Calderón y López Obrador

Estamos mal. Ahora resulta que, al igual que pasó con la elección del
presidente Bush en los Estados Unidos, nuestro resultado comicial se halla
en manos no del votante, no del Gobierno Ejecutivo, ni siquiera de los
partidos políticos o del Instituto Federal Electoral cuya pedacería
heredaron del nefasto Woldenberg, sino del Tribunal Federal Electoral. La
iglesia en manos de Lutero. No es que sean descalificables por sí mismos los
integrantes de ese alto cuerpo que se dedica al juzgamiento, sino porque se
hallan allí por ser letrados, no por ser demócratas, no por ser sabios o
prudentes. No son impartidores de justicia, sino presuntos aplicadores del
derecho vigente y positivo.

Para ellos no hay matices como los que pintaba Diego Rivera hace 50 años en
las costas de Guerrero cuando gobernaba el país con honradez y austeridad
don Adolfo Ruiz Cortines, no hay semitonos como los que manejaba
magistralmente Juan Sebastián Bach en sus maravillosas piezas para
gigantescos órganos catedralicios, no hay atenuantes amortiguatorias como
las que intercalaba Jorge Luis Borges en sus monumentos literarios, no, la
voluntad de millones y millones de mexicanos será interpretada por un
pequeñísimo grupo de abogados desconocidos y que entre todos juntos no han
escrito más de tres libros de derecho en su vida y la mayoría no son ni
siquiera maestros definitivos por oposición en las asignaturas jurídicas de
las facultades de Derecho. Estamos aviados.

Misteriosamente la mitad de la mayoría de los sufragantes Mexicas,
Purépechas, Tzeltales, Pimas, Huicholes, Mayas, mestizos o criollos se
decidió por un candidato de izquierda y la otra mitad sospechosamente
matemática se inclinó por el candidato de la derecha. Por favor, no
discutamos si uno es de izquierda verdadera o si el otro es de derecha de a
mentiras, se usa este referente vulgar para aludir a dos posiciones
antitéticas o contrarias situadas en el extremo del gradiente.

Ya nunca sabremos, ya nunca podremos saber realmente quién recibió el mayor
número de sufragios libres, informados o convencidos; la espina de la
sospecha, de la suspicacia o de la malicia ha quedado clavada en el corazón
mismo de la República. Nunca podremos conocer, con certeza irrefutable, qué
tanto fue tantito. Se necesita ser ingenuo, limitado dental, o haber nacido
en Lepe, para creer que nos van a dejar abrir los paquetes electorales, para
que ante nuestros ojos o ante las cámaras de la televisión impoluta nos
permitan contar y recontar boleta por boleta, voto por voto.

Bueno, eso ni
un niño de la Escuela Primaria Venustiano Carranza de Orizaba, donde tuve la
fortuna de estudiar, se lo cree. Y mire que ahí los chamacos se comen hasta
las chicatanas. Los paquetes no se abrirán. Llevo más de cuarenta años de
ser abogado y más de treinta de ser maestro universitario en Derecho para
que yo crea que un pequeñísimo grupo de juzgadores designados van a
encontrar razón jurídica o ancla legal para que el barco de la justicia
electoral fondee en aguas seguras y tranquilas.

Aún queriendo creer que ganó Calderón, la duda se inclina a favor de López
Obrador. Algo nos dice en el interior de lo poco que nos quede de albedrío,
de raciocinio o de agudeza, que es más probable que le hayan colado el gol a
las huestes de Leonel Cota que a las del tocayo de Clavillazo. Curiosamente,
la parte débil aquí es el grupo que haya votado por el prieto de Macuspana y
no el del candidato paisano de Martha Sahagún. Es decir, el grave error del
Presidente de la República de haberse ostentado escandalosamente como
apoyador de su otrora detractado Calderón Hinojosa, tendió un ominoso manto
de viscosa sospecha sobre un triunfo que podría haber sido legítimo, legal y
transparente. Como dijo Neruda: Nosotros los de entonces ya no somos los
mismos. La noche no quedó atrás, contradiciendo a Jan Valtin.

No, ni aunque me juraran que mucho han cambiado, para mí lo nuestro ya está
terminado, ya no queda esencia del amor de ayer. ¿Quién ganó?, no lo sé. Lo
que veo es que la mayoría perdió la confianza en el IFE y en las diurnas
urnas taciturnas. Sume a los abstencionistas a los que van a quedar
lastimados por el fallo del TRIFE y se dará cuenta de que la derrota
electoral, cuando está inoculada de sospecha, es ponzoña peligrosa.