"El país - dijo el presidente Uribe la semana pasada - deberá escoger entrela Seguridad Democrática como camino a la paz, o retroceder para que con el comunismo disfrazado le entregue la Patria a las Farc".[1] Y, enfurecido frente a algunas inesperadas contestaciones en la Universidad Javeriana, encaró la dosis, arremetiendo en contra de ciertos "profesores comunistas que con sus enseñanzas entregaron cuatro generaciones de colombianos en las manos de las FARC."[2]

El blanco de sus señalamientos era desde luego Carlos Gaviria, ex profesor del mismo Uribe en la Universidad de Antioquia y ahora su principal opositor en las elecciones presidenciales. Carlos Gaviria no se considera comunista, pero jamás se ha avergonzado de su activismo en las filas de la izquierda democrática del país, ni ha ahorrado críticas a las políticas de seguridad del actual gobierno. Hasta ahora ha tomado con ironía esos violentos ataques (que tienden a deslegitimar la creación de una oposición democrática, ajena a toda forma de lucha armada) sugiriendo a su ex alumno volver a repasar bien las clases sobre Estado Social de Derecho.

En otro país el asunto podría archivarse como un problema de falta de estilo por parte del candidato-presidente y nada más. Al fin y al cabo, en casi todo el mundo, tonos macartistas y violentas acusaciones son pan de cada día.[3] Pero resulta que estamos en Colombia, y que el vehemente ataque a los "profesores comunistas" tiene algunos efectos colaterales que valdría la pena mencionar. La rabia y la indignación de muchos de los asistentes al encuentro en la Javeriana, al oír las palabras del candidato-presidente, más que a la contienda electoral, estaban relacionadas al caso de Jaime Gómez.

El historiador y politólogo de esa misma Universidad, dirigente social y político, asesor de la Senadora Piedad Córdoba y miembro de la campaña Serpa Presidente, desapareció el pasado 21 de marzo, durante su caminata matutina por los cerros del Parque Nacional, en pleno centro de Bogotá. Yo me enteré por rumores de corredor. "¿Supiste? desaparecieron a un colega de la Javeriana", me comentó alguien en la cafetería de la Universidad Nacional, donde trabajo como profesor de historia (pues si, lo confieso, yo también soy profesor: ojalá que a nadie se le ocurra algún día acusarme de entregar las jóvenes generaciones a las guerrillas). El asunto no hubiera ido más allá de unos comentarios preocupados y de un comunicado de solidariedad, si no fuera por la estremecedora coincidencia de que Diana, la hija de Jaime, es estudiante nuestra en la maestría de Historia.

La familia, con Diana a la cabeza, se lanza de inmediato a organizar la solidaridad y la movilización alrededor de la misteriosa desaparición, en un valiente y desesperado intento de romper la cortina de miedo e indiferencia que suele rodear a ese tipo de situaciones. Por mi parte, busqué en vano más noticias, profundizaciones y comentarios. En cualquier otra democracia del mundo el hecho de que el asesor personal de una de las principales figuras de la oposición desapareciera en plena campaña electoral hubiera desatado un terremoto político, poniendo a temblar el gobierno, a correr a la policía, a gritar al escándalo a la opinión pública. Pero acá no, acá ya estamos acostumbrados, saturados, narcotizados por tanta violencia.

Cuando por fin los medios deciden abordar el caso, lo hacen para difamar a la victima. La revista Cambio y El Tiempo, difunden el inverosímil rumor según el cual la desaparición del profesor podría tener algo que ver con una vieja cuestión de deudas. Insinuaciones a toda luz bastante rebuscadas, aunque efectivas en enturbiar las aguas y en sembrar dudas sobre la reputación de Jaime.

Frente a las infamias, Diana reacciona de manera ejemplar: con amarga y desgarradora ironía pone a circular cartas y mensajes en donde cuenta cómo hubiera sido ese día 21 de marzo con su familia, si no hubieran desaparecido a su padre. Con conmoción, pero sin sentimentalismos ni ingenuidades, nos recuerda a que lo privado es también político, y nos invita a interrogarnos sobre lo que está pasando en "el país que nos tocó": "¿Son legitimas unas elecciones presidenciales, en las cuales previamente desaparecen a activistas de la oposición?, ¿está en capacidad el actual gobierno de garantizar la seguridad de la ciudadanía?, ¿de qué tipo de seguridad estamos hablando?, ¿acaso la seguridad que con intimidación, muerte, desapariciones y vulneración a los derechos humanos pretende construir otro país, uno cada vez menos humano?, ¿funciona la Seguridad Democrática?"[4]

En las semanas sucesivas, amigos, familiares y colegas de Jaime organizan manifestaciones y actos simbólicos: un desfile en la inauguración del Festival Iberoamericano de Teatro, reuniones semanales en la plaza donde él actuaba como sindicalista, caminatas por los cerros donde lo desaparecieron, momentos de reflexión en la Universidad donde se había desempeñado como estudiante y como profesor.

Todo esto en vano. El domingo 23 de abril de 2006 aparecen los restos del cuerpo de Jaime Gómez en las montañas del Parque Nacional. "Una columna pelada, sin nada de carne, sin brazos, ni manos, no tenía extremidades superiores, tenía una pierna unida a la columna vertebral, al lado la cadera sin el maxilar inferior, había unas ropas intactas al lado y alrededor parece como si hubieran quemado": según el testimonio de quién encuentra fortuitamente al cadáver.[5]

La sensación es de profundo dolor, pero a la vez de alivio: por lo menos se abre para la familia la posibilidad de elaborar el duelo, saliéndose de la angustias de los miles de colombianos que quedan años sin saber si sus seres queridos, desaparecidos o secuestrados, están vivos aún. Pero los atropellos están lejos de haber terminado.

Las autoridades, contra toda evidencia, se niegan a avalar la pista del homicidio. El señor General de la Policía Nacional declaró que " Jaime Enrique se había caído en los cerros y había muerto como consecuencia de los golpes sufridos en dicha caída".[6] El informe de medicina legal va inclusive más allá, ¡atribuyendo el lamentable estado del cuerpo a las fuertes lluvias de invierno y a los animales de los cerros! En otras palabras, según la versión oficial de los hechos, Jaime Gómez no había sido desaparecido ni asesinado, sino que simple y sencillamente se había resbalado.

Empiezan entonces a salir a la luz una serie de graves irregularidades en el proceso de levantamiento, sospechosas demoras en la llegada de los restos a Medicina legal, inexplicables atrasos en informar a los medios y la familia. Sin embargo, la macabra danza de contradicciones, descuidos e increíbles ineficiencias por parte de las autoridades alrededor del cuerpo destrozado, sacude la conciencia de quienes, por una u otra razón, están enterados del caso.

Por fin alrededor de la muerte de Jaime Gómez se abre un debate público. A los funerales concurre una multitud inusual. Junto a amigos y ciudadanos de común, asisten todos los principales representantes de la oposición, pero para asombro mío, nadie por parte del gobierno. Nada más que un silencio aturdidor. La senadora Piedad Córdoba, en nombre del movimiento Poder Ciudadano, denuncia: "Para nosotros la conclusión es absolutamente clara: la detención y desaparición de Jaime Enrique Gómez Velásquez y su posterior ejecución es un crimen de Estado y una prueba más de la forma como se trata en este sistema a los opositores políticos."[7]

El primero de mayo, Diana es invitada a hablar desde la tarima de la Plaza de Bolivar: "Señor Presidente, de nuevo me dirijo a usted, espero que estando más cerca de Palacio sí me escuche (...) ¿Quién mato a mi padre, opositor del gobierno y quién debía contar con garantías para su ejercicio deliberativo como corresponde ocurrir en la democracia menos democrática del planeta? Jaime Gómez no es un desaparecido y un asesinado más, tiene que ser el último desaparecido y de quién además de recibir sus restos conoceremos la verdad, se aplicará justicia y habrá reparación."[8]

La campaña de difamación sin embargo sigue. La editorialista Salud Hernández, (prontamente contrastada por su colega Florence Thomas) no encuentra nada más apropiado a las circunstancias que declararse "envidiosa" por los funerales de izquierda, cuyas victimas a su juicio serían más aclamadas que las de derecha. Marcela Monroy Torres, en su afán por alabar “la eficiencia con que (…) procedieron los organismos competentes”, ni nombra a los informes, evidencias e investigaciones que no cuadran con la versión oficial. Pero el articulo más descarado es el de Maria Isabel Rueda, que arranca con la siguiente afirmación: "Total, como Jaime Gómez era sindicalista, de izquierda, asesor de Piedad Córdoba y opositor del gobierno, no tenía derecho a morirse de un resbalón en el Parque Nacional."[9] Le contesta Diana: "Mi padre tenía derecho a morir de un resbalón, más cómodo para todos nosotros, no tendríamos que enfrentarnos a este tedioso proceso, no tendríamos que tratar de evitar borrar de la mente las torturas de las que fue objeto, ni exponernos a que nos hagan daño en un país en la que la vida no vale nada".

Llegamos así al episodio de la semana pasada en la Universidad Javeriana. En la misma sesión en que Uribe arremetió en contra de los "profesores comunistas" que, a su juicio, entregan el país a las FARC, el candidato-presidente contestó a otra pregunta sobre el caso de Jaime Gómez, sosteniendo sin vacilaciones la dudosa tesis de la muerte accidental. Una vez más es Diana quien asume la responsabilidad de escribirle: "Señor Presidente. Por tercera vez, luego del hallazgo de los restos de mi padre, asesor de Piedad Córdoba, me dirijo a usted sin recibir respuesta. Tengo que decirle que estoy muy impactada porque me contaron que usted visitó la Universidad Javeriana y allí le preguntaron por el caso de mi padre y usted afirmó que es un accidente. Señor Presidente, quiero saber cuáles son las evidencias para plantear esto y porqué se desconoce todo lo que permite afirmar categóricamente que fue un homicidio."

Hace tres días una comisión de forenses independientes declararon que, según toda evidencia, lo de Jaime Gómez fue un asesinato. Me parece que es tiempo de que el señor Presidente se tome la molestia de contestarle a la hija de Jaime, para pedirle disculpas a nombre del Estado colombiano. Nosotros los profesores "comunistas", nos sentiríamos profundamente aliviados.


[1] EL Tiempo, editorial, 6 de mayo 2006. En cambio, el incidente en la Javeriana, por alguna misteriosa razón fue totalmente ignorada por los medios, con excepción del programa radio Hora Veinte de Caracol, dirigido por Nestor Morales, al cual hay que reconocerle el merito de haber abierto el debate.
[2] Hora 20, Radio Caracol, 5 de mayo 2006. Este programa, dirigido por Néstor Morales, fue el primero en ocuparse del asunto. Como escribe el Nuevo Siglo del 8 de mayo 2006: “Es sorprendente que las duras confrontaciones y rechiflas que vivió el Presidente Candidato en varias Universidades bogotanas, en días pasados, no hubieran tenido publicidad alguna.”
[3] Hace poco en Italia, solo por hacer un ejemplo entre muchos, el entonces primer ministro Berlusconi llegó a acusar a un adversario político de portarse como “aquellos comunistas que a los tiempos de Mao hervían los niños para producir abonos químicos’’, llevando el país al borde de una crisis diplomática con China!
[4] ”Masporjaime”, comunicado difundido a través de Internet, 15 de mayo de 2006
[5] http://www.piedadcordoba.net/ipw-web/portal/cms/index.php, 14 de mayo 2006
[6] http://www.dondeestajaime.com/, 14 de mayo 2006
[7] http://www.dondeestajaime.com/, 14 de mayo 2006
[8] Homenaje a Jaime, 1 de mayo 2006
[9] Rueda, Maria Isabel. El abuso político de un cadáver. Semana. 6 de mayo de 2006