Algunos coinciden en vincular la desbocada carrera de Bush y su equipo hacia las posiciones más radicales de la extrema derecha fundamentalista con los trágicos sucesos del 11 de septiembre del 2001.

En este punto las apariencias encubren la esencia. Existen suficientes elementos demostrativos de que la base de las ideas neofascistas dominantes hoy en los círculos de poder norteamericanos, y de las cuales el mandatario es el representante más visible, no nacieron el 11 de septiembre.

En todo caso el papel desempeñado por el derrumbe del World Trade Center fue solo el detonador para acelerar una política que ya estaba pensada y diseñada.

Desde mucho antes existía la idea de un gobierno global que, sustentado en el poderío militar, de forma unilateral y sin someterse a leyes nacionales e instituciones internacionales, ejercería su dominación y establecería las reglas mundiales en todo, desde los mercados hasta las armas de destrucción masiva.

Qué es la Estrategia de Seguridad Nacional aprobada en septiembre del 2001, si no la sustitución del principio de la disuasión por el concepto de ataque preventivo y sorpresivo, anunciado en el discurso de W. Bush el primero de junio de ese año, en la Academia Militar de West Point.

Por otra parte, la peligrosa redefinición del concepto de soberanía tiene sus fundamentos en la tesis hitleriana del espacio vital, condimentada ahora con nuevos condicionamientos y carácter global, según el cual los gobiernos que no se someten a los dictados de Washington, pueden ser considerados "oscuros rincones del mundo", declarados fuera de la ley y atacados.

Imposible obviar que el 20 de septiembre del 2001, solo nueve días después del criminal atentado en el centro de Nueva York, en su mensaje a la Nación, el titular de la Oficina Oval definió "el conflicto para el mundo" en los siguientes términos: " Cualquiera, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión o está con nosotros o está con el terrorismo", posición maximalista a la que ni siquiera Hitler se atrevió.

Y para nada se quedó en la retórica. Ahí están Iraq y Afganistán, ocupados y masacrados con el aterrador saldo de más de 100 mil muertos y otros tantos heridos y mutilados, en una clara reedición de la cruzada bélica hitleriana iniciada en 1939.

Para mayor semejanza con la práctica del fascismo alemán, Bush oficializó la tortura como medio de obtener información militar de los enemigos y la existencia de campos de concentración en Iraq, Afganistán, Guantánamo y en decenas de cárceles secretas llenas de supuestos terroristas, secuestrados y diseminados por Europa y otros países.

Con el Acta Patriótica estableció, por encima de la Constitución norteamericana y las leyes vigentes, una nueva era sin precedentes en el control y vigilancia de la población estadounidense, que ha llegado a la justificación del espionaje telefónico, postal, bancario y electrónico de millones de ciudadanos y residentes en el territorio de la Unión.

Afortunadamente el carácter de las tradiciones y las instituciones norteñas no aceptarán un gobierno fascista y solo la oportunista manipulación del peligro de ataques terroristas llevó a ese país a apoyar a Bush tras los sucesos de las Torres Gemelas.

La vida, sin embargo, ha ido poniendo las cosas en su lugar, y la población comienza a rechazar los métodos de la Casa Blanca, lo cual se expresa en el rápido descenso de la popularidad del presidente, reducida en unos meses de un 80 por ciento a apenas un 34.

En resumen: amenazas, chantajes, guerras de conquista, campos de concentración, torturas, secuestros y limitación de libertades individuales. No hace falta más: Cualquier semejanza entre Hitler y Bush no es pura coincidencia.

# Agencia AIN (Cuba)