Prescindiendo de quién gane en segunda vuelta, Ollanta Humala o Alan García. Hay dos colectividades políticas que reúnen una significativa mayoría y una identificación social cuasi indistinguible: son los más pobres y los excluidos del sistema. Por tanto, juntos o coincidentes, pueden hacer realidad hechos políticos tan importantes como la fiscalización, al centímetro, del comportamiento de sus parlamentarios o ¡de manera directa y ad hoc! de la del próximo jefe de Estado. Estas masas y desde sus organizaciones tienen el imperativo histórico de convertirse en los fiscales del pueblo.

No hay la menor duda que la corrupción institucional del Perú tiene en el Congreso una de sus instancias preferidas. Basta con llegar al Establo para ser atenazado entre brigadas de secretarias, batallones de asesores, y sueldos fijos, abultados e injustos, amén que posibilidades de figuración mediática, invitaciones sociales y la fantasía de ser lo que jamás serían por mérito propio, es decir, un accidente trocado en liderazgo fabricado por los medios de comunicación que manipulan y estupidizan virtualmente a los legiferantes. Las tentaciones para hacer leyes con dedicatoria, merced a muelles coimas, es casi una constante que jamás deja huellas porque no hay recibos ni contratos. Esta es una rara forma en que la “palabra empeñada” sí tiene vigencia. Por desgracia para incurrir en actos corruptos.

Otro tanto ocurre cuando alguien gana el solio presidencial. Como es natural se rodea de amigos. Y también de amigotes. La sensación engañosa de estar en el “poder” sensualiza y obnubila a nuevos o repitentes. Los cogollos familiares y partidarios ya están afilándose las uñas y las demostraciones públicas son hasta grotescas. ¿Acaso no hemos visto, aquí y acullá, cómo se preparan muy mucho para volver o estrenarse en cargos del Ejecutivo a integrantes de los principales grupos en liza? Quien diga que no, incurre en miopía. O imbecilidad a secas.

Entonces ¿cómo pueden actuar los fiscales del pueblo? ¡De ese modo!: ¡fiscalizando a sus legisladores y a su presidente! Si es un aprista, entonces la masas apristas y humalistas tienen que dirigir una cuidadosa labor de vigilancia a la acción pública del jefe de Estado para que no incumpla las promesas de la campaña electoral. Si es un humalista, ídem. Y el rigor debe constituir deber ciudadano dentro de lo que permite el ordenamiento jurídico del país que prevé la iniciativa legislativa. Es decir, que miles de personas firmen una petición o demanda que nace y se genera del pueblo mismo y que va al Congreso.

¿Y qué ocurre si el Establo se colude con el presidente y, en aberrante espíritu de cuerpo, como ha ocurrido tantas e innumerables veces, no da curso o torpedea la iniciativa legislativa? ¿No son acaso las más representativas y numerosas colectividades populares capaces de llevar 400 ó 500 mil personas a rodear el Congreso el día en que se discuta dicha iniciativa para alertar a los legiferantes que la paciencia se acabó? No se infringe las leyes, se ejercita la democracia que defiende sus iniciativas para que los grandes vivos o los que crean que pueden hacer cuanto les venga en gana ¡se han equivocado!

Censurar por las calles a los malos e inmorales parlamentarios que se arrimen al bando de los delincuentes, fiscalizar al presidente de la república, impedirá que éste consume voluntarismos estúpidos redivivos pero igual de infecciosos, como que yugulará torpezas de novatos que no se atreven a deslindar categóricamente quién y de qué modo discuten sobre los grandes temas nacionales.

¿Locura, idiotez? No estoy tan seguro que lo sea. Cuando el pueblo se toma la atribución ínsita de ejercer la custodia de su gobierno y la de sus representantes ¡hace todo lo contrario! ¡Ejerce la ley, practica la democracia y también puede instalar de facto y de derecho, la repulsa y el paredón moral para castigar a los delincuentes! Y no haría nada mal al Perú escupir y apostrofar por las calles a los monreros y rateros que están o puedan llegar a la cosa pública, como tampoco harían mal los partidos populares en demostrar su asco e indignación cuando se pretenda torcer su designio de construir un Perú libre, justo y culto!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!