El 22 de abril la Encuesta Permanente de Hogares divulgada por el INDEC -cuya aritmética está fuertemente cuestionada por la realidad- no deja de ser perturbadora.

Del cuadro oficial de ingresos de los 14.127.000 personas ocupadas se desprende que el 30% de los trabajadores -4,2 millones- no cubre el valor de la canasta de indigencia de una familia tipo. Y más del 60% -8,8 millones- no gana lo suficiente para adquirir la canasta de pobreza familiar.

Ciertamente, el Paraíso capitalista sigue quedando lejos, pero con buen ojo y mejor criterio, tampoco puede verse un porvenir que entusiasme a nuestra empobrecida condición humana.

Cuando me indigno ante el precio duplicado de un cuaderno de tapa dura para mis niños escolares, me crece la fama de “primitivo” de luna oscura. Sucedió hace unos días, cuando me permití ante un economista asombrarme por el alza del litro de leche. Sentí una mirada desagradable y de alguna manera civilizada. Es difícil hablar con los “beneméritos” -ricos o teóricos de la riqueza- sin que nos acompañe la sensación de estar diciendo una estupidez.

Pierre Bourdieu manifestaba que muchos economistas tienen intereses específicos suficientes en el campo de la ciencia económica como para contribuir decisivamente a la producción y reproducción de la devoción por “la utopía neoliberal”. Separados de las realidades del mundo económico y social por su existencia y sobre todo por su formación intelectual: abstracta, libresca y teórica, están particularmente inclinados a confundir “las cosas de la lógica con la lógica de las cosas”. Pueden tener diversos estados síquicos individuales en relación con los efectos económicos y sociales devastadores del capitalismo -como alguna tristeza por el hambre de nuestros niños- que “disimulan so capa de razón matemática”.

Te miran, de arriba a abajo y se les dibuja una sonrisita de esas que te hacen sentir muy cerca del abuelo pitecántropo y proceden a calificarte de simpático o de gracioso, “como si uno fuera un osito panda extraviado” en un cóctel benéfico para los niños pobres de Finisterre.

Algunos -los menos- te comentan con rostro bonachón, casi con complicidad: Yo también, m’hijo, tuve mis sueños y mis ilusiones. Yo también leí el Manifiesto pero Marx no ha dejado de ser un fantasma de biblioteca y “andan de prisa como si nada tuvieran que ver”.

El Negro -que no quiso saberse más- me decía en el tiempo de las utopías: A veces el hombre puede ser una mierda y el capitalismo lo expresa con notable esplendor.

# agencia pelota de Trapo (Argentina)