La campaña política electoral que terminó con la reelección del presidente Álvaro Uribe volvió a convertir a las universidades en campos políticos de circulación y discusión de representaciones sobre los rasgos de la izquierda y la derecha políticas.

Se trata de un proceso interesante por cuanto con mucha frecuencia investigadores y profesores universitarios suelen quejarse por lo que denominan “desinterés” o “apatía” de los estudiantes frente a la acción política. En contra de esas quejas, los estudiantes de de universidades públicas y privadas manifestaron su apoyo o su rechazo a la candidatura de Uribe y su interés por participar más activamente en la vida político-electoral del país.

Es un poco precipitado hacer una evaluación de las iniciativas estudiantiles y de la forma como ellas intentaron plantear la discusión sobre las propuestas del presidente electo. En el material audiovisual que acompaña este número de Actualidad Colombiana se bosqueja un interesante debate sobre las expectativas de los estudiantes, la historia de sus iniciativas en la historia reciente de la política nacional y la naturaleza de sus distintas acciones colectivas. El material visual y el desarrollo de la campaña electoral, en general, dejan ver la fuerza y la importancia que tienen algunas representaciones sociales sobre la izquierda y la derecha en la vida política colombiana.

En efecto, la campaña electoral mostró a un Presidente Candidato capaz de acusar a estudiantes o detractores de sus políticas de “comunistas disfrazados”. Acusación que no es sólo despectiva sino peligrosa en un país donde una de las fuerzas políticas creadas como resultado de las negociaciones de paz con una de las guerrillas comunistas, la Unión Patriótica, fue objeto de una persecución política en la que cayeron asesinados cientos de militantes. Pero si el Presidente acusó a sus detractores de “comunistas” y con ello simplificó el debate político y escondió las diferencias o las criticas a su gestión, sus contradictores no hicieron nada muy distinto al enjuiciar al presidente Uribe por “paraco” y “aberrante”.

El Presidente Uribe, siguiendo una tradición de larga data en Colombia, ve “comunismo” donde hay contradictores políticos que hablan un lenguaje centrado en derechos sociales y reivindicaciones sectoriales. Al igual que amplias capas sociales que incluyen, por supuesto, a grupos de los sectores populares, Uribe convierte en “comunistas” a quienes dejan de trabajar para tomarse las calles y realizar acciones de protesta, o a quienes discuten el tipo de política exterior colombiana que continuamente se repliega a los intereses de los Estados Unidos. La idea de que quien procede de esta manera es cercano al “comunismo” no la saca el presidente electo de la nada. Por el contrario, se trata de representaciones y formas de pensar lo social muy extendidas en la sociedad colombiana y que con frecuencia y facilidad convierten un líder social en una amenaza comunista. Por supuesto, estas representaciones están ligadas a una larga historia de encuentros y desencuentros entre izquierda legal y armada, entre saberes expertos, ciencias sociales y formas de intervención y trabajo social.

Pero si el Presidente Uribe actualiza y pone en funcionamiento viejas representaciones de la izquierda comunista, sus detractores tienden a operar con otro estereotipo: hablar de orden y respeto a la propiedad es ser “paraco”. Al igual que en el caso anterior se trata de representaciones e imágenes políticas de larga trayectoria en la historia nacional. En el debate político colombiano aquel que reclama orden, protección a sus derechos de propiedad, respeto para sus recursos económicos es tachado rápidamente de defensor de la oligarquía y de paramilitar. Más aún, si se es propietario de ganado y se tiene fincas en las regiones del país donde ese proyecto político expandió su control. Por supuesto que hay momentos de verdad en ambas representaciones.

Por supuesto que en la historia reciente de Colombia ha habido comunistas disfrazados en las Universidades y que incluso algunos de ellos han “combinado distintas formas de lucha”. También ha evidencia clara de que importantes sectores ganaderos han financiado la expansión paramilitar. En ese sentido ambos bandos tienen datos, evidencias, ejemplos en donde sostener sus recriminaciones. Sin embargo, también hay evidencia para mostrar que grupos de comunistas han optado por la acción política legal, que todos los líderes sociales o quienes pelean por derechos no son afines a la izquierda armada. Y en la misma dirección, hay evidencia que muestra como detrás del paramilitarismo no están sólo ganaderos sino sociedades campesinas y sectores comerciantes completos, pues no es una filiación que simplemente “se escoja”.

Así las cosas, tanto el presidente electo como sus detractores, y con ellos todos los colombianos, perdimos en las pasadas elecciones la posibilidad de replantear los problemas de la sociedad nacional y de discutir las representaciones y los estereotipos que hasta ahora nos han orientado. La política en tanto ejercicio de delimitación de un nosotros y de un ellos implica la permanente producción de representaciones y estereotipos sobre los grupos. Ahí no está el problema. El problema está en que ni el Presidente ni sus detractores lograron convertir tales representaciones en objeto de debate político. Ninguno propuso una discusión sobre lo adecuadas o no que pueden ser esas visiones del rival, ninguno se hizo cargo de la promoción de nuevas formas de pensar la rivalidad y el desencuentro político. Rivalidad que a toda sociedad le cae bien y que es urgente desdemonizar, pues los peores actos de violencia están relacionados no con el conflicto sino con la aspiración a la armonía. Se trata pues de componer otras polarizaciones.