Numerosos son los autores estadounidenses que se han interrogado sobre el tipo y la intensidad de la influencia entre Israel y los Estados Unidos pero también entre intelectuales y respetados diarios que difunden sus ideas.
La invasión a Irak por parte de una coalición anglosajona inició el debate sobre las relaciones que mantienen el campo llamado occidental e Israel. Es una guerra inútilmente costosa para los Estados Unidos y el Reino Unido, mientras satisface los objetivos sionistas de siempre, enunciados en 1943 por la «Declaración de Biltmore ampliada».
Numerosos son los autores estadounidenses que se han interrogado sobre el tipo y la intensidad de la influencia de Tel Aviv sobre Washington, mientras que sus homólogos británicos lo hacían acerca del incondicionalismo de Londres con relación a Washington.
El debate se amplía hoy a un cuestionamiento sobre el imperialismo estadounidense: ¿acaso utiliza este a Israel como mercenario o lo obedece? A partir de ahí, importantes intelectuales como John Marsheimer y Stephen Walt, de Harvard, se dedican a estudiar el lobby sionista en Estados Unidos, un tema hasta ahora tabú en el medio académico.
Igualmente se descubren los límites de las explicaciones sobre el imperialismo norteamericano, hasta ahora consideradas como ciertas y suficientes. Así, Jeff Blankfort ha sacado a la luz una zona de silencio en el pensamiento de Noam Chomsky: durante 30 años, el maestro ha exonerado sistemáticamente a los israelíes de sus responsabilidades, haciendo cargar con toda la culpa al imperialismo norteamericano.
El debate llega ahora a Le Monde diplomatique. La publicación francesa parece debatirse entre las turbulencias que agitan la diplomacia de su país. Un día París proclama su independencia según el modo gaullista y critica al imperialismo norteamericano incluso en el Consejo de Seguridad y otro, con la misma fuerza, jura fidelidad a la OTAN y presta ayuda al Tío Sam para derrotar un presidente en Georgia, secuestrar otro en Haití y amenazar a un tercero en Siria.
Asimismo se vuelven inmanejables las contradicciones cuando el asunto toca de cerca a Israel. Así, Francia ha dejado de ser solidaria con la OTAN y la Unión Europea para apoyar al pueblo palestino y a su gobierno electo, formado por Hamas, pero niega las visas a los miembros de este mismo gobierno electo. Algunos, erróneamente, aluden hipocresía.
En realidad ya no existe diplomacia francesa como tampoco gobierno francés. De estos hay dos: los gaullistas de Jacques Chirac y Dominique de Villepin, y los atlántico-sionistas de Nicolas Sarkozy. La batalla causa estragos en las altas esferas del Estado y tiene como tela de fondo denuncias calumniosas y registros en oficinas ministeriales.
En este contexto, algunos directivos de la Asociación de Amigos de Le Monde diplomatique descubren que la línea editorial de la publicación mensual tiene los mismos límites que el pensamiento de Noam Chomsky: «¡Al sionismo no lo toquen!» Así, se proyectan públicamente y provocan una crisis que está lejos de agotarse.
También la dirección les respondió públicamente mediante una profesión de fe antiimperialista que encantó a los lectores. Sin embargo, esta respuesta está marcada por la dualidad del compromiso político de sus redactores, un reflejo exacto de las contradicciones de los diplomáticos franceses.
Un inesperado incidente tuvo lugar durante la asamblea general de 2005 de los Amigos de Le Monde diplomatique cuando algunas personas atacaron a una de las directivas porque esta, de cultura musulmana, llevaba un chal que le cubría la cabeza lo que habría sido interpretado como una manifestación islamista de proselitismo. Los dirigentes del periódico dejaron que la insultaran sin restablecer el orden para concluir finalmente que deploraban haberse visto en esta situación.
Luego, la dirección del periódico prohibió a los Amigos la organización de reuniones de discusión acerca del 11 de septiembre o del sionismo y finalmente vinieron las medidas contra los infractores que invitaron a Alain Ménargue, ex director de información de Radio Francia Internacional, y que pensaban concederle el Premio Le Monde diplomatique por su crítico libro acerca del Muro de Sharon. La crisis alcanzó su paroxismo con la publicación en julio de un artículo del difunto Edward Said.
Al texto del profesor universitario palestino[ya fallecido], presentado como integral, le faltaban frases que criticaban la solución de los dos Estados y los acuerdos de Oslo. Después de haber censurado la expresión de algunas personas y luego prohibido algunos temas de debate, la dirección del periódico falsificaba las palabras de uno de sus más célebres autores.
Para justificarse, la dirección del periódico asegura que sólo se trata de querellas personales y que su posición política nunca ha variado: «Seguimos siendo partidarios convencidos de la paz en el Cercano Oriente, basada en la creación de un Estado palestino independiente y factible con Jerusalén Oriental como capital, que viva junto al Estado de Israel cuya seguridad sería garantizada.» Pero los tiempos han cambiado. Esta respuesta chomskyana no es suficiente. En la propia redacción, algunos subrayan que para los progresistas, la cuestión principal es la afirmación de la igualdad humana y la lucha contra el apartheid.
Al igual que no podían admitir la presencia del régimen afrikánder en Sudáfrica, al lado de los bantustanes independientes, no pueden apoyar el mantenimiento del régimen sionista junto a uno o dos bantustanes palestinos.
Para cerrar el debate, la dirección de Le Monde diplomatique esgrime un segundo argumento: la publicación apoya las revoluciones latinoamericanas y su redactor jefe, Ignacio Ramonet, acaba de publicar una entrevista en forma de libro con Fidel Castro.
También para esto los tiempos han cambiado y la respuesta no es suficiente. Al conceder una entrevista a Le Monde diplomatique, Fidel Castro no le dio un certificado de revolucionario como tampoco se lo dio a Larry King al entrevistarlo para la CNN.
A menos que se considere que Fidel Castro es un dictador que sólo habla con periodistas a sus órdenes. Esta es la posición de Reporteros sin Fronteras desde que firmó un contrato con Otto Reich. Y precisamente el vicepresidente de Reporteros sin Fronteras, Daniel Junqua, alterna sus funciones con las de vicepresidente de los Amigos de Le Monde diplomatique.
Como perfecto reflejo de los diplomáticos franceses, Le Monde diplomatique ha apoyado sin reservas la revolución bolivariana de Hugo Chávez mientras abandonó a Jean-Bertrand Aristide cuando París decidió entregarlo a Washington. Uno de los colaboradores y ejecutivos, Christophe Wargny, es un antiguo asesor de Aristide que cambió de casaca y apoyó su secuestro por parte de los marines norteamericanos. Más significativo aún: la publicación que nos ocupa organizó una gran fiesta en ocasión de su quincuagésimo aniversario en mayo de 2004.
Su más prestigioso huésped era el filósofo Regis Debray. Ahora bien, según Jean-Bertrand Aristide, fue este mismo Regis Debray quien lo amenazó con ser destituido si no renunciaba y quien supervisó la ayuda francesa a la intervención militar estadounidense para derrocarlo. Y ya que decididamente Israel tiene el don de revelar, Regis Debray y la dirección de Le Monde diplomatique aprovecharon la ocasión que les brindaba la fiesta para hacer una gran propuesta: ¡transferir la sede de la ONU hacia la ciudad santa de Jerusalén! Una idea descabellada que, además de vincular la búsqueda de la paz únicamente con las religiones del Libro, hacía definitivamente imposible el regreso de los palestinos a sus hogares.
A los franceses les gustan las querellas excesivas y estas turbulencias no dejan de tener consecuencias: la venta en estanquillos de Le Monde diplomatique ha disminuido 25% en dos años en su país. Queman lo que adoraron y no tardarán en desechar las obras de Noam Chomsky. Más sabios, conservaremos nuestros viejos libros entre otros documentos teniendo en cuenta sus límites.
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