Un teléfono es un medio de comunicación, pero lo que hoy entendemos por medios de comunicación, fundamentalmente periódicos, radios y televisiones, no son un medio a través del cual todos nos comunicamos, sino que son emisores de conocimientos, ideas y actitudes que a continuación transmiten a quienes las leen o escuchan.

No es el periodista quien utiliza el periódico para transmitirnos algo, es el periódico mismo y evidentemente no me refiero al pedazo de papel sino a la empresa sin la cual ese pedazo de papel no existiría, la empresa que fabrica el periódico y contrata al periodista para que produzca una versión de la realidad y, al contratarlo, lo selecciona en función de sus intereses. Como bien ha señalado Carlos Fernández Liria, “existe en España la peor clase de censura: aquella que consiste en que sólo tienen la posibilidad de hacerse oír en el espacio público quienes están de acuerdo con el propietario de los medios. De esta manera resulta que todos los periodistas que habría que censurar están en el paro. El paro es, en efecto, una forma muy brutal de censura, o dices lo que el propietario de los medios quiere que se diga o no encuentras trabajo en la vida”. Esto no implica que no haya un margen para el trabajo que algunos periodistas intentan hacer a contracorriente de sus medios, pero es un margen mínimo.

La versión de la realidad producida por los grandes medios no ha de ser necesariamente falsa, ahora bien, como es sabido dependiendo de quien nos diga qué cosas, y de qué intereses tenga en decírnoslas, le creeremos más o menos. En el caso de los grandes medios se trata de grandes empresas relacionadas con otras y con intereses económicos claros. Son ellas quienes, en un país capitalista como el nuestro, construyen mayoritariamente el imaginario de la actualidad.

Según ha explicado el sociólogo Niklas Luhmann, la función de los medios de comunicación es simplificar la complejidad en términos que sean inteligibles para el sistema social en su conjunto. Para que entendamos el mundo, para que la compleja combinación de hechos, datos, causas y efectos sea algo que podamos representarnos, el sistema mediático lleva a cabo una labor de selección, construye una agenda, es decir, elige de qué se informa y de qué no. “La simplificación mediática”, dirá Luhmann, “y su propia invención de la actualidad hace asumible la pertenencia a un sistema y reduce la incertidumbre”.

El problema surge cuando los grandes medios son al mismo tiempo fines, y son fines particulares, fines privados. Una gran empresa de comunicación no es representativa, carece de cualquier legitimidad democrática. Tampoco lo es una empresa fabricante de paraguas, sólo que mientras esta empresa en principio no parece necesitar legitimidad ni ningún tipo de representatividad, en cambio debiera ser lógico pedírsela a quienes en vez de paraguas fabrican la imagen del día a día.

El capital de las empresas, el dinero acumulado, puede hacer muchas cosas en este mundo pero tal vez la única que no puede hacer es conferir legitimidad, al menos no puede hacerlo en teoría. En la práctica lo hace continuamente. En la práctica si un hombre con cinco millones de euros en el banco y un hombre insolvente cometen en mismo delito, es muy probable que el primero no vaya a la cárcel y el segundo sí. No obstante, nadie aceptaría que, al presentarse ante el juez, sus abogados utilizaran como argumento el montante de la cuenta bancaria.

Que el dinero no pueda conferir, al menos en teoría, legitimidad, significa que existe la posibilidad de la crítica, significa que no estamos por completo sometidos a la ley del más fuerte sino que hay algo que es capaz de oponerse a esa ley. Significa que somos al mismo tiempo lo que somos y lo que podríamos ser, es decir, significa que hay una instancia desde donde un hombre humillado, doblegado, acorralado, puede decir no o puede siquiera querer decirlo. Esa instancia ha sido también llamada libertad.

Recordarán ustedes la discusión entre Sócrates y Trasímaco en donde este último sostiene que justicia es “lo que conviene al más fuerte”. Semejante posición, mantenida por diferentes corrientes filosóficas a lo largo de la historia, nunca ha alcanzado plena legitimidad y pienso que ninguna de las personas aquí presentes aceptaría que lo que conviene al más fuerte, sea éste el general, el empresario o el matón de la clase, es lo mejor y que no hay ningún sitio desde donde ustedes puedan y tengan el legítimo derecho a cuestionar ese criterio.

El capitalismo, sin embargo, es un sistema que se caracteriza por seguir el criterio de Trasímaco con muy tímidas correcciones. Sin duda una de las decisiones más importantes para un país es qué va a producir y para quién. Esa decisión está en manos de las empresas más fuertes, son ellas quienes deciden si es conveniente que en un país haya un excedente de variedades de patatas fritas, sin que ningún otro poder tenga capacidad para intervenir en esa decisión. Aunque este hecho se encubre con la afirmación de que es el mercado quien decide, lo cierto es que el mercado es un modo de llamar al conjunto de grandes empresas que ponen e imponen sus productos a la venta. El consumidor no forma parte del mercado pues el consumidor sólo puede elegir entre los productos de las empresas y si, por ejemplo, a cada padre y madre se le preguntara qué prefiere, que su hijo pueda elegir entre diecisiete clases de patatas fritas o que su hijo tenga acceso a un pequeño polideportivo cerca de su domicilio, creo que la respuesta sería distinta a la elección condicionada, derivada o como queramos llamarla, de los consumidores en el mercado.

Ahora vayamos a los medios de comunicación, los, según nuestro criterio, emisores de una versión de la realidad. El problema no es sólo que sean emisores de una versión de la realidad, sino que además son emisores de la versión de la realidad. Hay quien todavía piensa que habiendo medios o canales de televisión distintos hay versiones diferentes. Bueno, esto puede ser así en algunos aspectos anecdóticos de la realidad pero creo que es fácil convenir en que uno de los aspectos fundamentales, la conformación de la agenda, la elección de aquello sobre lo que se informa y de aquello sobre lo que no se informa, es prácticamente idéntico en todos los emisores.

“Hacen falta corresponsales en todas las fábricas y empresas que informen de cuanto ocurra”. Esta frase no la ha dicho ningún redactor jefe de El Mundo o de El País o del ABC. Esta frase la dijo Lenin refiriéndose a las tareas urgentes del movimiento comunista. Es posible que varias de las personas aquí presentes la rechacen por venir de quien viene o simplemente porque no estén de acuerdo con ella. No obstante, lo que intento plantear al citarla es que de nuestro imaginario de la realidad, y de nuestra idea de la actualidad, está completamente ausente lo que sucede en las empresas a no ser lo que aparece en la sección de economía de los periódicos en relación con su cuenta de resultados. Si un día muere un trabajador, y sobre todo si son cinco los que mueren a la vez, entonces eso sí pasa a formar parte de la actualidad, pero debido al componente de suceso presente en lo ocurrido, al componente de hecho dramático accidental o delictivo y espectacular.

La actualidad no es el paisaje que inevitablemente veríamos desde un satélite espacial con unas gafas de alta precisión. Por el contrario, la actualidad se parece a un mapa temático en donde un país tan pronto puede estar cubierto de pequeñas ovejas o bien desierto según sea la distribución espacial del ganado bovino si es que ésta distribución la que nos importa, o bien el territorio se nos mostrará verde, azul o morado según las características geológicas del suelo si el mapa versa sobre esas características.

Según cuáles sean los fines del emisor de las noticias, se seleccionarán unas u otras. Para Lenin el fin era que los trabajadores de la Rusia zarista tomaran conciencia de la explotación, y para eso era necesario que la actualidad se construyera con las informaciones sobre lo que estaba ocurriendo en las fábricas. Para las empresas privadas emisoras de actualidad, el fin es aumentar cada año lo que ellas mismas llaman su cuenta de explotación, y por lo tanto construir una versión de la actualidad que contribuya a mantener y mejorar las condiciones en que se desenvuelve su negocio. Para un proyecto revolucionario en nuestros días quizá fuera necesario plantearse la necesidad de tener corresponsales en todos, o en la mayoría de, los hospitales, las comisarías, los institutos de enseñanza media, las fábricas.

Como ustedes saben, en estos momentos “compromiso” es una palabra que tiene un toque anticuado, que remite a escritores de otra época. El presidente del grupo Prisa, en cambio, como el de cualquier otra empresa, la utiliza a menudo. En el informe para los accionistas del año 2004, afirma: “Nuestro compromiso con los accionistas sigue siendo la rentabilidad y la solvencia”. En efecto, no podría ser de otro modo. A continuación añade: “Ambas sólo se consiguen desde la independencia editorial y la calidad en el desempeño de nuestra tarea”. Independencia y calidad representan la imagen de marca que propone este grupo mediático, pero como cualquier otra imagen de marca son sólo un modo de orientar el consumo, no son un principio rector de la actividad de la empresa, pues en el capitalismo el principio rector de las empresas es la máxima rentabilidad, y aquellas empresas que no respetan ese principio rector perecen. De manera que cuando ambos criterios entran en colisión siempre prima el de la rentabilidad.

Durante el año 2005 en España las llamadas promociones, los productos que las empresas venden junto con los periódicos han sido en muchas ocasiones una fuente de ingresos superior a los ingresos que proporcionan los periódicos. Es decir, en estos momentos se emiten noticias de prensa para vender deuvedés o novelas históricas. Cualquier lector puede observar cómo la independencia y la calidad de la información sucumben ante este hecho y así por ejemplo, varias veces a la semana aparecen en El País en forma de noticias, esto es, sin un faldón que indique “publicidad”, páginas enteras en la sección de cultura relativas a los productos que el periódico “promociona”. Si el redactor jefe de una sección de cultura tuviera que elegir las noticias que van a aparecer en ella en función de la independencia del medio y de su calidad, difícilmente elegiría como noticia el hecho de que su propio periódico esté vendiendo un compacto o cualquier otra cosa. Este ejemplo atañe a un aspecto muy menor de la realidad cotidiana. Cuando lo que está en juego son beneficios más altos para una empresa, tal como sucede por ejemplo con las relaciones entre Colombia y el grupo Prisa, la desinformación, la mentira, la complicidad por acto o por omisión con las acciones ilegales de un gobierno pueden alcanzar los más altos grados.

Por otro lado, el criterio de calidad en sí mismo es un criterio vacío: hay distintas calidades de naranjas, y si usamos la expresión en su sentido de excelencia, de aquello que hace que una cosa sea digna de aprecio, entonces hay que preguntarse: digna de aprecio por quién y para qué. ¿Qué sería la calidad en la construcción de esa síntesis de la realidad que es la actualidad? ¿Tal vez que sea una síntesis veraz, o representativa, o simple, o que induzca al conformismo, o que induzca al deseo de mejoramiento social, etcétera?

No hay una respuesta a esta pregunta, es más, lo único que sabemos es que este debate público no existe en el proyecto privado de los emisores de actualidad. La actualidad es la que es, parecen decirnos, la actualidad es la que ellos emiten y los consumidores si quieren la consumen y si no quieren pueden no mirar ni oír ni leer, pero en ningún momento ningún gran medio de comunicación ha planteado públicamente la pregunta sobre si acaso las secciones de Cultura pueden ser algo distinto de una pasarela de celebridades y celebraciones. Semejante cuestionamiento podría hacerse en otros términos, o a veces casi en los mismos, con todas las secciones.

La situación descrita no es nueva, ni sorprendente, ni siquiera criticable desde el interior de un sistema capitalista. Sólo desde fuera, sólo porque tenemos la posibilidad de pensar que lo real no es necesario, sólo desde la conciencia de que lo existente puede no ser lo mejor ni lo deseable por más que sea lo más consumido en un momento preciso, cabe decir que la responsabilidad de construir el imaginario de una sociedad no debiera estar en manos de empresas privadas.

Y en este punto es importante analizar cuánto puede haber de señuelo en el uso de una un concepto como la libertad de expresión, de señuelo, de cebo, de trampa que se tiende para que el halcón remontado caiga en ella. El concepto de libertad de expresión proviene del Parlamento inglés, es una conquista posterior a la revolución de 1688 que destronó al rey Jacobo II, por ella se concedía la libertad de expresión en el Parlamento, y sólo un siglo después se extendería a todas las personas. En el siglo XVIII el filósofo finlandés Anders Chydenius fundamentaba la necesidad de esta libertad en el hecho de que, sin ella, “los estados no tendrían la suficiente información para el diseño de las leyes”. También en la Ilustración se afirmará que sólo la posibilidad de expresar el disenso permite el avance de las artes y las ciencias, y es uno de los ingredientes fundamentales de la verdadera participación en el cuerpo político. Parecen verdades elementales que difícilmente podríamos refutar.

No obstante conviene recordar la historicidad del concepto en el sentido de que es la burguesía quien reclama esta libertad frente al autoritarismo del monarca y de la aristocracia, así como frente a las imposiciones de la Iglesia Católica. Desde entonces, en el interior de los regímenes capitalistas no se ha producido ningún cambio cualitativo. Algunos pequeños avances, algunas mínimas conquistas por parte del proletariado o de los trabajadores o del conjunto de trabajadores y trabajadoras y excluidos y excluidas o cualquier otro término que queramos utilizar. Pero en todo caso la libertad efectiva de expresión, esto es, los espacios en donde ejercerla, sigue estando en manos de la burguesía y no otra cosa es la libertad de prensa que el derecho de propiedad privada de los medios de divulgación masiva.

En palabras, de nuevo, de Carlos Fernández Liria: “Es hora ya de que el discurso de izquierdas internacional despierte de uno de los sofismas más arraigados que fraguó el siglo XX: el sofisma que identificó libertad de expresión y prensa privada. Por el contrario, la libertad de expresión y la prensa privada son incompatibles”.La cita procede del texto “Periodismo: Vergüenza y Crimen. La corrupción del espacio público”, en donde Liria analiza en papel en efecto vergonzante y criminal desempeñado por los medios de divulgación masiva durante el golpe de Estado en Venezuela.

La propuesta de Fernández Liria consiste en estatalizar la prensa y para explicar cómo podría hacerse recurre al modelo de la enseñanza pública. “La enseñanza estatal es, en realidad”, dice, “el único reducto institucional de libertad que todavía queda para el uso público de la palabra, el único recinto de autonomía que todavía resiste a las presiones del mercado. Y eso ocurre, simplemente, porque sus profesores no pueden ser cesados de su cargo por lo que enseñen en sus clases, es decir, porque son funcionarios vitalicios”. Me voy a permitir asentir y disentir al mismo tiempo de esta propuesta. En un Estado revolucionario no tendría nada que objetar a la misma, de hecho Liria dirige su proposición a la revolución bolivariana. Ahora bien, en un Estado burgués es fácil comprobar cómo aun siendo menos mala que la televisión privada, la televisión pública responde a los mismos intereses que la privada, del mismo modo que la instrucción pública, aun siendo una conquista irrenunciable y necesaria, no contribuye a difundir la verdad puesto que la verdad es revolucionaria sino, fundamentalmente, a adiestrar mano de obra que trabaje al servicio de los dueños de los medios de producción. De tal manera que cuando los intereses de la burguesía así lo exijan, y parece que está llegando el momento, las presiones del mercado, es decir, las presiones de los grandes grupos, terminarán por invadir la universidad y la televisión sin que el Estado español vaya a ocuparse de frenar esa invasión.

En todo caso queda claro que cualquier apelación al concepto de libertad de expresión debe precisar a la libertad de quién se está refiriendo. Hoy por hoy y en las circunstancias de este país, para combatir la concentración de emisores de actualidad en manos privadas, esto es, para que los trabajadores y las trabajadores puedan ejercer su libertad de expresión, resulta imprescindible combatir al mismo tiempo el poder de la clase que se los ha apropiado.

Existen ya, es cierto, pequeños medios de emisión de actualidad que no están en manos de las oligarquías. En el caso de internet, por ejemplo, si bien es una innovación tecnológica puesta sobre todo al servicio de las grandes corporaciones, de momento sus contenidos no han podido ser controlados al cien por cien. Algunos colectivos carentes de los cien millones de euros con que hoy ha de comprarse en este país la libertad para emitir actualidad, pueden colgar su versión para quien quiera mirarla. De este modo es posible si quiera contrastar la versión de los grandes emisores, y comprobar hasta qué punto muchas de las informaciones que emiten son directamente falsas.

Ahora bien, todo parece indicar que esta vía está amenazada, es probable que las grandes corporaciones y los estados recurran a los derechos de autor o a cualquier otro pretexto para, dentro de unos años, restringir la posibilidad y por tanto la libertad de difundir contrainformación en la web. Esto no es un motivo para echarse atrás, por el contrario, cuanto mayor sea la presencia social de estas páginas más difícil será acabar con ellas. Tampoco están aún bajo control las radios libres, las televisiones comunitarias, la prensa impresa alternativa, algunas editoriales independientes y todas ellas subsisten y cobran, en mi opinión, mayor solidez en la medida en que se articulan políticamente creando espacios de revolución.

Los intelectuales críticos son en este sentido, una vía posible más, una especie de medios de comunicación ambulantes. La mayoría está al servicio de las grandes corporaciones, pero existen algunos y algunas que no están comprometidos con los accionistas de Prisa o de Vocento. Por el hecho de que el trabajo que realiza el intelectual está directamente relacionado con la construcción de los imaginarios, y por el hecho de disponer de un excedente de tiempo para la reflexión, encuentra mayores facilidades que otros ciudadanos para difundir su pensamiento. En el caso de los intelectuales comprometidos con las grandes corporaciones, ese pensamiento no es más que un apéndice de la versión de la actualidad emitida por ellas.

En el caso de los intelectuales críticos y también en el los comprometidos con las luchas revolucionarias, existen espacios como éste, conferencias, encuentros con estudiantes que permiten que otro pensamiento alcance cierta difusión hasta el punto de que a veces los grandes medios terminan dando alguna rara vez noticia de sus actividades. La figura de Noam Chomsky es, en este sentido, paradigmática. Si se le preguntara a Chomsky o a cualquier otro intelectual crítico: ¿Comunicar para qué?, probablemente respondería: comunicar para desmentir e impugnar una versión amañada, distorsionada y peligrosa de la actualidad.

No obstante, es posible que en este siglo que comienza se haya producido un cambio. Es posible que la labor de esos intelectuales críticos, unida a las contradicciones flagrantes de los poderosos, unida a la presencia de internet y a cierta socialización del conocimiento, haya contribuido a crear una situación en la cual la mayoría de las personas sabe ya que la actualidad es de cartón piedra. O quizá no la mayoría, pero sí muchas más personas que aquellas que leen los medios alternativos y a los intelectuales críticos. Saben y callan, saben y continúan recibiendo cada día una versión del mundo que a veces parece una broma pesada. ¿Por qué no reaccionan? ¿Por qué no dimiten, siquiera, de esa versión? He señalado a veces cómo, en palabras de Williams, “las presiones en el orden social capitalista se ejercen en una gama muy estrecha y a un plazo muy corto: hay un empleo que conservar, un deuda que pagar, una familia que mantener...”. Esta presión constante, este núcleo duro de lo social, dificulta el hecho de que los individuos se organicen y se enfrenten a la explotación.

Durante mucho tiempo se nos ha contado que en los regímenes soviéticos el precio que había que pagar por la igualdad era una restricción de la libertad que entre otras cosas obligaba a vivir en una especie de limbo en donde estaba restringida la libertad de expresión. La verdad es que no sabemos bien hasta qué punto era así pues la información que nos llega de los países socialistas procede en su mayor parte de fuentes occidentales, las fundaciones norteamericanas están comprando los archivos soviéticos y existe muy poca historiografía, hecha allí y traducida, sobre la vida cotidiana en estos países. Lo que sí sabemos es que en los países capitalistas estamos de hecho y de derecho condenados a un limbo informativo consistente en una actualidad insustancial, compuesta para una población de la que se espera mantenga atrofiada su capacidad de discernimiento, limbo que alterna con emisiones de actualidad manipuladas o falsas. Y esta condena no es un precio que pagamos por una sociedad justa que debe, por ejemplo, defenderse de una agresión externa, por ejemplo. Por el contrario, esta condena es un precio que pagamos para que nos sigan explotando diariamente.

La existencia de medios alternativos minoritarios, tanto como el hecho de que, de vez en cuando, los emisores de actualidad transmitan alguna información completa e interesante, es la excepción que da la medida de lo normal, de lo que se ha convertido en normal.

En tales circunstancias, no basta, insisto, con dar cuenta de la inmensa nube de actualidad contaminada que cubre el horizonte. Es preciso convertir cada proyecto comunicativo en instrumento de lucha que actúe contra ese núcleo duro de lo social, recordando que cualquier instrumento revolucionario, una organización, un partido, es un medio de comunicación capaz no sólo de contar sino también de producir hechos diferentes. No es sencillo, y llevará tiempo, pero frente al comunicar para favorecer las condiciones en que se desenvuelven los negocios de las grandes corporaciones, existe un comunicar para arrancarles de las manos nuestras vidas, acto éste que también ha sido llamado revolución. Muchas gracias. Porque pertenecemos a una comunidad que esta naciendo y necesita otros conocimientos, otras ideas y otras actitudes.

Fuente
Insurgente.org (España)
Diario "Digital" fundado por el Colectivo Cádiz Rebelde