Las últimas declaraciones de Cheney y Rumsfeld demuestran que la recuperación rusa es considerada una como amenaza urgente por parte de la administración Bush y no solamente por los demócratas estadounidenses. Sus palabras se producen al acercarse la Cumbre del G8 de San Petersburgo, presidida por Rusia. Aunque no comenzará hasta el 3 de julio, la campaña de desacreditación contra Rusia ya ha comenzado, lo que manifiesta la preocupación que suscita la política independiente rusa.
El 3 de mayo de 2006, durante la conferencia de Vilnius que reunía a los dirigentes de los países del Báltico y el Mar Negro, el vicepresidente estadounidense Dick Cheney declaraba: «Los adversarios de la reforma tratan de echar atrás los logros de la última década. En numerosos sectores de la sociedad civil –desde la religión y los medios de comunicación hasta las asociaciones y los partidos políticos– el gobierno ha restringido injustamente los derechos de su pueblo. Otras acciones del gobierno ruso han sido contraproducentes y pudieran afectar sus relaciones con otros países. No hay causa legítima que pueda justificar la utilización del gas y el petróleo como instrumentos de manipulación y chantaje, ya sea por la manipulación del suministro o por intentos de monopolización del transporte. Nadie puede justificar las acciones que quebrantan la integridad territorial de un vecino o dificultan los movimientos democráticos. Rusia debe escoger.»
El presidente Putin reaccionó rápidamente a esta frase denunciando el apetito del «camarada lobo» en busca de presas. Fue también muy comentada por los medios de comunicación occidentales que vieron en ella una vuelta a la Guerra Fría.
Esta retórica retoma las líneas fundamentales de la propaganda atlantista contra Rusia que presenta la acción de Vladimir Putin como un intento de «resovietizar» un país que la política de Boris Yeltsin habría «democratizado», argumento que olvida con cierta rapidez el saqueo a la economía rusa orquestado en los años 90, así como el asalto a la Duma por parte de militares que actuaban por órdenes del ex presidente.
Esta declaración del vicepresidente estadounidense no está aislada en el seno de la administración Bush. Donald Rumsfeld declaró así en una tribuna dedicada a las alianzas militares ampliamente difundida por Project Syndicate y el Council on Foreign Relations: «Hoy nuestra atención se centra en Irak y Afganistán, pero nuestras prioridades cambiarán en los próximos años, y lo que tengamos que hacer en el futuro estará quizás determinado por lo que hagan otras entidades. Tomemos el ejemplo de Rusia […]. Rusia es el interlocutor de Estados Unidos en materia de seguridad y nuestras relaciones, en su conjunto, son mucho mejores de lo que fueron durante décadas. Sin embargo, en algunos aspectos, Rusia se ha mostrado poco cooperativa y ha utilizado sus recursos energéticos como un arma política, por ejemplo, y se ha resistido a los cambios políticos positivos que se han producido en los países vecinos.» Aunque sus palabras hayan hecho mucho menos ruido que las de Dick Cheney, el texto de Donald Rumsfeld constituye una clara amenaza dirigida al Kremlin.
Esta violencia en las declaraciones de los principales responsables de la administración Bush denota un cambio en la actitud de Washington. En otros tiempos, era usual presentar a los demócratas estadounidenses preocupados por la recuperación del poderío ruso y a los republicanos menos preocupados por esta evolución. Así, la prensa dominante solía preocuparse por los «compromisos» que George W. Bush estaba dispuesto a establecer con Rusia en nombre de la guerra contra el terrorismo y a veces hablaba abusivamente de «amistad» entre los presidentes estadounidense y ruso.
Las últimas declaraciones de Cheney y Rumsfeld muestran que ahora la recuperación rusa es vista como una amenaza urgente.
Estas palabras tienen lugar cuando se acerca la cumbre del G8 de San Petersburgo, presidida por Rusia. Aunque no comenzará hasta el 3 de julio, la campaña de desacreditación contra Rusia ya ha comenzado, y manifiesta la preocupación que suscita la política independiente rusa.
El analista del Washington Post, Jim Hoagland, muestra abiertamente sus temores. Señala que Rusia está saliendo del empantanamiento checheno, desempeña un importantísimo papel en las negociaciones con Irán y utiliza sus recursos energéticos para impedir que la OTAN se asiente en Ucrania y Georgia. Volviendo a las declaraciones de Dick Cheney en Vilnius, considera que se trata de una advertencia de la Casa Blanca. Washington comprende que Moscú se encuentra en este momento en una posición de fuerza mientras que Estados Unidos se encuentra a la defensiva. La administración Bush advierte al presidente Putin: no debería llevar muy lejos su ventaja so pena de ver la respuesta.
Pocos son los analistas que como Hoagland plantean así el problema. La prensa occidental dominante prefiere atacar la imagen de Rusia y su presidente publicando tribunas que ponen en tela de juicio su participación en el G8.
Asistimos así al desarrollo paralelo de dos argumentos. Como el G8 se muestra como la organización que reúne a las ocho democracias más desarrolladas económicamente, la crítica es la siguiente: O se niega a Rusia el estatus de democracia o se le presenta como un pequeño país pobre y no como una potencia en búsqueda de su lugar.
Como frecuentemente ocurre cuando se trata de denigrar a Rusia, el gabinete de difusión de tribunas Project Syndicate se muestra especialmente activo. Así, difunde principalmente en el Japan Times el texto del ex primer ministro ruso Yegor Gaidar. Este ex colaborador de Boris Yeltsin en Moscú y luego de John Negroponte en Bagdad, asegura que Vladimir Putin trata de aniquilar los contrapoderes democráticos y que se mantiene en el Kremlin asegurando abusivamente que es la única alternativa al fascismo en el país. Se trata de una mentira, pues el verdadero enemigo del fascismo es la movilización ciudadana que depende de una prensa libre y de un parlamento que ejerza el papel de contrapoder. Ahora bien, esto es lo que precisamente estaría atacando el Kremlin según el autor. Esta acusación de la «deriva autoritaria» de Rusia es clásica desde la publicación del llamamiento de los 115 atlantistas contra Vladimir Putin. Se encuentra igualmente en la esencia del texto del comentarista polaco Konstanty Gebert quien asegura en el Daily Star, el Daily Times, el Jordan Times y sin duda en otras publicaciones, que la naturaleza no democrática del régimen ruso lo hace indigno de organizar una reunión del G8. Esta tribuna también es publicada por Project Syndicate.
Sin embargo, el gabinete vinculado a George Soros no es el único en campaña. Así, Rachel Ehrenfeld y Alyssa A. Lappen, del American Center for Democracy, comentan en el Washington Times el proceso judicial de Norex Petroleum contra la empresa petrolera rusa Alfa Group. Condenando ya a la empresa acusada, afirman que sus métodos ejemplifican la corrupción del sistema económico ruso, acusado al mismo tiempo de servir a los intereses de algunos oligarcas deshonestamente pero, lo que es más grave, de servir a la estrategia política del Kremlin con el objetivo de alcanzar mayor influencia en los mercados petroleros internacionales. A modo de conclusión, ambas autoras enuncian lo que parece más grave para ellas: Alfa Group tenía negocios con el Irak de Sadan Husein y los tiene hoy con Cuba.
Junto a estas acusaciones sobre la naturaleza del régimen ruso, encontramos ataques referentes a la debilidad económica del país.
También difundido por Project Syndicate, el profesor de Economía de Harvard y ex experto del FMI, Kenneth Rogoff, asegura con una ironía mordaz que Rusia no es más que un país pobre sin nada que hacer en el G8. En el Korea Herald y en el Daily Star, recuerda que su PIB es sólo equivalente al de Los Angeles y sus alrededores, y que ha retrocedido considerablemente la esperanza de vida de sus habitantes. El autor afirma que Putin ha sacrificado a los jubilados en el altar del excedente presupuestario. En resumen, Rusia es un pequeño país, sin mucho poderío y que sólo debe su posición al precio de las materias primas a pesar de la incompetencia de sus dirigentes.
El analista de la Chatham House, David Wall, considera en el Japan Times que teniendo en cuenta la mortalidad infantil, su degeneración demográfica y los problemas de salud que afectan a la población masculina, Rusia puede ser considerada como un Estado en decadencia.
Ambos textos parecen tener más que ver con el método Coué que con un verdadero análisis. Basándose en elementos presentados fuera de contexto, ambos autores presentan un balance de Rusia a partir de datos actuales sin tomar en cuenta su evolución desde 1998. Es cierto que Rusia enfrenta un grave problema demográfico, de lo que Vladimir Putin ha hecho una prioridad política y ha fortalecido las subvenciones familiares. Por otra parte, si bien es cierto que Rusia no tiene uno de los mayores PIB del mundo, su crecimiento económico es fuerte y se basa en sectores vitales par la economía mundial. En cuanto a la comparación con California, es engañosa, pues los métodos estadísticos difieren ya que Estados Unidos contabiliza su burbuja financiera. Por consiguiente Moscú no tiene nada del tigre de papel sobre el que ironizan Rogoff y Wall. Además, ninguno de estos expertos está convencido de los argumentos que dan ya que apoyan las críticas de Cheney acerca del poderío energético ruso y del uso que le darían.
Por el contrario, para el analista sirio Taha Abdelouahed, que se expresa en el periódico comunista de Damasco , An-nour, las tensiones actuales entre Rusia y Estados Unidos demuestran que por lo menos una parte de la administración Bush desea que el Kremlin se pliegue, pues se preocupa por la influencia que recupera debido a su poderío energético. Pero a Moscú parece serle esto indiferente y continúa desarrollándose a pesar del anuncio de una próxima retirada de Ucrania y Georgia de la CEI. En la actualidad, Washington no parece tener ningún medio de presión contra Moscú, comenta el analista con alegría contenida.
En efecto, contrariamente a lo que sucede en la prensa occidental, Moscú tiene una buena imagen en la prensa árabe en la que es presentada como la única alternativa a la superpotencia estadounidense. De este modo, en el periódico oficial egipcio, Al Ahram, el editorialista Ayman El-Amir se une al analista de Taha Abdelouahed y concluye que el mundo tiene todo para ganar con el renacimiento ruso.
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