Cualquier nueva administración, del signo que fuere o del pasado que tuviese, está en la obligación impostergable y férrea de mostrar una actitud política muy clara, rectilínea y enérgica frente al manojo múltiple de situaciones que hereda del gobierno anterior. Sin hipérbole ociosa de yerros ajenos y tampoco con magnificación de sucesos que aún están por comprobarse en el ejercicio de la gestión. Pero, en el intríngulis presente, el Partido Aprista tiene sobre sí la sombra del espectáculo inflacionista e irresponsable que protagonizó García y un cenáculo muy cerrado de amigos entre 1985-1990. Frente a aquel recuerdo se alza la sentencia hayista: ¡Prepárate para la acción y no para el placer!

Ni todos los que participaron en el lustro 85-90 se mancharon las manos en raterías o barbaridades frívolas contra el Estado ni es cierto, tampoco, que a todos los del Partido Aprista puede atribuírseles inconductas o deshonestidades. Pero, como la mujer del César, los nuevos inquilinos de Palacio, no sólo deben serlo sino parecer limpios, desprendidos y honrados. ¿Qué hacen, por tanto, esos merodeadores en torno a los nuevos hombres fuertes, como cuentan los testimonios? En el norte hay un dicho: el que nació para panzón, aunque lo fajen. Es decir: el que está negado para la cosa pública, es tarado congénito y tiene uñas largas o tentaciones febriles de aprovechador, aunque le corten las manos o los pulvericen, siempre estarán rondando.

Si, como dice la propaganda toledista, el problema contemporáneo para Perú no es económico, ¿qué está haciendo el Apra para garantizar una ejecución política y programática de sus puntos de vista en el gobierno? No sólo se trata de llenar cargos y planillas. En nuestro país sobran los tecnócratas alquilables y estos son feraces en denostar a sus antiguos amos, con el avieso y miserable propósito de seguir mamando de la cansada ubre del Estado. ¡Ese fue el concepto por el cual, decenas de miles, como termitas hambrientas expoliaron virtualmente la planilla pública en el lustro que fenece!

De manera que hay una ejecutoria política pendiente para la cual, hasta hoy, no se ve gran cosa desde la atalaya aprista. Un ejemplo: cuando los bolcheviques se hicieron del gobierno en la Rusia zarista y luego de trocarla en la URSS y a falta de ingenieros y técnicos de alta calidad porque o habían sido fusilados o ya no estaban allí, Lenin dispuso que se contratara a los profesionales blancos. Pero hizo una salvedad: colocó comisarios que vigilaban que el diseño central o cardinal del gobierno guardase, en lo posible, líneas coherentes al esquema político. Es decir: ¡la improvisación tenía advertencia y castigo! Ciertamente, aquellos tiempos turbulentos no fueron del todo simpáticos en aquella lejana realidad. No obstante, el tema discurre por un requerimiento fundamental: ¿cómo se custodia el trabajo político de un régimen gubernamental?

Adviene el aprismo al gobierno luego de dos vueltas electorales. En cualquiera de las dos se advierten gruesas debilidades en la capacidad proselitista del antiguo movimiento. Ha perdido, frente a una opción bastante inexperta, en casi todo el país. Lugares en que concitó adhesiones hasta el heroísimo insurreccional, apenas si obtuvo una magrísima y vergonzosa votación. Que el triunfo de la presidencia haya opacado la realidad de este facto no debe alegrar a los “analistas” frívolos que hoy abundan, sobre todo, cuando hay puestos que ocupar y en los que lo único que no falta son las quincenas y fines de mes que paga papá Estado. Sin embargo, cualquier exégesis interna o de reorganización, tiene que pasar por estas consideraciones muy simples de anotar porque de ellas ha sido testigo todo el país.

¿Importa el éxito del gobierno aprista? Sí. Sin duda alguna. Por varias razones. El diseño partidario como parte de la estructura política nacional tiene el imperativo deber de probar su validez o anacronismo. Si la lucha civilizada pasa por la polémica ardua y la discusión en y desde las tribunas, gana el Perú como conjunto social pacífico y con capacidad de ponerse de acuerdo de forma multipartidaria e integral frente a los grandes retos. Más aún, una acción sólida y reivindicando una democracia desde las bases, apisona cualquier continuidad y esto es fundamental en la lucha contra el imperialismo y sus agentes internos. El frente ideológico de un Estado antimperialista, inclusivo, de ancha base, con empresarios nacionales y nacionalistas, con trabajadores embebidos de su misión productora y con capacidad de respuesta rápida frente a una globalización agresiva y teniendo, como tiene Perú, fronteras ríspidas, deviene tarea a construir de hoy en adelante y por los próximos 60 ó 70 años.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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