Pero lo cierto es que todo es tranquilidad en esa enorme urbe de 12 millones de habitantes y largas, anchas, iluminadas, limpias avenidas, gente que comercia en los bazares pero también en modernos negocios, que pasea con sus hijos por los museos que reflejan una civilización de 7.500 años, apenas.

Lo cierto es que de Irán hacía años que no se tenían referencias de actividad internacional alguna (tras la agresión de tres lustros atrás que dejó millares y millares de víctimas), y los reportes decían que simplemente se dedicaba a sus problemas internos; a sus rezos y a un esfuerzo por desarrollar el país.

El problema surge del radicalismo de Washington, de la presunción que Estados Unidos no puede probar acerca de que Irán planea aprovechar el desarrollo de la energética nuclear para fabricar clandestinamente bombas atómicas. Aun cuando forme parte del Tratado de No Proliferación Nuclear y haya dado todas las seguridades posibles.

El petróleo se termina –quizá en dos décadas- y el país necesita formas diferentes para generar energía, a pesar de la desinformación permanente de los grandes medios de comunicación occidentales. La pregunta que le da vueltas en la cabeza a uno es qué hacen los iraníes con la energía atómica. Probablemente curan el cáncer, mejoran semillas, protegen cosechas, generan energía y muchas cosas más. Pero los únicos que hicieron uso no pacífico de la energía nuclear, vale la pena recordarlo siempre, son los que hoy parecen estar preocupados.

Pero, obviamente, la preocupación no es esa sino la de dejar en manos de los iraníes la posibilidad de no depender del llamado primer mundo en materia de energía. Entregar el desarrollo atómico a las grandes potencias es hipotecar el futuro no sólo de Irán, sino de todos los países en desarrollo, porque eso significaría depender para siempre del Primer Mundo –también- en energía. Es apagar la luz del futuro. Para Irán, para todos nosotros.

Es claro que Irán no puede aceptar, como no lo aceptaron China, la India, Israel, Pakistán, Canadá, España, Argentina y otros países que cuentan con plantas para enriquecer uranio o reactores experimentales, actividad perfectamente legal en los marcos del Tratado de no Proliferación y que los demás miembros debieran estimular, cortapisas a su derecho soberano al desarrollo. La payasada de los países europeos sirvió sólo como cortina de fondo para darle excusas a Estados Unidos para proseguir sus ataques contra Irán.

Cabe recordar que Brasil, en su momento, fue mucho más lejos. No pidió autorización a la ONU para establecer su planta y se declaró listo para refinar uranio y, además, ha ideado una tecnología para hacerlo que, además mantiene como secreto industrial lejos de la mirada de la Organización Internacional de la Energía Atómica.
En Teherán, en las otras ciudades de ese extenso país, reina la calma total. Ni siquiera uno percibe tensión en una población que está habituada a responder de inmediato a cualquier requerimiento de sus autoridades civiles y religiosas.

La prensa occidental dice que Estados Unidos ha pasado a la selección de los blancos en Irán,, etapa que precede a la agresión. Seguramente se trata de dos plantas nucleares para producir electricidad, de las que hay 400 en el mundo y 120 en los Estados Unidos, tal vez de reactores experimentales de los que abundan en las universidades norteamericanas y europeas.
Lo cierto es que para hacer guerras, Estados Unidos no necesita motivos, le bastan los pretextos que ellos mismos inventan y repiten una y mil veces a través de medios de comunicación manipuladores, tergiversadores, descontextualizadotes, acompañantes, en fin, de una política imperial. Aunque últimamente no le ha ido demasiado bien.

Es cierto que el hecho de que la energía atómica debutó sobre Hiroshima y Nagasaki, asesinando a millares y millares de japoneses, la demonizó. En materia nuclear el uso bélico –de Estados Unidos- precedió al uso pacifico (de las naciones en desarrollo, sobre todo). Hoy la gente oye hablar de lo atómico y piensa en bombas y muertos.
En terrenos estrictamente teóricos, la física nuclear figura entre las ramas más avanzadas de la ciencia, uno de los campos donde existen mayores enigmas y donde abundan los retos científicos. Alcanzar un alto nivel en el desarrollo científico y tecnológico, supone avanzar en el dominio de la Física Nuclear y naturalmente de la tecnología que permite utilizar las potencialidades del átomo.

Avanzar en el campo nuclear es parte del desarrollo y no necesariamente un acto de belicosidad. Hoy día existen más de 40 naciones con capacidad tecnológica y solvencia económica para producir armas atómicas a las que ese cometido, simplemente no les interesa.

La energía nuclear tiene más aplicaciones pacificas que militares en la medicina, la agricultura, etc.
La prensa comercial del Norte ha hecho su trabajo y hoy existe un fuerte prejuicio contra los árabes, los negros, los chinos, etc. Es racismo. Desde la época de Las Cruzadas los musulmanes fueron demonizados porque ocuparon, profanaron el Santo Sepulcro. Todo era mentira –al igual que la presencia de armas de destrucción masiva en Irak, excusa de la genocida invasión estadounidense y británica a ese país- pero la gente lo ignora todavía. Existe un prejuicio global que actúa en contra de los iraníes que, por cierto no son árabes.

Irán es, junto al Vaticano, el único estado teocrático del mundo. La religión ligada al poder político aparece como un asunto difícil de digerir. Pero ¿por qué se puede justificar al Vaticano y no a Irán?
Cabe recordar que todas las universidades –europeas, norteamericanas, ojalá que también las latinoamericanas- desean tener su propio reactor para investigaciones, además de centrífugas, aceleradores de partículas, etc.
Las posibilidades, el temor
Durante las próximas semanas las principales potencias mundiales buscarán llegar a un consenso sobre la actitud a adoptar para responder al derecho soberano de Irán para desarrollar su programa nuclear. Las opciones van desde el compromiso hasta las sanciones económicas e incluso a una acción militar unilateral.

La prensa occidental habla esta semana sobre la fragmentación de lo que llama la conservadora elite gobernante de Irán, y señala que las acciones de las principales potencias afectarán en gran medida el resultado de la actual lucha por el poder dentro del país y, por sus consecuencias, el destino del programa nuclear iraní.

La propaganda de la prensa occidental indica que los conservadores de línea dura, representados por el presidente Ahmadinejad, tienen lazos íntimos con poderosos segmentos de los servicios de seguridad iraní y del aparato represivo. Tienen una base de apoyo en el comando de la Guardia Revolucionaria y en las fieles fuerzas Basij, en las que está comprendida la milicia de la República Islámica, con un millón de voluntarios. Lo cierto de todo esto es que aparece en Irán, más allá de las maniqueístas interpretaciones de la prensa occidental, una juventud radicalizada y nacionalista, más allá de pelos largos y rebeldías.

Los posibles escenarios en el Irán de hoy parecen ser tres. El primero la prolongación del escenario diplomático ad infinitud, con sus iras y aflojes, a la espera de un cambio de política de los chiítas.
El segundo es un ataque quirúrgico de Estados Unidos -¿se sumará Gran Bretaña a esta nueva aventura?- a las instalaciones militares y laboratorios nucleares, con probable uso de fósforo blanco, el mismo que fuera usado contra Fallujah. Círculos diplomáticos hablan de cinco mil blancos identificados.

La tercera opción, negada, es la posible invasión de Irán por tropas estadounidenses, quizá para apropiarse del gasoducto a China, que pasa por Pakistán e India. Proyecto que podría volar por los aires ante una situación semejante
En Medio oriente hay pánico ante un probable ataque: los vientos soplan del Norte al Sur. Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y sobre todo el paraíso fiscal de Dubai, Kuwait –gigantesca base de operaciones de Estados Unidos- y Arabia Saudita, están en alerta, al igual que la base de portaviones de Omán.

El temor no es solo por un ataque estadounidense a Irán sino por una respuesta iraní sobre Israel, por ejemplo. ¿Qué hará Turquía? ¿Apoyará a Estados Unidos?
El temor es porque la comunidad islámica no aceptará impunemente un ataque sobre Irán. Porque mientras se especula con agresiones, vale la pena recordar la influencia de los iraníes –y de los chiítas- sobre la estabilidad en Afganistán y en Irak (Basora, donde los británicos tienen harto problemas) está a escasos quilómetros de la frontera), y el nivel operativo en la frontera afgano-paquistaní donde la situación con los boluches es frágil.

Nadie en Medio Oriente quiere pensar en un posible conflicto armado, del que ninguno saldrá indemne. Ni los países árabes y menos aún el estado de Israel. Mientras se acercan las elecciones parlamentarias en Estados Unidos e Italia también decide retirar sus tropas de Irak, el apoyo de los países del Tercer Mundo a la posición soberana de la República Islámica de Irán se hace cada vez más necesario. No solo por solidaridad, sino por propia supervivencia y por la posibilidad de un futuro.