En Bogotá, cada dos años, digamos que tengo la posibilidad de convertirme en una mejor persona. Sucede por la misma época de la semana santa, pero debo admitir que no es por el hecho de acudir a las iglesias o seguir con devoción la pasión de Cristo que me siento mejor, sino porque durante 17 días tengo el placer de hacer y ver lo que más me gusta: teatro. Y cuando digo que me convierto en una mejor persona no es porque de repente me provoque tener un gesto de caridad o me vuelva más generosa, menos pecadora o más bondadosa, sino porque después de ver obras como “Ivanov” de Antón Chéjov, que éste año trajo el teatro Katona Józef de Hungría para el X Festival Iberoamericano de Teatro, siento muchas ganas de estar viva. Y eso implica una acción, me induce a buscar una manera de estar en el mundo, o mejor aún, una excusa más para hacerme preguntas y pensar, crear, hacer y actuar para responderlas. Porque en últimas ese es el teatro que me interesa, el que cuestiona, el que propone una nueva manera de ver las cosas, el teatro que inspira, que logra quedarse en la memoria y del que vale la pena hablar… lo demás, puede obviarse, puede quedarse atrás sin comentario y en nada cambiará las cosas. Aquí van algunas que resalto de entre 21 obras vistas durante la época de fiesta, donde el tiempo pareció cambiar su cara y donde, gracias a Dios, la tarde del domingo perdió su carácter amargo y el lunes dejó de ser amenazante. Después, todo volvió a la normalidad, pero por ahora no hablemos de ello.

“Ivanov”, obra dirigida por Tamás Ascher y con 21 actores en escena, es tal vez la representación más fiel de la atmósfera chejoviana que yo jamás haya visto, donde las relaciones humanas son protagonistas y donde fácilmente nos familiarizamos con el mundo frío y deprimente que representa. El hecho más contundente de ésta pieza, es que a pesar de contarnos una historia tan desesperanzadora y trágica, logra presentarse desde una perspectiva de humor negro que mueve incluso hasta la risa. Sentados en las sillas del teatro podemos extrañarnos y a la vez reconocernos, sentimos el vacío que implica la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Quizá la intención última del teatro, cuando todo se reduce a palabras y a acciones, es enfrentarnos con nuestros pequeños demonios, e “Ivanov”, al final, lo logra. Porque aunque no pretendo imponerle al teatro deberes pedagógicas o insinuarle funciones en la evolución y formación de un individuo, solo quiero enfatizar el hecho de que al ser un arte debe llevarlo a uno, como espectador o interlocutor, a preguntarse y plantearse cosas, no importa (y jamás debe cuestionarse) lo insignificantes que creamos que son.

Lo interesante de una obra, es aquello que nos hace volver a ella aún después de haber salido del recinto, aún después de varias horas, de varios días; eso que nos hace repensarlas, analizarlas, recordarlas y mejor aún, no olvidarlas. Así me sucedió con “La Estupidez”, del dramaturgo y director argentino Rafael Spregelburd. Con 24 personajes, interpretados por 5 actores, narra 5 historias diferentes, pero entrelazadas, que ocurren en un motel a las afueras de Las Vegas. Aunque algunos espectadores deciden evadirse antes de tiempo y aunque la obra sí demanda un público juicioso, paciente y muy atento, al final, si logra no perderse detalle, puede llegar a ser feliz en extremo. Porque lo que importante es cómo decide Spregelburd contarnos la obra, cómo elabora esa estructura y cada uno de sus personajes, cómo la palabra se convierte en el vehículo de la historia y cómo la versatilidad (y la velocidad) de sus actores, nos van trasladando a cada situación sin dejarnos siquiera pensar en lo que acaba de ocurrir, o terminar la carcajada que la escena anterior nos suscitó. Esa es una manera especial de hacer las cosas y precisamente por eso es posible que jamás la olvide; por el contrario, me inspira y me lleva a involucrarme de manera más sincera con mi actividad teatral. Eso es teatro inteligente y no digo inteligente para darle una connotación erudita o excluyente, sino porque tiene humor y para mí el humor es símbolo de una inteligencia exquisita.

Por otro lado, hacía mucho tiempo que no me conmovía, que no me sentía tocada o perturbada en un teatro. Así me sucedió con “El Vientre de la Ballena”, la obra del dramaturgo colombiano Fabio Rubiano, estrenada durante el festival y coproducida con el Teatro Mladinsko de Eslovenia. Aunque el montaje, dirigido por el esloveno Matjaz Pocrajc, combina el espacio teatral con video en vivo y resulta en últimas atrayente, lo que más me interesa resaltar es el texto. Es una obra enmarcada en una realidad que no deja de producir perplejidad como lo es la pornografía infantil, la explotación laboral y la pedofilia. Pero lo evidente jamás se hace presente. Lo más importante de esta obra es cómo se nos narra una historia a medida que sus personajes hablan de una cosa y van significando otra. Un detective debe encontrar a su hija y a su vez desenmascarar una red dedicada la tráfico de niños, entonces, en la medida en que debe ser cauteloso y astuto sin despertar evidencias, así mismo debe hacerlo con las palabras: el hábil manejo del lenguaje se convierte en un instrumento para descubrir pistas que lo lleven hasta la verdad. Una vez más, Rubiano retrata la realidad de nuestro país y logra que nos sintamos impotentes frente a una situación tan detestable.

La oportunidad de asistir a estos espectáculos es la muestra de que éste festival de teatro que tenemos los bogotanos ha ido creciendo a medida que pasan los años, no solo en cuanto al número de compañías que aceptan la invitación sino también en el número de espectadores, que éste año superó los tres millones; cifra me hace sonreír si tenemos en cuenta que no somos un país con una larga tradición teatral donde por momentos el cine o la televisión han tomado su lugar. Los espectadores de teatro nos hemos ido volviendo más exigentes y aunque algunos todavía se dejan llevar por la “pirotecnia”, por lo espectacular y por lo visual más que por lo fundamental, visceral o básico (recordemos que no lo que parece más sencillo es más fácil, por el contrario, no hay nada más difícil que decir las cosas con simpleza), lo cierto es que vale la pena resaltar que hay algunos que todavía tratan al público con respeto y no lo subestiman.

Lo que quisiera es que todos en algún momento tuvieran la oportunidad de asistir como público a un espectáculo teatral. También lo que quisiera es que supieran escoger con cautela el espectáculo porque de lo contrario pueden correr el riesgo de no pasarla tan bien. Pero lo que más quisiera, es que en últimas y gracias al teatro, pudieran sentir las inmensas ganas de estar vivo. No, cuando lo dije al principio no estaba exagerando, lo decía porque en realidad tengo muchas ganas de sobrevivir a este mundo que es la materia prima del teatro, es decir, la materia prima para hacer lo que más me gusta para convertirme así en una mejor persona.