Las Madres de Plaza de Mayo asistieron al acto convocado en Plaza de Mayo en festejo por los tres años de Néstor Kirchner en el Gobierno nacional, el jueves 25 de mayo. “Vamos a venir orgullosas de estar apostando a la unidad latinoamericana”, había dicho Hebe de Bonafini el jueves anterior, en su discurso en Plaza de Mayo, cuando explicó las motivaciones de las Madres para concurrir al acto. Y así lo hicieron, nomás. Vastas y gozosas, acompañadas por varios militantes de sus múltiples espacios de lucha, las Madres acudieron al acto y hasta subieron al escenario, ubicándose al lado del Presidente.
A él le obsequiaron su arma más preciada: un pañuelo blanco de la Asociación, bordado con la consigna “Aparición con vida de los desaparecidos”, que Kirchner besó en público, y el fragmento de un texto escrito por las Madres en el año 1981.

El Presidente pronunció su discurso delante de miles y miles de personas y flanqueado por una quincena de Madres de Plaza de Mayo y la titular de Abuelas. Ningún ministro, ningún Gordo de la CGT, ningún intendente ni gobernador provincial, estuvieron en la foto del momento del discurso. Sólo su esposa y senadora, y las Madres. Muchos impresentables tuvieron que mirarlo todo desde abajo, algunos por televisión.

Otros muchos, miles, en cambio, sí deberían haber estado allí. Los integrantes de los movimientos sociales que durante los últimos años protagonizaron las luchas, colmaron las calles, se rebelaron ante el neoliberalismo y ayudaron a enterrarlo definitivamente, deberían estar aportando lo suyo en este determinante momento político, precisamente para que quienes el 25 de mayo poblaron la Plaza no tengan oportunidad de regresar a ella. Muchas de las presencias demostraron la inmediatez, la mezquindad y las flaquezas que distinguen a nuestras propias fuerzas.
Si los innombrables resucitan es por el increíble suicidio al que se han convocado varios agrupamientos populares, hasta ayer activos y cercanos.

Indiscutiblemente, pocos de entre los presentes tenían tanto derecho como las Madres a estar en la Plaza: era jueves a la hora de la siesta, momento en que semana a semana, desde hace más de 1500 ceremonias, ellas marchan para denunciar, soñar, resistir. Y también construir.

Para las Madres –así lo han expresado públicamente– este es un momento político crucial, en el que urge construir, conquistar demandas, lograr metas, capitalizar tantos combates previos y, al mismo tiempo, acumular para otras instancias posteriores, que sean menos promisorias. Ahora es hora de reunir experiencia en la ejecución de políticas, en el aporte a la instrumentación y el gerenciamiento público, porque de eso también debe ser capaz el pueblo y sus organizaciones, además de luchar y resistir. El pueblo debe demostrar (se) que puede gobernar.

Según las Madres –y muchos comparten su análisis, cada vez más– la instancia actual demanda aprovechar la coyuntura política regional, y exigir en consecuencia. Ellas fueron a la Plaza porque entienden, sencillamente, que el actual Gobierno persigue una intencionalidad política que ellas juzgan fundamental: la unidad latinoamericana, en la perspectiva de un severo contrapunto con el imperialismo norteamericano. “Estamos levantando la bandera de la Patria Grande, la bandera de América latina”, pareció responderles Kirchner cuando eso afirmó en su discurso del 25 de mayo.

Paseo por América latina

El presente del continente indica que este es un buen momento para los pueblos de América latina. Si bien se escrutan matices diferentes según cada país, a grandes rasgos puede afirmarse que la instancia actual en la región retribuye en políticas públicas, decisiones oficiales y gestión institucional el mapa de rebeliones populares que sacudieron a Sudamérica tras la implantación de modelo neoliberal de explotación capitalista. Cierto es que algunos países –llámese Perú, Colombia, Paraguay– no sintonizan en nada aquella frecuencia progresista, pero otros muy sensibles a la vida política y económica del continente sí. Decididamente sí.

Un período ciertamente edificante, como no se recuerda otro en estas tierras desde hace décadas, surge cada vez con más fuerza en América latina. Que se arme tanto revuelo por la decisión soberana y cabal de Bolivia de nacionalizar sus recursos naturales, resulta aleccionador. El neoliberalismo había venido acompañado del paradigma aquel según el cual la historia social y política había concluido. La publicitada “muerte de las ideologías” justificaba en el plano ideológico la vida eterna y victoriosa del mercado y de su mano (negra e) invisible.

Nada podían hacer los pueblos para modificar su destino, a no ser que no sea convertirse en patrones competentes o consumidores de nivel ABC1. Si no consumían estaban al margen de la sociedad. El que no gasta está excluido. El Estado había sido puntillosamente desmantelado en su función social, desarticulado en su potencialidad económica, pero armado hasta los dientes para contrarrestar las crecientes rebeliones populares. Un Estado ausente, excepto la policía.
Entonces, que sea precisamente Bolivia, un país olvidado históricamente, marginado hasta el hartazgo y la repugnancia por los poderosos del mundo entero, quien patee el tablero y obligue a reordenar el mapa político de la región, es conmovedor e implica un claro testimonio de que la historia y la vida todos los días pueden cambiar, virar, trastocarse drásticamente en favor de quienes menos tienen. Evo Morales, el gobernante indígena que reivindica a sus compañeros de clase no folcóricamente sino en política contante y sonante, logra imponerles a los presidentes más importantes de la zona una reunión de urgencia en Iguazú. Tiene en vilo a poderosas multinacionales. Los operadores petroleros del mundo desesperan y apuran sus contactos con los mandatarios para asegurarse el chorro abierto. Bolivia ya ingresó a la historia contemporánea como aquel país que ha sabido echar a piedrazos a los empleados de las multinacionales disfrazados de funcionarios públicos. Ahora, sencillamente, ha terminado por ponerse de pie.

A su vez, la decisión de Evo Morales propone el comienzo de una nueva etapa en la avanzada de gobiernos progresistas. Bolivia ha demostrado que es momento de pasar a la ofensiva en la conquista de los intereses nacionales. Ya no alcanzan las buenas intenciones, ni los bonitos discursos, ni la reivindicación simbólica pero meramente testimonial de los humildes y olvidados de la Tierra latinoamericana. Si Bolivia puede plantarse frente a las multinacionales, también pueden hacerlo las demás naciones. Venezuela y Cuba, naturalmente, siguen cumpliendo un rol fundamental en la esperanza latinoamericana. Aunque no de la misma magnitud, Ecuador ha dado un paso similar al boliviano. A caballo de la rebelión popular que desalojó del poder a Lucio Gutiérrez hace un año, el actual gobierno de Quito decidió anular los contratos con la norteamericana del petróleo OXY, justo en momentos en que los demás países de la región se reunían para desgranar las consecuencias de la decisión de Evo Morales. Lo que sucedió en Ecuador, que puso en retirada al TLC pretendido por Estados Unidos, también marca un camino para quienes asisten temerosos al gran momento de los pueblos latinoamericanos. A la absurda actitud del Brasil de Lula, más preocupado por la burguesía paulista que por la realidad del pueblo boliviano, bien puede respondérsele con Ecuador. Argentina debe seguir un recorrido equivalente. Hebe y Pino Solanas ya se los reclamaron en la propia cara al mandatario argentino.

Regreso al presente edificante en Argentina

Para las Madres, igual mérito a la integración latinoamericana que sugiere Kirchner tiene la política de Estado en materia de derechos humanos. Concepto, el de derechos humanos, que las Madres han dotado de una significancia ideológica clara y un notorio perfil de clase. Las Madres, entonces, fueron a la Plaza de Mayo el jueves 25, en señal de apoyo al Gobierno de Kirchner y también para defender tantos logros condensados bajo su ejercicio en el poder. El último, la propia arenga presidencial del 25 de Mayo. El Presidente hizo subir a las Madres al escenario a las 15.40 de la tarde, hora en que habitualmente ellas marchan en la Plaza, cada jueves.

Además Kirchner comenzó su discurso a las cuatro en punto, momento en que las Madres finalizan su marcha para iniciar, también, su disertación de todas las semanas.

Los tramos más salientes de la palabra presidencial tuvieron como protagonistas a las Madres y a sus hijos.

Kirchner comenzó señalando que él mismo estuvo en esa misma Plaza treinta y tres años antes, cuando la asunción de Cámpora y el fin de la dictadura militar de aquel momento, junto a sus compañeros, muchos de los cuales después desaparecieron. Esta Plaza es de los trabajadores, de Eva Perón y de las Madres de Plaza de Mayo, señaló el santacruceño. Las menciones a los desaparecidos fueron repetidas.

El acto del 25 de Mayo, el año entero de reivindicación de los hijos de las Madres encarado desde la más alta investidura estatal, y la reciente reedición del libro Nunca Más con un prólogo nuevo que discute con aquel escrito por Ernesto Sàbato y que consagró la Teoría de los Dos Demonios, testimonian cómo la lucha de las Madres, librada muchas veces en soledad, en las peores condiciones políticas, soportando agravios y operaciones de prensa, ha resultado vencedora, definitivamente. Los desaparecidos pasaron de ser terroristas, foquistas, antiargentinos, a ser compañeros del Presidente de la República, en sólo treinta años.

Las Madres de Plaza de Mayo también tuvieron qué festejar el 25 de mayo en la Plaza. Miles y miles brindamos junto a ellas. Donde sea que esté el pañuelo blanco, detrás de su bandera azul con la consigna más apropiada para cada momento político, ahí siempre querré estar yo.

La carta entregada a Kirchner

Año 1981

…y estas últimas veces que hemos ido a
la Plaza, se me ha puesto en el corazón y
en la garganta… porque la Plaza es algo
que engrandece todo, a las Madres que la han
sufrido, porque muchas veces la sufrimos a
la Plaza, y también y aunque parezca tremendo
algunas veces la disfrutamos.
Y te digo que se me han puesto ganas de gritar
y de montones de cosas, porque no pierdo
las esperanzas, algún día, un hijo, cualquier
hijo, va a cruzar la Plaza, realmente, para tomar
la Casa de Gobierno… no pierdo las
esperanzas, aunque tenga que vivir cien años,
yo sé que lo voy a ver, estoy segura que lo veré.
no sé qué hijo, cuál hijo,
pero va a cruzar la Plaza para tomarla,
y va a ser un hijo mío….

Hebe de Bonafini