No estamos en Chile como turistas. El Mundial nos trajo aquí como periodistas, y el fútbol absorbe todo nuestro tiempo. No tenemos un instante para analizar las particulares captaciones de los dos colegas italianos, que tanta fama adquirieron en Chile y que tanto gravitaron en el resultado del match Chile-Italia.

Pero sí reparamos en lo que hace a nuestro trabajo. En lo que tiene vinculación con el fútbol. En lo que ocurre en las canchas y en lo que exhala el periodismo deportivo.

Por las mañanas recibimos todos los diarios de la mañana, y por las tardes, los de la tarde. Los revisamos prolijamente. Y tenemos tijeras. Recortamos todo el material que nos parece utilizable. Luego lo clasificamos y lo guardamos en sobres.

De esa inspección periodística diaria surgió un recuerdo insólito. Nos acordamos de Fellini. De Fellini, director cinematográfico. De esa revisión actualizamos en nuestra memoria su sátira al reportaje. La ridícula conferencia de prensa de aquella estrella cinematográfica, muy vulgar pero de mucha fama, que adoptaba las poses más sofisticadas para poder vender el arte que no poseía. Del reportero especializado que sacaba de su faltriquera periodística todas las preguntas repetidas en todos los reportajes del mundo a todas las estrellas del mundo.

Sí, sin ninguna duda, le preguntan su opinión sobre el amor.

Después, sobre la cocina que prefiere. ¿Hay acaso otras preguntas en el reportaje a las estrellas cinematográficas?

¿El amor? El único objeto de la vida.

¿La cocina? La italiana. ¿El plato preferido? Los "spaghetti".

¿Acaso el reportaje no se lleva a cabo en Italia?

Toda esa gastada y chabacana publicidad que tanto participa de lo imbécil como de lo organizado, se vende luego. Se vende como alimento de niñas cloróticas y de nacionalistas maduros, que experimentan el gran halago de saber que la famosa estrella está identificada con el universal plato de "spaghetti".

Todo eso se vende. Todo eso se digiere. Todo eso se escribe. Y lo más grave es admitir que interesa. Y más grave aún admitir que el reportero especializado piense, crea, esté seguro, que ha logrado la gran nota revelando al pueblo de su patria eso que la cinematográfica señora ha declarado: amor y "spaghetti"...

El gran reportaje, la entrevista íntima, la declaración-primicia y confidencial...

Eso se escribe, eso se imprime, eso se publica... ¡eso se vende!

Hollywood en Chile

No hay astros del cine en Chile. Ninguna actriz ni actor de cine han comprado abono para el Mundial. Saben que los únicos "astros" que hay aquí en Chile son los jugadores de fútbol. Y los técnicos de fútbol.

Saben que no encontrarán reporteros que les permitan decir que el vino chileno es el mejor del mundo y que no hay nada más emocionante que contemplar a vuelo de pájaro los picos nevados de la Cordillera...

Y han acertado. No hay un solo reportero desocupado en Santiago. No hay uno solo que no tenga anotado en su libreta de trabajo un reportaje a las 6, en Rancagua; otro a las 8.40, en Viña; otro en Santiago, a las 11 horas. Todos son reportajes. Un torneo de reportajes. La búsqueda de la gran nota. La declaración sensacional.

La solemne y protocolar conferencia de prensa del dirigente que, en lujos hall de hotel céntrico, cita para el mediodía a todos los órganos de la prensa para decir, con una puesta en escena muy bien vestida, incluida en la dieta para relaciones públicas, que él, el presidente de la delegación que se hospeda en el Carrera, tiene su corazón allá lejos, allá en el austero albergue de la subsede, acompañando "a sus muchachos" en sus penas y alegrías, mancomunado en la patriótica empresa de llevar al fútbol de su país al triunfo anhelado.

Y ésa es la gran frase que saldrá impresa en los vehículos periodísticos, incluidas la voz y la foto del dirigente. Y como gran final, las palabras de efecto, el impacto demagógico, el plato de "spaghetti" de la estrella: Si no tenemos la suerte de ganar nosotros, si somos eliminados, quiera Dios que pueda ver flamear al tope del mástil del campeón la bandera de este gran país hospitalario, que es Chile.

Eso lo dirá el señor presidente ahora, en 1962, y en Chile. Dentro de 4 años, en Inglaterra, la madre del fútbol... Hace 4 años en Suecia... Sus lagos...

Herberger y el cerrojo

A las 9, a las 11 o a las 15: cualquier hora es buena para reportajes. Hay una gran cita. El mago Herberger va a formular sensacionales declaraciones sobre fútbol moderno. Una babel de reporteros se congrega consciente de la gran sabiduría ultramontana del coach germano. Unos preguntan, otros escriben.

Por fin se escucha la pregunta de fuego. La formula una voz muy tímida, pero la pregunta es muy atrevida:

 ¿Podría usted decimos, maestro, cómo se puede, tácticamente, vulnerar un cerrojo tipo Rappan?

Herberger cavila. Por fin habla...

 No es una pregunta muy común. Pero les voy a responder lo mismo. Para vulnerar un cerrojo del tipo de los que fabrica mi colega Rappan es necesario una condición muy importante. No es una empresa improvisada. Hay que estar expresamente preparado para ella.

Herberger no ha dicho nada. Pero no importa, todos escriben; lo ha dicho el maestro Herberger. Sólo que el de la pregunta ha como probado que después de las palabras del maestro sabe de cerrojo tanto como antes.

 Señor Herberger, ¿en qué consiste esa preparación, esa educación anticerrojista?

Por fin se revela el misterio que Juan Carlos Lorenzo ha mantenido oculto tanto tiempo en Republiquetas 1050.

 El trabajo táctico consiste en que el equipo que ataca debe tratar por todos los medios de "sacar" de su posición defensiva al equipo que defiende.

Ahora sí. Ahora los lápices corren más veloces. Herberger ha descubierto a los ojos de los presentes que para superar a un grupo de gente que se amontona hay que atraerlo para que salga. Para que deje el camino libre.

Tan viejo como el mundo. Tan antiguo como el minué. Pero primicia en los labios del maestro Herberger. Y así se vende: como primicia. Como nota exclusiva. La fama de mago no parte de Herberger. La magia de Herberger la inventó el periodismo.

También Herberger dedicará sus últimas palabras a Chile. Dirá que su fútbol ha progresado. Que tiene posibilidades de salir campeón. El maestro alemán no tiene ningún temor, además, de que en Alemania lo tilden de antipatria.

Los directores técnicos y los jugadores están liberados de ese rótulo. Ellos son ciudadanos del mundo en ese aspecto. Y eso está aceptado. Pedernera trabaja para Colombia, Scopelli para México, Helenio Herrera para España. También se comentó que otro argentino, un tal González, era asesor de Winterbbotton en la dirección del equipo inglés aunque Jorge Robledo, el chileno-inglés "attache" de los ingleses en Coya, lo desmintió al ser consultado.

Además, ¿quién puede prever que un día el maestro Herberger no sea el D.T. de la selección chilena? Los D.T., los jugadores, venden trabajo, sabiduría, técnica, y hasta mentira algunos, todo al margen de los colores que llevan debajo de la camisa que exhiben. . .

Bobby Charlton puede ser nota

El jefe de redacción pide el reportaje exclusivo a Charlton. Las declaraciones del crack inglés pueden interesar. ¡Hay que reportearlo! Aunque esté concentrado en Coya, a 150 Km de Santiago, adonde hay que llegar subiendo y bajando cuestas en dos largas horas de automóvil…

El reportero llena su maletín de viaje con todas las preguntas que ya le formuló a tantos otros jugadores.

¿Qué piensa Charlton de los ingleses? ¿Qué opina del torneo? ¿Qué opina de Chile como país? ¿Qué opina de Chile como equipo de fútbol?

Lo de siempre. Las mismas preguntas. Un nuevo reporteado, pero un mismo reportaje.

¿Qué contestará Charlton? Lo previsto. No puede contestar otra cosa. Que este equipo inglés es mejor que el otro equipo inglés. Aquél jugaba peor que éste. Que este equipo chileno, el que se clasificó para los cuartos de final, es un gran equipo. Que posee una de las mejores delanteras del Campeonato. Que podrá ser campeón. Que no piensa lo mismo de Brasil. Que no le parece el mismo equipo que ganó en Suecia.

Pero lo que más ha sorprendido gratamente a Charlton ha sido Chile como país. Justamente porque estaba muy mal informado. Nunca podría haber imaginado Charlton que la vida en Chile guardaba tanta analogía con la de Inglaterra. No sólo estaba asombrado. Estaba entusiasmado.

La nota vuela por los cables. La foto de Charlton ilustra las sensacionales declaraciones del crack. El jefe de redacción, satisfecho. El reportero, también. El reportaje ha sido consumado.

Sólo que Charlton sirvió de partenaire de un reportaje. Sólo que Charlton no ha dicho nada. Porque incluso lo que ha dicho con referencia al fútbol chileno está inventado por Charlton. Porque no vio fútbol chileno, porque está en Coya. Tampoco vio a los brasileños, porque los brasileños juegan en Viña. ¿De dónde saca Charlton que la vida en Chile es semejante a la de Inglaterra? ¿Si no salió de Coya, si siempre residió en la concentración inglesa?

¿Debe permitir el reportero que Charlton invente la fórmula para ser grato a Chile?

Quizá cuando vinimos a Chile llevábamos en nuestra maleta la intención del reportaje. Pero la dejamos en la maleta. Preferimos oír las quejas del jefe de redacción antes que hacernos cómplices de tanta mentira intrépidamente lanzada a la circulación sin ninguna finalidad periodística. De una mentira que sólo merecería ser publicada a condición de que se ajuste a la tarifa de avisos del periódico o de la revista que se hace ingenuamente eco de esa mentira.

Los reporteados deberían pagar a sus reporteros. No es paradoja. En Chile, en este Campeonato Mundial, sería un gran éxito económico facturarles a los Herberger, a los Rappan, a los Lorenzo, o a los Barotti, sus prolíferas declaraciones a tantos pesos el centímetro. Sólo así el periodismo demostraría que no es vehículo inanimado e inocente para digerir y publicar todo el sensacionalismo calculado de este cenáculo de autopublicistas.

Queremos el reportaje franco, el diálogo con el reporteado. Sufrimos viendo al reporteado mofarse de la credulidad general. Por eso no reportearemos.

¡Hay que reportear! Lo aceptamos. Pero no nos prestamos a convertirnos en agentes de publicidad sin retribución.