El discurso que el vicepresidente de EEUU, Richard Cheney, pronunció en la reunión de los Jefes de Estado de las regiones del Báltico y el mar Negro, celebrada en Vilnius, atestigua que EE UU no repararía en complicar aun más sus relaciones con Rusia en aras de proseguir su expansión en el espacio postsoviético, la que es capaz de “dinamitar” la Comunidad de los Estados Independientes (CEI).

En ésta la influencia rusa era determinante, pero los últimos años la situación ha empezado a cambiar. La Comunidad de Opción Democrática, instituida el año pasado, comprende tres países que forman parte de la CEI: Ucrania, Georgia y Moldavia. Sus líderes participaron en la reunión de Vilnius, junto con los dirigentes de los Estados que ya son miembros de la Alianza Atlántica: los del mar Báltico, Polonia, Rumania y Bulgaria. Tanto Victor Yuschenko como Mijail Saakashvili volvieron a exteriorizar su “opción occidental”.

La manifestación de Yuschenko de que su país espera obtener el estatuto de miembro asociado de la UE e ingresar en la OTAN, hecha en tono tranquilo, ha sido no menos desagradable para Rusia que las críticas emocionales que le dirige Saakashvili. Es que a Georgia, que hasta ahora no ha logrado resolver los problemas de Abjasia y Osetia del Sur, nadie la espera en la OTAN. Y en cuanto a Ucrania, la situación es distinta. El portavoz de la OTAN, James Appathurai, ya a finales de abril manifestó que los 26 miembros de la Alianza Atlántica apoyan el plan de la integración de Ucrania en la OTAN en los aspectos tanto político como práctico, señalando aparte que el problema de la base naval de Sevastopol no hará parar este proceso.

Conviene hacer recordar que como una objeción contra el eventual ingreso de Ucrania se aducía el argumento de que en territorio del país miembro de la Alianza no pueden estar presentes fuerzas armadas de los Estados que no la integran. Pero para EE UU y varios países de la OTAN (en primer lugar, los de la “nueva Europa”) les apetece tanto el más rápido ingreso de Ucrania en el bloque que ellos están dispuestos a sacrificar uno de sus principios. Da la impresión de que en Occidente no están muy seguros de que la orientación prooccidental de Kiev sea irreversible. Pero lo de elogiar la política que están aplicando las autoridades ucranias y criticar la de Moscú (como lo hizo Cheney en Vilnius) no basta para solucionar el problema. De ahí el deseo de aprovechar la actual coyuntura política: al timón de Ucrania se encuentra el convencido “westernizador” Yuschenko; además, según pronósticos, el futuro Gobierno también va a orientarse a Occidente. El ingreso de Ucrania en la OTAN puede realizarse ya entre 2008-2010.

La transformación de Ucrania en un país otaniano será un choque muy fuerte para Rusia. No es porque Moscú enfoque el espacio postsoviético como esfera histórica de su influencia, y aquí despierten preocupación las palabras de la secretaria de Estado de EE UU, Condoleezza Rice: “los rusos deben reconocer que nosotros tenemos intereses legítimos en los países limítrofes con Rusia, con los que estamos desarrollando relaciones”. Ni porque Moscú les niegue a los estadounidenses su derecho a desarrollar actividad en el espacio postsoviético, sino porque las aspiraciones de Rusia y EE UU son diametralmente opuestas, trátese de Ucrania, Bielorrusia, Georgia o Moldavia. Precisamente por ello la intensificación de la actividad en este campo por EE UU está preñada del recrudecimiento de la rivalidad entre ambos países.

Ucrania, con su población eslava y en su mayoría adepta a la fe cristiana ortodoxa, desde el siglo XVII formó parte de Rusia, y la opinión pública rusa no se la imagina como miembro de un bloque de reputación negativa para la mayorías de los rusos. En efecto, entre la OTAN y la Unión Soviética durante largos decenios existía una dura confrontación. Cuando ésta terminó, la actitud hacia la OTAN no mejoró por la guerra en Yugoslavia de 1999. En este contexto, las palabras de que la Alianza ha cambiado y se ha transformado en una organización netamente política se perciben con desconfianza en Rusia. El ingreso en la OTAN de los países bálticos provocó reacción, fundamentalmente, por parte del “establishment” ruso (las masas hasta en la época soviética los asociaban con Occidente), y en el caso de Ucrania la situación será distinta. Está garantizado un brusco aumento de los ánimos antioccidentales en Rusia, tanto en los círculos elitistas como entre las masas. Sería un trauma psicológico demasiado grande, que provocaría la sensación de “fortaleza sitiada” y poco faltaría para surgir una nueva variante de la “guerra fría”.

¿Por qué EE UU acepta exponerse a riesgo? Parece que la Administración Bush teme el aumento de la influencia de Rusia en la “nueva Europa”. El impresionante crecimiento de la capitalización del consorcio ruso GAZPROM, el aumento de la independencia económica de Rusia (una rápida reducción de la deuda exterior, aumento de las reservas de oro y monedas fuertes y del Fondo Estabilizador, etc.) pueden provocar mayores ambiciones del Kremlin en la política exterior. De ahí la arriesgada estrategia de EE UU, apuntada a realizar “contención preventiva” de Rusia, en la cual está llamada a desempeñar el papel clave la integración de Ucrania en la Alianza Atlántica.