Un haz de fibra óptica es un filamento de vidrio flexible del espesor de un pelo, capaz de llevar mensajes en formas de haces de luz sin interrupción alguna. El hipertexto audiovisual digitalizado, que transita por esas fibras ópticas, modifica la vida cotidiana de millones de habitantes del planeta; atraviesa las relaciones de poder económico y militar. Permite automatizar los procesos industriales o bien decidir ataques relámpago desde un lugar a otro muy remoto. Por ejemplo, un almirante, desde un portaviones estacionado en el Mar Rojo, puede evaporar los puestos del mercado de un barrio en las afueras de Bagdad.

El clima de época, enhebrado por la fibra óptica, no podría presentar tensiones más amenazantes. Capitales financieros concentrados en muy pocas manos a escala mundial, involucrados en todos los quehaceres humanos, se contraponen a masas humanas de trabajadores que subsisten o mueren en sus comunidades periféricas, o se abocan a la aventura de convertirse en sujetos trashumantes que tratan de arremeter contra las murallas del primer mundo.

La globalización deja descolocada a la cultura en su sentido más universal: el de comprender y estimular la creación humana. La calidad y las expectativas de vida de los habitantes del planeta no podrían ser tan diferente de acuerdo al lugar donde tengan en suerte nacer; y sin embargo los medios de comunicación y las industrias culturales forman parte del circuito exclusivo de las grandes corporaciones que proveen diversión, noticias, música o internet a millones en el primero o el cuarto mundo.

Esas corporaciones no sólo forman parte del entramado político y financiero: son el poder. Ellos, además, son el lenguaje de los medios masivos, su encantamiento y su consenso, son los émulos del discurso único. Ellos son, también, quienes tienen miles de comunicadores formados e integrados a las mejores redacciones y productoras de espectáculos y circuitos culturales.

Entonces: ¿Qué hacemos con lo que escuchamos o leemos cuando los medios que nos informan los tenemos incorporados a nuestra cotidianeidad y las noticias que nos brindan contradicen nuestro elemental sentido del bien y el mal? ¿Alcanza con entender las categorías de alineación y manipulación para comprender este nuevo escenario de un mundo unipolar que extiende su poder por todo el planeta?

¿Cuál es el sitio que ocupan los productos culturales nacidos en el barrio popular o en la ciudad de un país periférico? ¿Cuáles son los valores éticos y estéticos que diferencian a quienes resisten y se oponen a los valores hegemónicos?

Comunicación y cultura, históricamente, han sido un territorio de resistencia a los modelos a críticos y autoritarios. Dentro de las democracias liberales existieron mecanismos para evitar la concentración del poder comunicacional y cultural en manos de los intereses monopólicos.

Prueba de ello son las permanentes restricciones a la titularidad de múltiples frecuencias radiales o televisivas en una misma zona de influencia, o a las limitaciones para ser editor de medios gráficos al mismo tiempo que titular de una radio o un canal de televisión, por ejemplo, en Estados Unidos. Sin embargo, aquí, las legislación en los últimos años ha facilitado la monopolización y la Comisión Federal de Comunicaciones ha acomodado las normas para la mayor concentración en manos de unas pocas corporaciones. A su vez, la mayoría de los países europeos debilitó la presencia de los medios públicos de comunicación a la par que el panorama audiovisual quedaba en manos de las corporaciones privadas.

La advertencia de los años ’80 de que era necesario crear un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación para robustecer la pluralidad de voces y el respeto a las identidades culturales parece cobrar más vigencia que nunca.

La reflexión, la exposición y el análisis de casos, así como el debate de ideas sobre estos temas, no debe estar nunca ausente en el debate de los espacios a escala local. Sean radios, publicaciones comunitarias o espacios de trabajadores de la comunicación. Estamos viviendo intensamente los efectos de una visión sometida a los intereses unipolares de las grandes corporaciones. Sin embargo, a la hora de informarnos y tomar decisiones recurrimos a nuestra visión aldeana, a aquello que nos resulta familiar, a la comunicación a dimensión humana.

Hay que insistir con que se pueden imponer modelos alternativos, sí y solo sí, nos resistimos a quedar prisioneros de la visión marginadora y excluyente de los modelos hegemónicos que hoy dominan la comunicación y la cultura.

# Portal del CISPREN (Argentina)