parlamentarios están dispuestos a mirar con simpatía el TLC del Perú con ellos. Además, discurre el locuaz diplomático por temas que en boca de políticos nacionales son naturales pero en hocicos impertinentes por foráneos devienen en intromisiones groseras y escandalosas. ¿Qué corona tiene Mr. TLC para pontificar a troche y moche sobre cuanto manda Washington sin que nadie le llame la atención?

Aquí hay mucho mar de fondo. Ciertamente no pocos escribas saben bien que cuestionar o, siquiera criticar, a este funcionario de tercera o cuarta categoría que aquí funge de embajador norteamericano pero que es en realidad Mr. TLC mucho más papista que el Papa, les puede condenar a perder las pitanzas que paga el Departamento de Estado cuando invita a Gringolandia. Además de ciertos estímulos discretos que premian las loas o “análisis” pro domo sua sobre múltiples temas como, por ejemplo, la coca, el narcotráfico, su cultivo y erradicación salvaje pero que siempre olvida mencionar que si ese negocio es muy lucrativo es porque hay millones de estadounidenses consumidores los que alimentan la perversa práctica.

James Curtis o Mr. TLC hace cuanto debe hacer, para eso le remuneran con el propósito de custodiar las políticas de Estado que diseña Washington. ¿Por causa de qué nuestro cipayo periodismo, acrítico, gris y adocenado, no pregunta al congresista 121, porqué Estados Unidos bombardeó Irak y no encontró ninguna central atómica, nuclear, o las armas que denunció como pretexto de su incursión y “lucha antiterrorista? ¿Y qué es eso de que sus soldados no podrán ser juzgados por crímenes contra la humanidad porque son estadounidenses y nada más que por eso? Claro que quien lo haga, se gana su puesto honorífico en el índex y ¡nunca más! invitaciones a cocteles, sobres con dólares o viajecitos con todo pagado.

Eso en cuanto a la prensa. ¿Y qué dicen nuestros políticos? La clara intromisión en asuntos de otro país que no es el suyo y que protagoniza semanalmente Mr. TLC, parece no importarles en lo más mínimo. ¡Es más, lo asimilan y hasta miran con simpatía que el gringo se expida cómo mejor le parezca! No deja de ser insólito el asunto aunque también no podemos eximirnos de suponer que hay un cálculo avieso: ¡estar bien con Gringolandia is a nice deal and we’re talking about Mr. TLC!

Con prensa lacaya y sumisa, con políticos profundamente serviles y estacionales porque su antimperialismo se guarda en el refrigerador por largas épocas, se entiende que Mr. TLC haga lo que le venga en gana y cuando así él lo disponga. Por alguna coincidencia, en estos tiempos de epidemias de TLCs, el señor es uno de los más combativos y dicharracheros ¡y eso que no nació por nuestras tierras! Cabe suponer que si algunos pocos de nuestros precarios inquilinos del Establo o del mundillo político actuaran con ese fanatismo a ultranza, habría algo de vergüenza propia, raza o valentía protestante.

Los tiempos en que presidentes como Juan Domingo Perón que no dudó, entre risa e ironía, llamar hijo de puta a Spruille Braden, otro gringo insolentemente entrometido, por los años 40, son cosa del pasado y un ayer irrepetible. Sin ser paradigma o modelo, por lo menos Hugo Chávez se burla con donaire y voz fuerte de Mr. Bush y expulsa a los espías que la CIA le planta con mucha frecuencia en Venezuela. De manera que no todas las plantas son tan dóciles y maleables.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!