ANTONIO MARTORELL, exposición Quijotextos, República Dominicana, 2005

Cuando en febrero de 1989 la población
más pobre de Caracas bajaba de los cerros
para frenar el ajuste neoliberal implantado
por el recién electo Carlos Andrés Pérez,
nadie pensaba que aquella insurrección
popular –sofocada por el ejército asesinando
cientos de personas- representaba una
inflexión de larga duración en las luchas
sociales de ese país, pero también a escala
continental.

Con los años llegaron otros
levantamientos (Ecuador a partir de 1990,
luego Chiapas, Paraguay, Argentina, Bolivia…)
que, salvando algunas diferencias,
encarnaban el nacimiento de nuevos actores
sociales que tenían en común que vivían
en los "sótanos" de sus sociedades, por
utilizar un término acuñado por el
subcomandante insurgente Marcos.

Pero en Venezuela, además de similitudes,
hay algunas diferencias que vale la
pena destacar, y que explican el destacado
papel que viene jugando Chávez. Los
movimientos venezolanos comparados con
los de los más pobres del continente, parecen
difusos, borrosos, de escasa visibilidad
aunque la contundencia de sus acciones –
como la derrota del golpe de Estado de abril
de 2002 y del paro petrolero del año siguiente-
los han tornado en actores destacados.

A tal punto, que Michael Hardt sostiene
que lo que verdaderamente obsesiona
a la administración de George W. Bush
no es la retórica antimperialista de Chávez
(ni tan extrema ni tan coherente como otras
a las que se enfrentó el
imperio) sino la autonomía de esos
movimientos que son los que verdaderamente
están marcando los rumbos del proceso
bolivariano.

La diferencia venezolana

Sin embargo, no hay en Venezuela nada
organizado que se parezca a la CONAIE
ecuatoriana (Confederación de Nacionalidades
Indígenas de Ecuador), ni a las juntas
vecinales o los cocaleros bolivianos o a
los piqueteros argentinos, por no mencionar
los casos mejor estructurados del movimiento
sin tierra brasileño o del zapatismo
chiapaneco.

Dicho de otro modo, en Venezuela
no encontramos movimientos abarcativos
con estructuras que les garanticen
visibilidad, estrategias y tácticas, dirigentes
conocidos y todas esas características
que revisten los movimientos institucionalizados.
Esta situación, realmente novedosa
respecto al resto del continente, puede explicarse
en alguna medida como consecuencia
del hundimiento del sistema político a
lo largo de los años 90. Este naufragio no
sólo precipitó la desintegración de los partidos tradicionales (desde los socialcristianos
y la socialdemocracia hasta las
izquierdas), sino que se llevó consigo al
vertical y corrupto movimiento sindical.
Todo lo institucionalizado se disolvió en
el aire, parafraseando la célebre frase de
Marx.

Pero hay algo más, que consiste en
realidades subterráneas que sólo el tiempo
y análisis más sólidos podrán iluminar. Los
pobres de los cerros no optaron por crear
organizaciones a imagen y semejanza de
las que se habían hundido en el desprestigio
por la corrupción y la subordinación al
Estado y los partidos, sino que crearon
multitud de espacios dispersos y escasamente
o nada articulados.

No vemos en Caracas, a diferencia de El Alto en Bolivia,
estructuras más o menos centralizadas que
agrupen a los barrios. Ciertamente, esta
"ausencia" es funcional a un liderazgo
como el de Chávez, pero tiene además la
enorme ventaja de que no ofrece tantas facilidades
para la cooptación como las organizaciones
tradicionales. La falta de articulación
y de centralización es lo que
explica el éxito que han tenido los movimientos
de los pobres venezolanos a la hora
de desarticular el golpe de Estado y el paro
petrolero, las dos principales iniciativas de
las elites que habrían triunfado si se hubieran
enfrentado sólo al aparato estatal.

Chávez, imán de los movimientos

Así como el presidente Chávez tiene un
enorme poder de atracción en su país, se ha
convertido en el referente más importante
de la izquierda continental, casi a la par de
Fidel Castro. Pero el chavismo no sólo tiene
sintonía con los movimientos: interviene
en ellos e intenta subordinarlos a sus
objetivos. Un caso evidente es el del movimiento
sindical, al lado de cuya tradicional
CTV (vertical, corrupta y aliada de las
patronales) el chavismo impulsó la creación
de la UNT utilizando para ello los recursos
del Estado. El cientista social Héctor
Lucena asegura que así como los empresarios
antichavistas no descuentan el jornal
de los trabajadores que hacen paros contra
el régimen, "el gobierno también financia
a los empleados públicos que participan
en sus frecuentes marchas y actos públicos,
y a quienes no lo son, les brinda apoyo
material, logístico y financiero" [1].

A escala regional, el chavismo está
siendo capaz de influir en multitud de movimientos,
de forma directa o indirecta. En
noviembre se realizó en Caracas el primer
encuentro latinoamericano de empresas recuperadas,
al que asistieron gran cantidad
de representantes de varios países. El resultado
fue muy satisfactorio tanto para las
empresas gestionadas por sus obreros como
para los promotores del encuentro. Gracias
a los abundantes fondos con que cuenta el
Estado venezolano, se firmaron acuerdos
de cooperación que permitirán a unas cuantas
empresas contar con asesoramiento, recursos
y mercados, con los que antes ni siquiera
podían soñar.

Por otro lado, el chavismo emite un
potente discurso en varios terrenos que van
desde la integración regional y la crítica a
los Estados Unidos, hasta las bondades de
los planes de salud y educación que se llevan
adelante en el país con apoyo cubano.
A través de periódicos y medios como
Telesur, que son financiados por el Estado
venezolano, pasando por múltiples organizaciones
políticas y sociales que se identifican
con el proceso bolivariano, el
chavismo cuenta con una amplia red de
multiplicadores en todo el continente. Los
foros sociales, más allá de las actitudes e
intenciones del gobierno de Chávez, vienen
mostrando crecientes simpatías hacia
ese proceso, como lo muestra la reciente
"contracumbre" realizada en Mar del Plata,
donde algunos movimientos argentinos
actuaron como fieles defensores de los gobiernos
de Chávez y Kirchner.

En el amor como en la cooptación se
necesitan dos (como mínimo). Sería demasiado
simplista culpar sólo a los gobiernos,
y hacernos los distraídos cuando los de abajo
eligen el camino fácil de la subordinación,
ya sea por comodidad, pereza para
luchar por la autonomía o a cambio de beneficios
materiales. Ahora que toda América
Latina está salpicada por gobiernos progresistas
y de izquierda, se ha instalado el
tiempo de la ambigüedad: las declaraciones
de autonomía y de "mandar obedeciendo"
a menudo esconden la sustitución de
la política desde abajo por la estatista, que
siempre es política desde arriba.

[1Héctor Lucena, "La crisis política en Venezuela", Clacso, Buenos
Aires, 2005, p. 90