Hasta el momento, la tesis apunta -y lo ha dicho el propio presidente Lagos- a la campaña política. La delincuencia, como sabemos, es uno de los temas que mayor intranquilidad suscita entre las personas, por lo cual los candidatos al hablar de ella están expresando una preocupación sobre este problema ciudadano no resuelto por los gobernantes. La preocupación por la delincuencia sería un tema electoral muy útil para la oposición. Esto es lo que ha dicho el gobierno.
No se trata, sin embargo, de un problema meramente retórico, aunque tiene mucho de retórica. Cualquier televidente o lector de periódicos podrá relacionar el interés de los políticos en el tema con hechos concretos: cuando los candidatos de derecha asistieron al funeral de un niño asesinado en La Granja no estaban emitiendo una mera opinión; estaban solidarizando con una acongojada familia. Y, más allá de la interpretación de tal acción (solidaria, política, oportunista o hipócrita, como se quiera), había un hecho claro: el bestial crimen de un pequeño de cinco años. Más aún. Un feroz asesinato que tampoco es un hecho aislado.
Podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Tienen tal poder los candidatos de derecha como para hacer girar a todo el país en torno a sus temas electorales? La respuesta, de prisa, es sí y no. Lo tienen, porque lo hemos visto; pero no lo tienen ellos solos, sino en conjunto con el poder de los medios de comunicación.

Lo que han logrado los candidatos es prenderle fuego a un tema que está siempre latente. Y lo han hecho sagazmente con el apoyo funcional de los medios. ¿Serán todos de derecha? Aunque no todos lo sean, la información, ya colocada en la agenda por algún medio influyente de derecha -digamos con más exactitud El Mercurio y La Tercera- funciona a partir de ahora como una bola de nieve. Un tema bien insertado en la agenda pública se convierte en una preocupación ciudadana, inquietud de la cual los medios tendrán que ocuparse, so pena de no informar. Un diario o un canal de televisión que no cubra una noticia de la que todo el país habla no resultaría un medio confiable.

Podemos decir que una ciudad como Santiago, con una de las peores distribuciones de la riqueza, tremendamente segregada espacial y socialmente, hoy genera de manera persistente -y tal vez creciente- acciones delictivas. Se trata de un hecho estadístico, medido como la inflación de precios o el número de afecciones estomacales. Otra cosa es cuando los medios levantan el tema motivados por un crimen, operación que también pueden hacer, dado el caso, con enfermedades (hanta, cólera, meningitis o ébola) o también con la inflación o el desempleo. En tal caso, podemos afirmar que si la macroeconomía no funcionara lo bien que le funciona hoy a Eyzaguirre, Piñera y Lavín estarían no en los funerales de niños asesinados, sino visitando grupos de vecinos desempleados o recorriendo hospitales.

¿Qué es la realidad social? Puede ser una guerra, una revolución, un golpe de Estado, un ataque terrorista como el de Nueva York.

Lo es -en tiempos de paz y democracia, de deterioro político y de sobreexposición mediática- la realidad representada por eventos diversos, por menores que sean -aunque la delincuencia no es menor- elevados por un medio a la categoría de noticia. Y si las minucias políticas adquieren esta categoría de forma permanente, la obtienen con aún más énfasis durante los periodos eleccionarios. La agenda mediática en tiempos de elecciones está marcada en buena parte por los temas e intereses de los partidos.
La fuerte presión de los medios para establecer la agenda puede llegar a paralizar a un gobierno, que tendrá que dedicar gran parte de su tiempo a desmentir o aclarar las distintas versiones de los medios. Más frecuente, y el caso chileno vale como ejemplo, es que los medios y no los gobiernos sean los que determinan cuáles son los temas políticos a relevar: el caso MOP-Gate es palmario.

En los medios la campaña electoral no ha comenzado ahora. En cierto modo, como ya señalaba en la década de los 50 el sociólogo norteamericano Paul Lazarsfeld, la campaña ha terminado. La profusión de carteles callejeros no incidirá de forma sensible las intenciones de voto y sólo un gran evento -tal vez una crisis económica fulminante o un magnicidio- podría alterar los resultados.