Mientras que el candidato Ollanta Humala continúe impulsando pretextos para no fijar la fecha del gran debate que aguarda la ciudadanía con el señor Alan García, seguirá dando la apariencia de alguien que, por misteriosa razón, confiesa su derrota frente a una polémica que ¡NO se ha producido! La gente quiere verlos a ambos, exponiendo puntos de vista y opiniones sobre qué hara al frente del gobierno. ¡Esto no es un torneo oratorio ni una justa para ver quien tiene mejor dicción o afina el gaznate para la emisión de embrujos o mentiras edulcoradas convenientemente! ¡De ninguna manera!

Los vicepresidentes y equipos de apoyo y respaldo van a ser, en cualquier caso, soldados de segunda, tercera o cuarta línea. El debate, aquí o en la Conchinchina, es ¡entre los que pasaron a la segunda vuelta, a saber: Ollanta Humala y Alan García! Lo demás es gárrula como absurda pretensión majadera.

No hay duda que la esgrima sobre la que discurrirá un debate procurará golpear al adversario y persuadir al electorado para que le confíe su voto. Y la aparente desventaja de Humala de no tener pasado político, se convierte en un dolor de cabeza para García que sí lo tiene. Pese a que la pasión de tirios y troyanos aún no deja producir un escrutinio riguroso de lo que fue el quinquenio 1985-1990, sí hay un clima que tilda a aquella experiencia como uno de los más grandes y abrumadores fracasos que pueda exhibir un ex presidente. A Humala, de repente, van a cuestionarle por presuntas violaciones de derechos humanos en distritos o poblaciones donde, dicho sea en honor a la verdad, acaba de ganar abrumadoramente.

¿Quién explica la timorata y perjudicial posición de Humala frente a Hugo Chávez? Nadie entiende que él se callara y no dijera, hasta hoy, gran cosa ni deslindara categóricamente con el presidente venezolano y en cambio, su esposa, Nadine, que no es candidata a ¡absolutamente nada!, tuviera más criterio o abordara el asunto con mayor empaque cuando estuvo en Arequipa. Estos titubeos melindrosos son, a veces, letales.

Que hoy la gran prensa limeña que funge de nacional dé DNI al New York Times y acepte acríticamente cuanto diga el diario norteamericano no parece ser algo anormal. Hasta hace poco berreaba por la derrotada Lourdes Flores. Hoy vaticina destinos apocalípticos luego que Morales, en ejercicio soberano, nacionalizara los hidrocarburos en Bolivia. Por tanto, no sorprende que ya esté alimentando o direccionando el voto por lo que llaman el “mal menor”.

A los candidatos hay que exigirles precisiones sobre qué harán con las empresas transnacionales que ganan mucho, se llevan los recursos y ni siquiera tienen la decencia de dejar en Perú y en sus trabajadores, parte de sus ingentes ingresos. Protegidas como están y con la complicidad de Economía y Finanzas, ni siquiera se dan por enteradas cuando se les habla de pagos al Estado porque hablan de la “estabilidad jurídica”. ¿Qué harán los postulantes? Y este es uno, entre otros muchos, de los temas más importantes.

Aquí no interesa la opinión del New York Times cuyo sesgo es inocultable. Tampoco los exámenes que quiere tomar Mr. TLC, James Curtis Strubble, a alguno de los candidatos, tema que celebra la prensa cipaya. Bastante menos lo que digan los grandes sinverguenzas que han vivido en los últimos 20 años de la exacción al pueblo peruano y del contrato con dedicatoria. La única, unívoca y soberana decisión, corresponderá al ciudadano, en uno u otro sentido. Y si el presidente mete la pata y el Congreso hace lo mismo, hay que impulsar iniciativas legislativas, rodear el Establo cuando se discutan los grandes temas y ¡cancelar moral y políticamente a aquellos mercaderes que se atrevan a seguir engañando y robando al pueblo del Perú! ¡Así de simple!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!