"Las palabras no caen en el vacío"
Zohar

La vida del maestro Alejo Carpentier se
organiza en ciclos cargados con grandes
significaciones y un solo sino, resaltar el
valor que tienen nuestras expresiones
históricas, artísticas y mitológicas.

Amalgama que permite dar relieve a la
figura de los héroes militares y civiles que
viven dentro del espacio de la sabiduría
de nuestros pueblos. Que sin duda tienen
que dar marco y fuerza a nuestros procesos
civilizatorios. Se propuso, y logró, que
nuestra cultura tuviera un camino para
alcanzar su ubicación, sin temores ni
complejos, al nivel de las grandes y
antiguas culturas del mundo.
Sus ciclos vitales se pueden resolver
al asociarlos al influjo de tres ciudades,
La Habana (1904-1928; 1939-1945;
1959-1966); París (1928-1939; 1966-
1980) y Caracas (1945-1959).

Queremos resaltar los 14 años que
vivió en Venezuela que para muchos
críticos son de los más fructíferos que se
le conocen. En este período produjo cuatro
de sus más notables novelas, El reino de
este mundo, Los pasos perdidos, El acoso
y El siglo de las luces, así como los cinco
reportajes sobre la Guayana venezolana
que constituyen su trabajo Visión de
América. Que han de servirle como
fundamento para desarrollar su novela Los
pasos perdidos. Durante el lapso termina
su libro La música en Cuba, que le había
solicitado el Fondo de Cultura Económica
de México.

En Venezuela es notable su trabajo
periodístico en su columna del diario El
Nacional, donde acumuló cerca de dos mil
artículos y crónicas sobre los más diversos
temas: literatura, música, cine, artes
plásticas, arquitectura, arqueología,
antropología, historia, y en general
muchas tesis sobre el saber humano. Entre
los caraqueños, que tuvieron la suerte de
recibir su cordial trato, recuerdan su
participación en la actividad publicitaria,
en la empresa ARS que dirigía su amigo
Fernán Frías, allí compartió ideas, y no
pocas ocurrencias, con otros colegas a
quienes asombraba con sus salidas y
recursos discursivos de gran vuelo.

Según escuché decir a Miguel Otero Silva, otro
de sus amigos cercanos, escogió la
publicidad como oficio temporal por
cuanto le permitía mayor ventaja para estar
cerca del mundo de la novela, para el que
estaba más que dispuesto, capacitado y
comprometido.

En 1959, a raíz del triunfo de la
Revolución Cubana, Carpentier deja Caracas y se reinstala en La Habana. Una
de sus tareas más destacadas a favor de
las letras del continente fue su presencia
como Director Ejecutivo de la Editora
Nacional de Cultura, sin abandonar sus
compromisos con diversas publicaciones
en toda América Latina.

Una de las constantes que más nos
motiva y acerca a la obra de Alejo
Carpentier, es su fervor por rescatar y darle
valor a los orígenes del intelecto que, en
la contemporaneidad, permitió construir
nuestros esquemas civilizatorios actuales.
Reivindica las infinitas formas que adoptó
la historia para defenderse de la banalidad
oficial con la que se le ha pretendido teñir,
buscando en todo cuanto estuvo a su
alcance los datos para rescatar la memoria
de nuestra América.

Él lo dijo, esta historia
sigue pesando sobre el presente, y quizás
con más fuerza, por ejemplo, sobre el
moderno mundo europeo. Tenemos la
suerte de tener muchos datos que asombran
sobre la atemporalidad de nuestra realidad
contemporánea y, más paradójico aún, su
permanente influencia de todo cuanto en
nuestro derreredor político existe. En él
viven grupos cuya savia y costumbres
están aún animados por leyes muy
anteriores al descubrimien- to, y el
proceso de conquista de nuestras tierras.

En contra de la lógica (y a pesar de la obra
de don Alejo) conviven en América, desde
irritantes prácticas políticas surgidas del
medioevo hasta formas y estilos sociales
y políticos propios de la posmodernidad.
Toda esa intemporal realidad es parte
actora de nuestra vida. Su presencia es
dinámica, poderosa y fácilmente se
constituye en la materia prima que anima
a nuestros escritores a navegar en la
complejidad de los tiempos sin que
pierdan el sentido de lo real maravilloso.
La preocupación de Alejo Carpentier
por la historia es una obsesión. Su tiempo
ensarta realidades que van desde el
rompimiento del diablito ñañigo con las
cortes celestiales (Ecue yamba-O), o la
reunión en un cementerio entre Vivaldi y
Stravisnky (Concierto barroco).

Descubre y se divierte con las extrañas esencias de
ese juego del tiempo donde el presente
vive enmarañado con el pasado, o
viceversa. Destaca el valor casi mítico del
tiempo, presenta seres, realidades,
procesos sociales, en los que las líneas del
espacio no tienen la lógica formal de la
esperada linealidad. En su modo y técnicas
de narración los temas que aparecen no
respetan costumbres literarias apegadas a
lo convencional.

Existe, obvio, la realidad,
pero es tenida como un elemento de la
historia que no se complica ni se aferra a
los órdenes de la cronología. Logra con
su magia de literato mostrar lo real y
hacerlo verosímil, según una lógica
anárquica propia de nuestro temperamento
latinoamericano y caribeño. Crea, inventa,
desarrolla una armonía entre el tiempo y
nuestra cultura, tan perfecta, que no puede
ser otra cosa que "real" y cónsona con su
profunda y original manera de narrar o más
exactamente de narrarnos como seres de
esta porción de la tierra.

En esta búsqueda logra plasmar lo
que de universal tiene nuestro sencillo
mundo latinoamericano. Ese modo de
vivir de nuestra gente lo encontramos en
sus obras de mayor significación. El reino
de este mundo (1949), se apoya en hechos
históricos, pero no cae en la tentación de
presentarlos como meras crónicas, y verlos
en su forma concreta y sucesiva, sino que
su ánima literaria está ordenándolos por
caminos de lo inexplicable maravilloso;
valen por el orden de una estética, de un
fervor narrativo, para dejar mensajes cuyo
primer correlato simbólico es el político y
el social. Siempre lo social. Por siempre lo
político.

No se trata de Haití, o el Caribe, es
todo un continente. Los datos, su unidad,
su conexión están anudando el mundo
político de nuestras repúblicas. Le retuerce
el pescuezo a la realidad de lo actual para
decirnos hoy, algo que Alejo Carpentier
ya sabía de muy antes. Lo vemos:

 Optimista: "la grandeza del hombre está
en querer mejorar lo que es".

 Blasfemo: "en el reino de los cielos no
hay grandeza que conquistar".

 Utópico: "el hombre sólo puede hallar
su grandeza, su máxima medida en el reino
de este mundo".

 Irónico: "vivimos un mundo
descabellado. Antes de la Revolución
andaba por estas islas un buque negrero,
perteneciente a un armador filósofo,
amigo de Juan Jacobo. ¿Y sabe Ud. cómo
se llamaba ese buque? El Contrato
Social".

 Terminante: "Una revolución no se
argumenta: se hace".

La novela cuenta de los enfrentamientos
entre variadas fuerzas. Pueden ser
los esclavos, los esclavistas, o sus cipayos,
encomenderos o adelantados, no importa
el nombre o la clase que representen. Son
paradigmas los que retrata para que
vuelvan a revivir en el presente… y todos
los presentes que tengan que superar
nuestras repúblicas. Pinta a su Mackandal,
para que, cual mito eterno, se muera y
vuelva a resurgir en tantos Mackandal
como sea necesario. Eternos, testarudos,
feroces, infranqueables. Radicales hasta en
su esperada muerte e impensada
resurrección. Circularidad que aterra con
su disciplina. Terca vida. Insistente
presencia que nunca nos abandonará por
el resto de nuestra vida como repúblicas.

La narración pasa de Mackandal al
reinado de Henry Christophe, gestor de
una paradoja tan real como funesta, al
convertir a sus hermanos ya libres por la
ley vigente, en esclavos, término abolido
de los códigos vigentes. Arbitraridad
propia de dictadores. Idea que luego
desarrolló en forma entre dramática y
humorística en su novela: El recurso del
método. Esta, como también El reino de
este mundo, está llena de símbolos. Unos
teatrales otros calamitosos, ambos
terriblemente reales. Lo significativo de
todo esto es su indiscutible vigencia
contemporánea. Tan real que pareciera estar
prescribiendo signos a la agenda de muchos
de nuestros gobernantes contemporáneos.
Esa es la grandeza de su obra, llena de
visiones que no pueden soslayarse y que,
por la fuerza de su precisión, siguen
germinando en la obra de novelistas que
fueron sus lectores.

Esto me conduce a otra novela que
también se vincula con el recuerdo vital
de su etapa venezolana: El siglo de las
luces (1962). Acá se remarca una de sus
ideas estelares, la obligada relación entre
los procesos de socialización de nuestras
repúblicas, y los fenómenos políticos y
sociales del resto de la humanidad. Se
descubren allí muchas de las falsedades
estructurales que dieron forma a nuestras
indescifrables democracias representativas,
al desnudar cómo fue desnaturalizada
nuestra libertad para pensar y actuar en el
campo político.

En El siglo de la luces, surgen claves
para buscar la identidad de este "nuevo
mundo", y tender líneas que hoy podemos
rescatar para dar orden y sentido a nuestros
procesos de relación entre naciones o como
nacionalidades. Sobre todo es vía para
saber por qué y cómo mirar al Caribe, y
evidenciar la realidad de políticas que
logren, a partir de todas las conexiones que
nos presenta Alejo Carpentier, maneras más
precisas que realcen nuestras semejanzas
como culturas aptas para crear unidad y
comunidad. En síntesis, integración. La
obra es, para mí, una narración de orden
político, que busca a través de bellísimas
y logradas figuras y notable estilo literario,
ir creando cuadros cuya realidad aterra por
la densidad de los símbolos que rescata.

Una vez lo hace para delatar la eterna
confrontación ideológica (libertarios
asociados a las ideas de la Revolución,
enfrentados con practicantes de ritos de
religiones diferentes a la católica); otra,
notando el tema de las diferencias entre
clases (los notables y cipayos representantes
nacionales de intereses y grupos imperiales,
y sus enfrentamientos por recibir
prebendas y ventajas); y, otra para
evidenciar la dinámica y relación entre
grupos sociales que tanto se enfrentan por
privilegios, como por su potencial para
generar segregación y aislamiento social
(la sorpresa de Sofía al visitar los barrios
cercanos al puerto de La Habana, para
descubrir mundos para ella inéditos), el
uso de términos despectivos para referirse
a personas en funcion del color de su piel
(niches, espaldas mojadas, chicanos,sudacas, chinos, caliches).

Condición que, en otro momento de la narración, se
convierte en una fortaleza para quien sea
negro. Discordancias, signos de grandes
contradicciones sociales entre clases que,
aún en el presente, no están superadas.
Conflictos universales que tuvieron efecto
y mantienen vigencia en nuestro
continente (acompañar a los personajes en
un periplo que los asocia con la toma de
La Bastilla en 1789, hasta desembocar en
1808 con el levantamiento del pueblo de
Madrid contra las tropas napoleónicas).
Son muchas las formas alegóricas que nos
conectan con el violento mundo de Goya.

Nota resaltante es el toque de
violencia que origina diversas y notables
resemblanzas con el presente de nuestro
continente. De la misma manera como nos
llegan la ideas de igualdad, fraternidad,
libertad y todas sus utópicas expectativas,
nos sobreviene el terror. Así, nos cuenta
en el capitulo XVI: "Luciendo todos los
distintivos de su Autoridad, inmovil,
pétreo, con la mano derecha apoyada en
los montantes de la Máquina, Victor
Hughes se había transformado de repente
en una Alegoría. Con la libertad, llegaba
la primera guillotina al Nuevo Mundo".

Volviendo a la cita del Zohar, que
encabeza el artículo, tenemos que el
optimismo y el sentido que refleja nos hace
sentir ilusionados por el valor de la palabra
de Alejandro Carpentier, y los efectos que
ella debe tener en quienes la escuchen.
Algo germinará. Algo debe suceder. Ya en
Venezuela y en América Latina y el Caribe
algo está pasando. Don Alejo: esté donde
esté -o, adonde la mejor fortuna lo coloque,
y que tiene que ser en el espacio de los
justos-, corresponde estar satisfecho... el
país que vivió, amó, analizó y del cual
recibió tanto como le retribuyó, parece que
sin saberlo, absorbió sus señas e interpretó
sus mensajes y toda su fuerza, y sentido de
justicia y humor. Desde allí nos ha dado
líneas y valores para una agenda en plena
construcción.

Magistral en toda su obra la firmeza,
convicción constante y dedicación a
reinvidicar, sin complejos, todos esos
notables recursos ancestrales que la
naturaleza y cultura de nuestros pueblos
posee, y mantiene con gran orgullo y que,
recién hoy, comienzan a constituir
baluartes de los órdenes de la nueva
civilidad, si no que lo diga Evo, el
pachacutik, y todos los nuevos liderazgos
de origen atávico que surgen en todo el
continente.

Dentro de ese orden es preciso
destacar la pureza anárquica de la lógica -
nada cartesiana por cierto-, de la estructura
irregular, ahistórica, onírica, fantástica,
humorística, de la original estructura con
las operaciones que Alejo Carpentier
utiliza para desarrollar sus novelas y
personajes, concepción que marca una
forma original y latina bien diferente de
cuanto es propio de los escritores de otras
latitudes.